C A P I T U L O 19

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__________ subió apurada la acera flanqueada por prímulas coloridas y pensamientos púrpuras. Cerró la mano en el picaporte de la puerta mientras introducía la llave en la cerradura. La caótica mezcla de hortensias que había plantado delante de la casa se desparramaba por el césped. Aún se sentía atemorizada y demasiado tensa. Sabía que el miedo no desaparecería hasta estar a salvo en casa.
—Lexie —gritó al abrir la puerta. Miró hacia la izquierda y su corazón se calmó un poco. Su hija de seis años estaba sentada en el sofá rodeada por cuatro perros dálmatas de peluche. En la televisión Cruella De Vil se reía malvadamente y sus ojos rojos resplandecían mientras conducía el coche por un paisaje nevado. Sentada junto a los peluches, Rhonda, la hija de sus vecinos que hacía de canguro, miró a __________. El piercing de su nariz atrapó un destello de luz y el pelo rojo le brilló como vino tinto. Rhonda parecía rara, pero era una chica agradable y una canguro maravillosa.
—¿Cómo fue todo esta noche? —preguntó Rhonda, levantándose.
—Genial —mintió __________ mientras abría el bolso y cogía la cartera.
—¿Qué tal con Lexie?
—Se portó muy bien. Jugamos un rato con las Barbies y luego se comió los macarrones con queso y las salchichas que dejaste preparados.
__________ le dio a Rhonda quince dólares.
—Gracias por venir esta noche.
—Cuando quieras. Lexie es una niña bastante tranquila. —Levantó la mano para despedirse—. Nos vemos.
—Adiós, Rhonda. —__________ sonrió al apartarse para dejar salir a la canguro. Luego se sentó en el sofá de color melocotón con flores verdes al lado de su hija. Respiró profundamente y dejó salir el aire con lentitud.
«El no lo sabe —se dijo a sí misma—. Y aunque lo supiera, lo más probable es que no le importe nada».
—Oye, cariño —dijo palmeando a Lexie en el muslo—. Ya estoy en casa.
—Lo sé. Me gusta esta parte —la informó Lexie sin apartar los ojos de la tele—. Es mi parte favorita. Me gusta Roily, es el mejor. Es el gordito.
__________ le colocó a Lexie varios mechones del pelo detrás de la oreja. Quería coger en volandas a su hija y abrazarla con fuerza; en lugar de hacer eso le dijo:
—Si me das un besito, te dejaré en paz.
Lexie se giró automáticamente, levantó la cara y frunció los labios pintados de un color rojo oscuro. __________ la besó, luego sujetó la barbilla de Lexie con la mano.
—¿Has cogido mi barra de labios otra vez?
—No, mami, ésta es mía.
—Tú no tienes ninguna tan roja.
—Ajá. Teno una.
—¿De dónde la sacaste? —__________ miró fijamente la sombra púrpura oscura que Lexie se había aplicado generosamente en los párpados. Brillantes rosetones le coloreaban las mejillas, y estaba literalmente bañada en el perfume de Campanilla.
—La encontré.
—No me mientas. Sabes que no me gusta que lo hagas.
El labio inferior de Lexie tembló ligeramente.
—Me olvido de esas cosas —gimió dramáticamente—. ¡Creo que necesito una medicina para la memoria!
__________ se mordió el interior de la mejilla para no reírse. Como Mae decía con afecto, Lexie era una cuentista nata. Y por lo que decía Mae, ella conocía muy bien a los cuentistas. Su hermano, Ray, también lo había sido.
—Esas medicinas son inyecciones —le advirtió __________.
El labio de Lexie dejó de temblar y agrandó los ojos.
—Quizá te acuerdes de no coger mis cosas sin tomar medicinas.
—De acuerdo —convino con demasiada facilidad.
—Porque si no lo haces, consideraré que has roto nuestro trato —advirtió __________, en referencia al acuerdo al que habían llegado hacía unos meses. Los fines de semana, Lexie podía vestirse como quisiera y llevar puesto tanto maquillaje como su pequeño corazón deseara. Pero durante la semana tenía que llevar la cara limpia y vestirse con la ropa que su madre escogiera. Hasta ese momento el trato había funcionado.
Lexie se volvía loca con los cosméticos. Le encantaban y pensaba que cuanto más, mejor. Los vecinos se la quedaban mirando cuando montaba la bicicleta por la acera, especialmente si llevaba puesta la boa verde limón que Mae le había regalado. Llevarla al supermercado o al jardín la solía avergonzar, pero sólo tenía que soportarlo los fines de semana. Y era más fácil vivir con el trato que habían hecho que con las luchas que tenían cada mañana para que Lexie se vistiera.
La amenaza de no dejarla usar más maquillaje obtuvo la atención de Lexie.
—Te lo prometo, mami.
—De acuerdo, pero sólo porque estoy loca por ti —dijo __________, luego la besó en la frente.
—Yo también estoy loca por ti —repitió Lexie.
__________ se levantó del sofá.
—Estaré en mi dormitorio si me necesitas. —Lexie asintió con la cabeza y volvió a centrar la atención en los perros dálmatas de la tele.
__________ recorrió el pasillo, pasó por dejante de un baño pequeño y luego entró en su dormitorio. Se quitó la chaqueta del esmoquin y la dejó caer en una chaise longe de rayas rosas y blancas.
Justin no sabía nada de Lexie. No podía saberlo. __________ había reaccionado exageradamente y lo más probable era que él hubiera pensado que era una lunática. Pero verle otra vez había sido todo un shock. Siempre había intentado evitar a Justin por todos los medios. No se movía en el mismo círculo social y nunca había asistido a un partido de los Chinooks, lo cual no era un sacrificio porque encontraba el hockey espantosamente violento. Por temor a toparse con él, Catering Heron nunca proveía a acontecimientos deportivos, lo cual no molestaba a Mae porque odiaba a los deportistas. Pero ni en un millón de años hubiera pensado que podría encontrárselo en una cena benéfica para hospitales.
__________ se dejó caer sobre la colcha de flores que cubría su cama. No le gustaba pensar en Justin, pero olvidarse de él completamente era imposible. A veces iba por el supermercado y veía su apuesta cara mirándola desde la portada de una revista deportiva. Seattle estaba loco por los Chinooks y por Justin «Muro» Bieber. Durante la temporada de hockey podía verlo en los telediarios nocturnos empujando a otros hombres contra las barreras. Lo veía en los anuncios de televisión locales y había visto su cara en una valla publicitaria anunciando leche; eso había sido una gran sorpresa. Algunas veces el olor de cierta colonia, o el sonido de las olas le recordaban a cierta playa arenosa donde se había perdido en sus ojos azul oscuro. Los recuerdos ya no le dolían como lo hacían antes. Ni tampoco el corazón. Pero aun así tuvo que hacer un esfuerzo para apartar las imágenes que invadían su mente. Tenía que olvidarse de ese hombre. No le gustaba recordarlo.
Siempre había pensado que Seattle era lo suficientemente grande para los dos. Que si hacía todo lo posible por evitarle, nunca se lo encontraría. Pero si bien no había creído que ocurriría, había una parte de ella que siempre se había preguntado qué diría él si la viese de nuevo. Por supuesto, había sabido lo que ella diría. Siempre se había imaginado actuando con indiferencia. Luego le diría tan fría como una mañana de diciembre: «¿Justin? ¿Justin qué? Lo siento, no te recuerdo. No es nada personal».
Pero no había ocurrido así. Había oído a alguien llamarla con el nombre que no había usado en siete años, el nombre que no asociaba a la mujer que era ahora, y había mirado al hombre que lo había usado. Durante unos instantes su cerebro no había procesado lo que sus ojos habían visto. Luego fue como recibir una jarra de agua fría. Había aflorado el instinto de protección y había huido literalmente.
No, sin antes haber mirado esos ojos azules y tocado accidentalmente su mano. Había sentido la cálida textura de la palma bajo los dedos, había visto la sonrisa curiosa de sus labios y había recordado la caricia de esa boca amoldándose a la suya. Estaba tal y como lo recordaba, pero parecía mayor y la edad le había grabado multitud de líneas en las comisuras de los ojos. Era todavía muy apuesto y durante unos breves segundos había olvidado que lo odiaba.
__________ se levantó y se acercó al tocador atravesando la habitación. Se llevó la mano a la camisa del esmoquin y la desabrochó. La gente a menudo comentaba que Lexie se parecía a __________, pero Lexie, con el pelo oscuro y los ojos azules, se parecía a su padre. Tenía el mismo tono azul en los ojos y las mismas pestañas largas y gruesas. Su nariz tenía la misma forma y cuando sonreía aparecía un hoyuelo en su mejilla derecha, idéntico al de Justin.
Se sacó la camisa de los pantalones y se desabrochó los puños. Lexie era lo más importante de la vida de __________. Era su corazón y el simple pensamiento de perderla era insoportable. __________ estaba asustada. Más de lo que lo había estado en mucho tiempo. Ahora que Justin sabía que vivía en Seattle podría encontrar a Lexie. Todo lo que tenía que hacer era preguntar en la Fundación Harrison y daría con __________.
«Pero, ¿por qué querría buscarme Justin?», se preguntó. Se había deshecho de ella en el aeropuerto siete años atrás cuando era dolorosamente evidente lo que __________ sentía por él. E incluso si él se enteraba de la existencia de su hija, lo más probable era que no quisiera saber nada de ella. Era una estrella del hockey. ¿Para qué querría una hijita?
Sólo estaba siendo paranoica.

Simplemente irresistible {Justin Bieber & Tu} TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora