_______ lo empujó y se apartó el pelo de los ojos. Había tenido varias relaciones íntimas en su vida y, según ella, el sexo estaba muy sobrevalorado. Los hombres parecían gozar de él, pero para ella sólo era algo demasiado embarazoso. Lo único bueno que podía decir de ello era que no duraba más de tres minutos. Levantó la barbilla y lo miró como si la hubiera lastimado e insultado.
-Estás equivocado. No soy esa clase de chica.
-Ya veo. -La volvió a mirar como si supiera exactamente qué tipo de chica era-. Eres sólo una coqueta.
«Coqueta» era una palabra fea. Ella se consideraba más bien una actriz.
-¿Por qué no cortas el rollo y me dices lo que quieres?
-De acuerdo -dijo ella, cambiando de táctica-. Necesito un poco de ayuda, y necesito un lugar donde quedarme unos días.
-Escucha -suspiró él, cambiando el peso de un pie a otro-. No soy el tipo de hombre que andas buscando. No puedo ayudarte.
-Entonces, ¿por qué me dijiste que lo harías?
Él entrecerró los ojos, pero no contestó.
-Sólo unos días -imploró, desesperada. Necesitaba tiempo para pensar qué hacer en ese momento en el que su vida se estaba yendo al garete-. No seré un problema.
-Lo dudo mucho -se mofó.
-Tengo que llamar a mi tía.
-¿Dónde está tu tía?
-Allá por McKinney -contestó con sinceridad, aunque en realidad no deseaba contactar con Lolly. Su tía había estado más que satisfecha con la elección de marido que había hecho _______. Además, aunque Lolly nunca había sido tan descarada como para pedírselo directamente, _______ sospechaba que su tía esperaba conseguir con aquel matrimonio una serie de regalos caros como una televisión de pantalla gigante y una cama articulada.
La dura mirada de Justin la inmovilizó durante un largo momento.
-Joder, entra -dijo, y rodeó el coche-. Pero tan pronto como te pongas en contacto con tu tía te llevo al aeropuerto o a la estación de autobuses o a donde demonios quiera que vayas.
A pesar de que no era ni mucho menos una oferta entusiasta, _______ no desaprovechó la oportunidad. Se subió al coche y cerró de un portazo.
Justin encendió el motor, dio un volantazo al Corvette y el coche volvió a la carretera. El sonido de las ruedas sobre el asfalto llenó el incómodo silencio entre ellos, al menos fue incómodo para _______. A Justin no parecía molestarlo en absoluto.
Durante años había asistido a la «Escuela de Ballet, Claque y Modales de la señorita Virdie Marshall». Aunque nunca había sido la alumna más brillante, había destacado más que las demás por su habilidad para cautivar a cualquiera, donde fuera y en cualquier momento. Pero ahora tenía un pequeño problema. A Justin parecía no gustarle, lo que la dejaba perpleja porque ella siempre gustaba a los hombres. Si bien no había podido dejar de notar que él no era un caballero. Blasfemaba con una frecuencia que rayaba lo obsceno y ni siquiera se disculpaba después. Los hombres sureños que conocía maldecían, por supuesto, pero normalmente pedían perdón luego. Justin no parecía el tipo de hombre que pidiera perdón por nada.
Lo observó de perfil e intentó ubicar al «encantador» Justin Bieber.
-¿Eres de Seattle? -preguntó, decidida a que babeara por ella cuando alcanzasen su destino. Le simplificaría muchísimo las cosas porque, aunque parecía no haberse dado cuenta, le acababa de ofrecer un lugar donde quedarse algún tiempo.