Rubén llevaba quince minutos sentado en la mesa jugando con su puré de papas haciéndole caras raras y riéndose de sus propias tonterías en voz baja. Su madre, una mujer que a pesar de los años seguía viéndose joven, con un cabello pelirrojo oscuro cayéndole lacio sobre los hombros y su rostro redondo con expresión molesta e impaciente, miraba a su hijo con desaprobación.
-Rubén, deja de jugar con la comida. Pareces un niño pequeño.
Rubius suspiró y se llevó un bocado de puré a la boca. Exageró el gesto de degustar la comida: -Madre, que rico te quedó. Qué delicias cocinas. –El halago no tuvo efecto en la mujer, que siguió comiendo tranquilamente pero con las facciones endurecidas. Rubén dejó los cubiertos y se limpió la boca:
-¿Y dónde está el padrino, mamá? ¿No nos veríamos aquí para comer?
-Tu padre tuvo que salir, debía atender un asunto urgente, uno de sus trabajadores murió y debe llamar a la familia.
-¿Murió? –Las imágenes del cadáver que él había visto se presentaron en sus pupilas y casi pudo ver cómo el cuerpo estaba tirado al lado de la mesa en la que ahora comía con su madre. El estómago se le revolvió y no quiso continuar con su puré de papas y mucho menos con la salsa que lo acompañaba.
-Sí, tu padre estaba muy preocupado, era alguien muy cercano a él.
-Mamá, basta... ¿podemos dejar de llamarle ¨mi padre¨? –Dijo Rubén, cansado de la misma charla.
-Es lo que es Rubén. Ya hemos hablado de esto, todos tenemos errores.
-Pero su error duró dieciséis años.
La madre de Rubius lo fulminó con la mirada, ella también estaba harta de que su hijo no comprendiera la situación por la que había tenido que pasar su esposo.
-Ya estuvo bien Rubén, vete a tu cuarto. Ya hemos hablado de esto demasiadas veces... bajarás cuando llegué tu padre y vas a saludarlo y a comer con él.
-Pero mam...
-Calla de una buena vez y haz lo que te digo. –El joven puso los ojos en blanco y se dirigió a la escalera para ir a su cuarto. Iría a jugar Call of Duty o algo que lo distrajera del recuerdo del cadáver y de la amarga sensación que el recuerdo de "el padrino" le dejaba en la boca cuando hablaban de él como su padre. Cuando su pie estuvo en el primer peldaño de la escalera tocaron a la puerta y fue a abrir; ante él se presentaba un hombre de cincuenta años, con el mismo cabello castaño rojizo que el suyo, la misma piel blanca, pero unos ojos oscuros que afortunadamente no había heredado... él había llegado.
-¡Rubén! ¡Qué gusto verte! Ya casi no te vemos por aquí. –Dijo el hombre mientras entraba al ver que el chico se había quedado mudo, observándolo con una mueca molesta como siempre sucedía. –¡Lidia! Ya llegué.
-Hola mi cielo. –Lo saludó la mujer yendo a encontrarse con él y plantándole un beso en la mejilla. Rubén casi se vomita, su estómago ya había sido puesto a prueba varias veces este día. –Te he preparado una comida deliciosa y Rubén nos va a acompañar. ¿Verdad hijo? –Dijo mirando a Rubius con esa miradita que solo tienen las madres, que contiene enojo, mandato y reproche por algo que has hecho o por algo que harás, pero que no deja de contener súplica y amor. –Rubén, saluda a tu padre.
-Hola. –Dijo él secamente, subiendo la mano y de nuevo volvió a su mueca de hace unos momentos. Su madre entrecerró los ojos y volvió a la cocina, no del todo contenta con su hijo, pero sí más conforme.
-¿Y mi niña? ¿Dónde está? –Dijo el hombre entrando a la cocina y sentándose.
-Arriba, está dormida. Ha estado jugando con su hermano y la venció el sueño antes de la comida, cuando despierte tendrá hambre y subiré por ella.
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Invencibles (Wigetta)
FanfictionEncuentros inesperados, sueños truncos y miedo a las circunstancias son situaciones que debilitan el espíritu, lo dejan gastado sin ganas de seguir adelante. Pero solo quienes hayan experimentado la tristeza más profunda podrán alcanzar la verdadera...