Por primera vez en siete años, Mae casi se alegraba de que su hermano gemelo estuviera muerto. Los amigos de Ray o bien acababan mudándose de estado o bien morían, y él nunca había podido soportar las deserciones. No le importaba que la persona desertora no tuviera otra opción.
Mae se quitó bruscamente las gafas de sol y atravesó el vestíbulo del hospital. Si Ray estuviera vivo, no habría podido aguantar cómo su buen amigo y amante, Stan, agonizaba de sida. Él había sido demasiado emotivo y habría sido incapaz de disimular su pena. Pero Mae no tenía ese problema. Mae siempre había sido más fuerte que su gemelo.
Inclinó la cabeza y empujó con fuerza las pesadas puertas de cristal. Tenía todo bajo control. Menos mal. Si no fuera así, no habría podido ir al hospital a despedirse de Stan. Si no fuera por el autocontrol que poseía, se derrumbaría antes de llegar a casa. Sin embargo, estaba muy cerca de sufrir una crisis nerviosa allí mismo y empezar a llorar por ese hombre que tanto la había ayudado cuando murió su hermano. Ese hombre que tanto quería había sido un vividor, un sibarita loco por los objetos de Liberace. Stan era ahora poco más que un esqueleto esperando que su familia lo llevara a casa a morir. Era la última víctima del sida. Había sido un gran apoyo para ella y lo quería mucho.
Mae aspiró profundamente la fresca brisa matutina para limpiar sus pulmones del aire viciado del hospital. Iba a cruzar la decimoquinta avenida hacia la casa que compartía con su gato, Bootsie, cuando una voz la detuvo.
-¡Eh, Mae!
Se detuvo en medio de la calzada y al mirar por encima del hombro, se encontró con la cara sonriente de Hugh Miner. Una gorra azul de béisbol le daba sombra a los ojos y el pelo castaño claro, que sobresalía por los bordes, se rizaba en las puntas. Llevaba tres grandes sticks de hockey sujetos en una mano y apoyados en su ancho hombro. Verle en su barrio era toda una sorpresa. Mae vivía en Capital Hill, una zona al este de Seattle que era conocida por estar habitada por gays y lesbianas. Mae había vivido toda su vida rodeada de homosexuales y sabía la preferencia sexual de cualquier persona a los pocos minutos de conocerla. La primera y única vez que estuvo con Hugh supo en cuestión de segundos que era heterosexual de pies a cabeza.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó.
-Llevo unos sticks al hospital.
-¿Para qué?
-Para una subasta.
Mae se volvió hacia él.
-¿Crees que van a soltar pasta por conseguir tus viejos palos de hockey?
-¿Qué te apuestas? -Hugh esbozó una amplia sonrisa y se balanceó sobre los talones-. Soy un gran portero.
Ella negó con la cabeza.
-Eres un creído.
-Lo dices como si fuera algo malo. A algunas mujeres les gusto.
Mae no se sentía atraída por ese tipo de hombre apuesto y presuntuoso.
-Algunas mujeres deben de estar muy desesperadas.
Él se rió entre dientes.
-Y tú ¿qué haces por aquí, Rayito de Sol?
-Iba para casa.
La sonrisa se le borró de la cara.
-¿Vives aquí?
-Sí.
-¿No serás lesbiana, verdad cariño?
Pensó en cómo se habría reído __________ ante esa pregunta.
-¿Importa?
Él se encogió de hombros.
-Sería una jodida pena, pero explicaría por qué eres tan borde conmigo.