Capítulo 8

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En el umbral estaba Samuel cargando una bandeja de pastillas y vendajes. Entró lo más rápidamente que pudo, vió a Guillermo recargado en sus brazos levantado a penas centímetros.

-¡Pero qué haces, tío! ¡Recuéstate! –Dijo dejando la bandeja en la cómoda y aproximándose para recostar al joven de cabello negro que ahora yacía en su habitación de visitas. Guillermo no podía ni hablar de la impresión, estaba ahí, Santiago, estaba con él, apenas podía creer que volvía a verlo y bajo qué circunstancias.

Una vez acomodado entre las mantas Samuel fue por la bandeja que había dejado en la entrada.

-¿Te duele mucho? –Preguntó, pero Guille seguía empanado por la impresión.

-Aaaaaaaaaa.... –Fue lo único que recibió como respuesta. Samu sonrió.

-Te he preguntado si te duele, no seas maleducado tío. –El chico no pudo evitar sonrojarse un poco, esa era la respuesta que le había dado hace dos noches, diablos parecía toda una eternidad.

-Perdona, sí... m-me duele un poco.

-¿Qué te duele?

-T-Todo.

-Bueno, te daré un poco más de analgésicos, deberás permitirme levantarte un poco para que puedas tragarlos.

Y así lo hicieron, lo levantó un poco y le dio agua para que pudiera pasar la tableta.

-El efecto comenzará en cinco minutos, no te desesperes por el dolor, volveré con un poco de comida en un rato.

Debía salir de su aturdimiento si quería comprender algo de lo que le estaba pasando.

-Espera. –Lo llamó cuando estaba por salir.

-¿Sí? –Dijo con una sonrisa radiante que siempre ocasionaba el efecto Samuel por el cual todos cedían ante él.

-¿Tú me trajiste aquí?

-Sí.

-¿En dónde estoy? ¿Qué hotel es este? –Sam soltó una risilla.

-¿Qué hotel? ¿De verdad te lo parece? Pues es mi humilde hogar señor Díaz. En algún lugar de Villa de Vallecas.

-Estoy... ¿en t-tu casa? –De nuevo con el tartamudeo.

-Así, es. –Se acercó un poco al lecho para que la conversación no se desarrollara de lado a lado de la habitación. –En la habitación de huéspedes de hecho.

Guillermo suspiró como si le hubieran quitado un peso de encima, no estaba en un costoso hotel. Sin embargo sí estaba en la casa de un desconocido... aunque por algún motivo no se sentía intruso o con ganas de correr del miedo, porque vamos, de todas formas no podía correr. De pronto había olvidado que ese desconocido tenía un arma y que no dudaba en usarla, pero para qué agobiar al pequeño Guille, bastante tiene ya con sus golpes, así que hasta que llegue el momento no se lo recordaremos.

-Los tipos de ayer...

-Claro tío, no entiendo como tuviste el valor, o la estupidez necesaria para enfrentárteles tú solo a todos, pero te respeto por ello.

-Me salvaste.

-Así es, yo no soy de los que dejan tirados a sus amigos en medio de la batalla. -¿Amigos? A ambos les sonó extraño el título que Samuel acababa de concederle a su peculiar relación de un día, pero ya era tarde para borrar esas palabras.

-Santiago, no sé cómo pagártelo.

Una sensación de vacío en el estómago y debilidad en las rodillas atacó a Samuel, ahora le tocaba la parte que prefería evitar y esa era decir el por qué no le había dado su verdadero nombre a Guillermo.

Invencibles (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora