Capítulo 5

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La brisa marina golpeando los rostros que se paseaban por el muelle, el olor a azúcar en forma de algodón mezclado con el de palomitas de maíz, el rojo color de manzanas cubiertas de caramelo y las luces brillantes de los juegos de la feria; las caras sonrientes y toda aquella felicidad enmarcados por un color naranja a ras de mar que se transforma en rosa al subir la mirada... El mar del mismo color del cielo y un sol que muere en el horizonte.

Cada pincelada que daba Samuel estaba impregnada de todo lo anterior, mientras comenzaba a pintar con ilusión el Muelle de Santa Mónica. El lienzo se teñía de los colores que su paleta deseaba y de los sentimientos que inundaban su corazón. Se había despertado temprano después de una noche de dormir poco. Como siempre había puesto la cabeza en la almohada a eso de las dos de la mañana y había despegado el ojo antes de que el sol saliera. Repitió lo establecido para cada mañana: una rutina de ejercicio, desayuno cuando lo había y entregarse a una de sus más grandes pasiones, pintar.

Se imaginaba pasando un día en aquella feria, divirtiéndose como si volviera a ser niño, subiendo a la rueda de la fortuna, saboreando un algodón de azúcar, contemplando el carrusel y por último, dando un paseo sin zapatos por la playa al atardecer, con el pantalón arremangado a las rodillas y la camisa desfajada, sin nada más por lo que preocuparse que por el sonido de las olas del mar rompiendo en la costa y por el ligero frío que se siente en el crepúsculo.

Se encontraba perdido por completo en su mundo, cuando unos golpes en la puerta principal lo hicieron volver de lleno a la realidad. No estaba en Los Ángeles, estaba en Madrid y tampoco estaba en el muelle de Santa Mónica, si no en la planta alta de su destartalado pero muy bien decorado hogar.

Aún con sus implementos de pintura en la mano bajó a abrir, pues se imaginaba quién sería y cuál era el motivo de su visita.

- ¡Hombreeee! –Saludó ese chico de hermoso rostro siempre risueño, de cabello castaño y ojos cafés. Compañero de aventuras de Samuel y también de desventuras.

- ¡Frank! Macho, pasa. –Se dieron un apretón de manos y un medio abrazo, pues Samuel tenía la mano izquierda ocupada por una paleta y un pincel.

El joven entró y al instante se sintió algo apenado, había interrumpido a su amigo en una de sus sesiones de relajación.

-Tío, no sabía que estabas pintando. De haberlo sabido hubiera venido un poco más tarde. –Le dijo con una expresión arrepentida.

-No te preocupes, macho, no pasa nada. –Le dedicó una sincera sonrisa pues le parecía muy tierno cuando se preocupaba por él y lo miraba con cara de cachorrito. –Acompáñame, ya estaba terminando.

Ambos subieron al cuarto donde Sam tenía todos sus cuadros e instrumentos para pintarlos.

- ¿Y ahora qué tanto hacías? -Cuestionó Frank entrando detrás de Samuel que de inmediato se puso a limpiar y levantar todo el teatro que siempre armaba para pintar, pero el cuadro estaba de frente a la entrada y el muchacho contestó solo a su pregunta. –Tío, pero que cosa más guay.

- Cuidado, está fresco todavía.

Samuel siguió con su labor mientras Frank se aproximaba lentamente al cuadro, como si temiera que su sola presencia fuera a quitarle un poco de su esplendor a la imagen.

- Pero si parece que pudieras meterte en él y jugar en los juegos.

- ¿Si? Pues no lo intentes. –Se rio Sam.

- ¿Este lugar existe? ¿O te lo inventaste como los de los demás cuadros?

- Existe, existe... está en Los Ángeles.

Invencibles (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora