_______ se llevó una mano a su corazón dolorido. Asió el lazo blanco del corpiño mientras dentro de su pecho el amor y el odio colisionaban como un martillo de demolición para destrozarle el corazón. Vestida de nuevo con el traje de novia rosa y las frágiles sandalias de tacón alto, luchó contra las lágrimas ardientes que le anegaban los ojos. Cuando vio cómo el Corvette rojo de Justin se perdía en el tráfico, notó que perdía la batalla. Se le empañó la vista, pero las lágrimas no le proporcionaron alivio alguno.
Ni siquiera al observar desaparecer a Justin, podía creer que se hubiera deshecho de ella en la acera del Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma. No era sólo que la hubiera abandonado, es que ni siquiera había mirado atrás.
A su alrededor se arremolinaban ejecutivos trajeados o turistas con ropas ligeras de verano. Los taxistas descargaban equipajes mientras el tubo de escape de sus taxis expulsaba humo caliente. Los maleteros bromeaban con los clientes mientras una impersonal voz masculina avisaba por los altavoces de que el área reservada delante del aeropuerto era sólo para carga y descarga. Los sonidos que se mezclaban caóticamente en torno a _______ eran semejantes al confuso zumbido de su cabeza. La noche anterior Justin se había comportado de manera muy distinta al hombre indiferente que la había despertado esa mañana con un Bloody Mary en la mano. La noche anterior habían hecho el amor una y otra vez; nunca se había sentido más cerca de un hombre. Y estaba segura de que Justin había sentido lo mismo. Estaba segura de que él no hubiera corrido tal riesgo a menos que ella le importase. Si no hubiera sentido nada por ella, no habría puesto en peligro su carrera con los Chinooks. Pero esa mañana se había comportado como si se hubieran dedicado a ver reestrenos en la tele en lugar de a hacer el amor. Cuando le anunció que le había reservado un vuelo a Dallas, lo dijo como si estuviera haciéndole un gran favor. Cuando la había ayudado a ponerse de nuevo el corsé y el vestido de novia rosa, su contacto había sido impersonal. Muy diferente de las cálidas caricias de la noche anterior. Cuando la ayudó a vestirse, _______ había luchado contra sus confusos sentimientos. Había luchado por encontrar las palabras adecuadas para convencerle de que la dejara quedarse con él. Le insinuó su disposición para hacer y ser cualquier cosa que él quisiera, pero él había ignorado tan sutiles sugerencias.
Camino del aeropuerto, había subido tanto el volumen de la música que la conversación había sido imposible. Durante la hora que había durado el trayecto en coche, ella se había torturado con miles de preguntas. Se había preguntado qué habría hecho mal o qué habría sucedido para cambiarlo todo. Sólo su orgullo impidió que desconectara el casete y le exigiera una respuesta. Sólo el orgullo le hizo contener las lágrimas cuando la ayudó a salir del coche.
—El avión sale dentro de una hora. Tienes tiempo de sobra para recoger la tarjeta de embarque en facturación y pillar el vuelo —la informó Justin mientras le daba su neceser de noche.
Sintió como si el pánico le retorciera el estómago. El miedo hizo desaparecer el orgullo y abrió la boca para suplicarle que la llevara de regreso a la casa de la playa, donde se sentía segura. Sus siguientes palabras la detuvieron.
—Con ese vestido seguro que vas a obtener al menos dos propuestas de matrimonio antes de llegar a Dallas. No quiero darte consejos de cómo vivir tu vida, Dios sabe lo mucho que he enredado la mía, pero tal vez deberías usar algo más la cabeza cuando elijas a tu próximo novio.
Lo amaba tanto que le dolía y a él no le importaba si se casaba con otro hombre. La noche que habían compartido no había significado nada para él.
—Ha sido un placer conocerte, _______ —había añadido despreocupadamente, luego se había dado la vuelta y se había ido.
—¡Justin! —El nombre se le escapó de los labios, a pesar de su orgullo.
Él se había girado, y ella supo que su cara había revelado lo que sentía. Justin había suspirado con resignación.
—Nunca quise lastimarte, pero te dije desde el principio que no me jugaría mi carrera con los Chinooks por ti. —Hizo una pausa y añadió—: No es nada personal.
Luego se dio la vuelta, bajó la acera y salió de su vida.
A _______ comenzó a dolerle la mano y miró hacia abajo, al neceser que sujetaba con fuerza. Tenía los nudillos blancos y aflojó su presa.
El denso humo del tubo de escape le provocó nauseas y, finalmente, se dio la vuelta y entró en el aeropuerto. Tenía que salir de allí. Tenía que irse, pero no sabía a dónde. Sentía todos sus circuitos sobrecargados e intentó dejar la mente en blanco. Encontró el mostrador de facturación y «no» le dijo al agente, «no tenía equipaje para facturar». Con la tarjeta de embarque en una mano y el neceser en la otra, abandonó el mostrador.
Pasó delante de las tiendas de regalos, los restaurantes y las ventanillas de información de vuelos. El sufrimiento la envolvía como una capa de niebla negra. Mantuvo la mirada baja, imaginaba que su pena se traslucía en su cara y que si la gente la miraba atentamente, sabría lo que le pasaba.
Se darían cuenta de que a nadie le importaba un bledo _______ Howard. Ni en ese estado ni en otro. Había plantado a su única amiga, Sissy, y si _______ se muriese en ese momento, no le importaría a nadie o por lo menos no de verdad. Bueno, su tía Lolly sí haría como si le importara. Prepararía la gelatina O'Jell y lloraría como si no estuviera aliviada de no tener que ocuparse más de _______. Por un instante, _______ se preguntó si su madre se entristecería, pero supo la respuesta antes de ni siquiera pensarlo: no. Billy Jean nunca se entristecería por esa niña a la que nunca había querido.
Entró en la zona de embarque cuando su frágil control comenzaba a quebrarse. Se sentó de cara a las ventanas y tomó un ejemplar del Seattle Times del asiento de al lado dejando el neceser en la butaca de vinilo. Miró por la ventana a la pista de aterrizaje y una nítida imagen de la cara de su madre apareció en su mente, recordándole la única vez que se había encontrado con Billy Jean.
Había sido el día del entierro de su abuela, había levantado la mirada del ataúd y había visto la cara de una elegante mujer muy bien peinada con el pelo oscuro y los ojos verdes. No habría reconocido quién era la mujer si Lolly no se lo hubiera dicho. Durante un instante la pena por la muerte de su abuela se fusionó en su interior con aprensión, alegría, esperanza y una miríada de emociones conflictivas. Durante toda su vida, _______ había recreado el momento en que finalmente conocería a su madre.
Mientras crecía, le habían dicho que Billy Jean era demasiado joven y que cuando ella nació no quería tener hijos todavía. Como consecuencia, _______ llevaba toda su vida soñando con el día en que su madre cambiaría de idea.
Pero cuando _______ alcanzó la adolescencia, ya había perdido las esperanzas de que se hicieran realidad sus sueños sobre un reencuentro con su madre. Había descubierto que Billy Jean Howard era ahora Jean Obershaw, esposa de León Obershaw representante en Alabama, y madre de dos niños pequeños. El día que supo de la otra familia de su madre fue el día en que tuvo que afrontar la cruda realidad. Su abuela había mentido. Billy Jean sí quería tener hijos. Simplemente, no la había querido a ella.
En el entierro de su abuela, cuando _______ por fin miró a Billy Jean, había esperado no sentir nada. Le sorprendió profundamente encontrar algo en su corazón, todavía albergaba la fantasía de una madre cariñosa. Se había aferrado al sueño de que su madre podría llenar el vacío que tenía en su interior. A _______ le temblaron las manos y las rodillas cuando se presentó a la mujer que la había abandonado poco después de nacer. Había contenido el aliento... esperando... anhelando. Pero Billy Jean apenas la miró cuando le dijo:
—Sé quién eres. —Luego se volvió y se dirigió a la parte trasera de la iglesia. Después del funeral desapareció, probablemente de regreso con su marido y sus hijos. De regreso a su vida.
El anuncio de la llegada de un vuelo trajo a _______ de vuelta a la realidad. Más pasajeros comenzaron a llenar la zona de embarque y cogió el neceser para colocárselo sobre el regazo. Una mujer de mediana edad con rizos blancos y un vestido de poliéster se dirigió al asiento vacío. _______ cogió automáticamente el ejemplar del Seattle Times para que la mujer se pudiera sentar. Lo colocó encima del neceser y dirigió la mirada a las ventanas, observando un autobús de pasajeros y un remolque de equipajes. Normalmente, le habría sonreído a la mujer y quizá la habría obsequiado con una agradable conversación. Pero no se sentía con ganas de ser amable. Pensaba en su vida y en que no debía relacionarse con personas que no podían corresponder a su amor.
Se había enamorado de Justin Bieber en menos de veinticuatro horas. Sus sentimientos por él habían surgido tan deprisa que apenas podía creerlo. Pero sabía que eran reales. Pensaba en sus ojos azules y en el hoyuelo que aparecía en su mejilla derecha cada vez que sonreía. Pensaba en cómo la rodeaban esos fuertes brazos, haciéndola sentir segura. Si cerraba los ojos, podía sentir sus manos en la espalda, levantándola contra la vitrina como si no pesara nada. No había conocido a ningún otro hombre —ni siquiera algún antiguo novio al que había creído amar—, que la hubiera hecho sentir de la misma manera que Justin.
«Deberías haberme dicho que eres perfecta», le había dicho, haciendo que se sintiera como la Reina de las fiestas de San Antonio. Ningún hombre la había hecho sentirse tan deseable. Ningún hombre la había dejado destrozada.
Comenzaron a arderle los ojos de nuevo y se le nubló la vista. En los últimos días había tomado algunas decisiones desafortunadas. Lo peor había sido decidir casarse con un hombre lo suficientemente viejo como para ser su abuelo. Luego estaba el haber huido de la boda como una cobarde. Lo único que no había sido una elección había sido enamorarse de Justin. Simplemente había ocurrido.
Una solitaria lágrima le resbaló por la mejilla y se la enjugó con el pañuelo. Ahora tenía que sobreponerse a lo de Justin. Tenía que retomar su vida.
«¿Qué vida?». No la esperaban ni en casa ni en el trabajo. No tenía ningún familiar con quien hablar y lo más probable era que su única amiga la odiara. Todas sus ropas estaban en poder de Virgil, quien —sin ningún género de duda— la despreciaría. El hombre que amaba no le correspondía. Se había deshecho de ella, dejándola en la acera sin mirar atrás.
No tenía a nada ni a nadie salvo ella misma.
—Atención —anunció una voz femenina—, los pasajeros del vuelo 624, con destino a Dallas-Fort Worth, deberán embarcar en quince minutos.
_______ miró la tarjeta de embarque. «Quince minutos», pensó. Quedaban quince minutos para subirse a un avión que la llevaría de regreso a la nada. Nadie estaría allí para recogerla. No tenía a nadie. Nadie se iba a ocupar de ella. Nadie le diría qué hacer.
Nadie excepto a sí misma. Sólo _______ Howard.
El pánico le atenazó el estómago y miró el ejemplar del Seattle Times que estaba encima del neceser de su regazo. Sentía la sobrecarga emocional a flor de piel. Para evitar estallar, se concentró en el periódico. Movió los labios mientras leía lentamente los anuncios clasificados.