Capítulo 4

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-Será mejor traer a Carolina de vuelta.

-¿Y para qué quieres traerla de vuelta, madre? –Decía Guillermo levantando el tono de voz con cada palabra. -¿Para que sufra la vergüenza en carne propia? ¿O para presentarnos a tus amantes como tus hijos?

-No te permito que me hables así Guillermo.

Guille no sintió el dolor hasta que estuvieron enfrentados mirándose con odio, la cachetada que su madre le había dado ardía en su piel, pero la ofensa en los ojos de la mujer le ardía en la sangre. No podía creer cómo exigía respeto aún después de lo que era evidente.

Permaneció callado a la espera de que su madre prosiguiese el discurso que la mayoría de las veces tenía una segunda parte, pero esta vez su madre no habló, se sentó en el sofá de la sala y se quedó callada mirando a la nada. No supo cuánto tiempo permanecieron así, pero después de lo que pareció una eternidad él se atrevió a preguntar:

- ¿Es verdad? ¿Él lo mandó matar?

- No lo sé –respondió la señora Díaz, tranquila en exceso para la situación por la que estaban atravesando y eso lo molestó todavía más.

- ¿No te enteras acaso de cada chisme en esta bendita ciudad? ¿Cómo es posible que no sepas de los planes de tu esposo? –Guillermo comenzó a subir el tono de voz, le cabreaba demasiado la indiferencia de su madre.

- Que tonto eres, Guillermo, tu padre y yo llevamos mucho tiempo distanciados, tanto que apenas nos vemos... no sé nada de la empresa y mucho menos de su vida. Tú sabes más que yo, y si tú mismo no puedes responderte la pregunta, no esperes que lo haga yo.

Se quedó como piedra ante la respuesta de su madre. Tenía toda la razón después de todo. Ahora no sabía qué hacer, ni qué pensar, ¿le habrían jugado sucio a su padre o de verdad había sido capaz de cometer semejante barbarie? Y de ser así ¿Cuántas más habría cometido? En ese instante se sintió sucio, como si todo lo que trajera encima estuviera cubierto de suciedad, de mierda y sangre arrastradas a él por la codicia de su padre. Pero frenó sus pensamientos, hasta no hablar con él y que confirmara sus acciones, había esperanza de que fuera inocente. Entonces, su madre que había estado sumida en sus pensamientos interrumpió los de Guillermo tomando el teléfono y comenzando a marcar un número.

- ¿A quién llamas? –Cuestionó su hijo, esperando que la respuesta fuera "al abogado de tu padre" pero la mujer que cada vez se ganaba más el desprecio de nuestro Guille contestó:

-A la escuela de Carol, probablemente si les explico lo que nos pasa nos den un reembolso de la colegiatura que ya se pagó. Y eso me dure por lo menos un mes.

Eso hizo hervir la sangre de Guillermo, justo en estos momentos esa mujer a la que lejanamente podía llamar madre, estaba pensando en obtener dinero, en lugar de ayudar a esclarecer el lío en el que la familia entera estaba metida, y peor aún... ¡quería arruinar el futuro de Carol! Quería truncar su educación para seguir dándose vida de reina, había dicho "me dure" no "nos dure" y cabe aclarar que la colegiatura de Carol en el Westminster School estaba pagada por tres años y solo había cursado la mitad de uno, además de ser un colegio prestigioso en Londres, lo que les podrían reembolsar no sería una nadería.

-Me largo. –En otras ocasiones hubiera gritado hasta quedarse afónico, diciéndole a su madre todo lo que se merecía, pero esta vez arrebató el teléfono de manos de su madre y colgó, para luego estrellarlo contra el suelo. Y con esas dos simples palabras subió a su habitación dejando a su madre estupefacta con el grito en los labios.

Tomó su celular y marcó el teléfono del internado de Carol, cuando contestó el recepcionista pidió que se le transfiriera a la oficina del director, bastó solamente decir su nombre para que lo comunicaran. Entonces, del otro lado de la línea, un hombre que hablaba un español decente con un exquisito acento inglés, de unos cincuenta años lo saludó con la cordialidad de un profesional.

Invencibles (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora