Ocho de la noche de un tres de marzo, aún quedaban rastros del prontamente caduco invierno que se mezclaban con la ansiada primavera; las calles, por la tarde cálidas en extremo ahora estaban frías y húmedas y entre ellas caminaba como si de su hábitat natural se tratase, Samuel, un hombre de veintiséis años, enfundado en una caliente chaqueta de franela de cuello alto y unos jeans sueltos solo un poco. Llevaba una de las manos metida en el bolsillo de su prenda superior y la otra sostenía un pequeño portafolios negro mientras caminaba frente a los aparadores de las tiendas de la zona céntrica, ahora bulliciosa y viva, opacando con su varonil belleza a muchos de los modelos de los posters que estaban en exhibición; tenía una estatura cercana al metro ochenta y dos centímetros, un cuerpo escultural, un cabello castaño y liso que peinaba con curia para verse siempre elegante, una barba de tres días que le daba un toque muy sexy y un fuego en sus ojos cafés que lo hacía hipnotizante. Quien lo viera no pensaría lo que se escondía detrás de este adonis madrileño, que vagaba sin prisa por las calles, como haciendo tiempo, como si este le sobrara, como si no tuviera que darse prisa para llegar a un hogar que se caía a pedazos y hacer la que sería la primera comida del día, sí... su desayuno a estas horas de la noche.
Por fin llegó a su destino de hoy, la puerta de entrada del Westin Palace de Madrid, aquí se hospedaban sus tres nuevos blancos, a los cuales llevaba días observando sigilosamente. Se deslizó por la puerta de entrada, que muy amablemente le abrió el portero, su encantador aspecto le abría las puertas que quisiera en la mayoría de las ocasiones, porque claro, ¿quién sospecharía del hombre guapo y bien arreglado que entra a un hotel caro? Nadie, absolutamente nadie.
Una vez en el lujoso lobby, buscó en su bolsillo las tarjetas que lo habían traído hasta ese lugar, las encontró en el bolsillo derecho de su pantalón, donde siempre guardaba las cosas importantes, siendo diestro, las cosas importantes debían estar al alcance de su mano buena. Las tomó entre sus manos y leyó una vez más, mientras se sentaba uno en los sillones de terciopelo azul y decoración recargada sin llegar a estar pasada de moda.
"Catalina Graccianni, diseñadora de modas de alta costura, cena a las 8:10pm, mínimo € 600 en efectivo más tarjeta de crédito"
"Roberto Del Pozo, economista, conferencia a las 8:30 en el Salón Círculo Palace, mínimo € 1600 en tarjeta de crédito, efectivo nada"
"Raúl Díaz, programador, conferencia 8:45, salón Neptuno, mínimo € 1000 en efectivo"
Estos eran los nuevos blancos de Samuel, que se dedicaba al carterismo profesional, la vida no le había sonreído para nada desde prácticamente nunca y ahí era dónde había ido a parar, a robar bolsos y carteras. Tenía una finura de método incomparable, que parecía parte de su gracia natural, hurtaba lo que quería de quien quería sin que se dieran cuenta y en ocasiones regresaba aquello que robaba.
Por el momento le tocaba esperar un poco a ver bajar de las escaleras a la primera víctima, no tomó mucho tiempo ni trabajo reconocerla, era una diseñadora de modas y no había que ser muy listos para notar que su estilo de vestir resaltaba del de las otras mujeres en el lugar, la vio bajar sin compañía, perfecto. Sacó del bolsillo izquierdo de su chaqueta una bufanda a juego con su chaqueta, que se colocó de la manera más femenina que encontró y del portafolios tomó una revista de modas y un marcador. Cuando Catalina Graccianni estuvo en los últimos escalones, Samuel gritó como una chica desde su posición sobresaltando a más de uno, incluyendo a la no tan joven diseñadora, que lo miró sorprendida. Samuel prácticamente corrió hacia ella mientras decía:
-¡Catalina, es usted! –Y se abanicaba el rostro con las manos intentando parecer sobresaltado. –Justamente, estaba observando sus diseños y me decía a mí mismo que eran fantásticos.
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Invencibles (Wigetta)
FanfictionEncuentros inesperados, sueños truncos y miedo a las circunstancias son situaciones que debilitan el espíritu, lo dejan gastado sin ganas de seguir adelante. Pero solo quienes hayan experimentado la tristeza más profunda podrán alcanzar la verdadera...