Tras horas de duro entrenamiento, entrenadores y jugadores ocupaban la pista ensayando tiros a gol. Después de estar tres días concentrados, los Chinooks estaban preparados para un poco de diversión. Dos miembros del equipo de porteros estaban en cuclillas en extremos opuestos de la pista de patinaje, ojo avizor, en espera de que alguien lanzara el disco hacia la portería.
Los sórdidos y crudos comentarios y el constante «zas-zas-zas» de los patines
invadían los oídos de Justin mientras zigzagueaba por el hielo. Las mangas de su camiseta de entrenamiento ondeaban mientras serpenteaba entre la marabunta humana. Mantenía la cabeza alta mientras deslizaba el disco de caucho junto a la hoja del stick. Sintió cómo un defensa novato de tercera línea le echaba el aliento en el cogote y para evitar quedar atrapado contra la barrera le lanzó un disparo bajo a Hugh Miner.
-Trágate esa, granjero -le dijo mientras cargaba su peso en las cuchillas de los patines para pararse bruscamente delante de la portería. Una fina rociada de hielo alcanzó las rodilleras de Hugh.
-Eres mi ruina, viejo -se quejó Hugh, devolviéndole el disco de caucho. Luego miró al otro extremo de la pista, se encorvó otra vez y golpeó su stick contra los postes de la portería, recobrando su compostura sin apartar los ojos del resto de jugadores.
Justin se rió y patinó de regreso al centro de la acción. Al terminar el entrenamiento estaba molido por el esfuerzo, pero feliz de haber regresado a la lucha. Más tarde en el vestuario, le entregó sus patines a uno de los utilleros para que estuvieran afilados al día siguiente y se dio una ducha.
-Oye, Bieber-lo llamó un ayudante de entrenador desde la puerta del
vestuario-. El señor Duffy quiere verte cuando estés vestido. Está con el entrenador Nystrom.
-Gracias, Kenny. -Justin se ató los zapatos, se pasó por la cabeza una camiseta verde con el logotipo de los Chinooks y se la remetió dentro de los pantalones azules de nailon. Sus compañeros de equipo deambulaban por el vestuario con distintos grados de desnudez hablando de hockey, contratos y las nuevas reglas de la NHL como todos los principios de temporada.
No era extraño que Virgil Duffy le pidiera a Justin que se reuniera con él, especialmente, cuando el director general del equipo estaba tanteando el terreno para fichar un nuevo talento. Justin era el capitán de los Chinooks. Era un veterano y nadie conocía el hockey mejor que los hombres que lo llevaban jugando desde que eran niños. Virgil respetaba la opinión de Justin y Justin respetaba la capacidad de Virgil
para los negocios, aunque a veces no estaban de acuerdo. En esos momentos discutían por un buen defensa de segunda línea. Los buenos defensas no eran baratos y Virgil no siempre estaba dispuesto a pagar millones por un determinado jugador.
Mientras se acercaba a los despachos de dirección Justin se preguntó cómo reaccionaría Virgil cuando se enterara de la existencia de Lexie. No creía que el viejo se sintiera demasiado contento, pero ya no temía ser traspasado. Aunque tampoco descartaba la posibilidad por completo. Virgil podía ser tan imprevisible como un volcán. Cuanto más tardara Virgil en descubrir lo que había sucedido siete años antes, mejor. Justin no mantenía a Lexie en secreto a propósito, pero tampoco creía que tuviera que restregársela a Virgil por las narices.
Pensó en Lexie y frunció el ceño. Desde aquella mañana en Cannon Beach, hacía
ya mes y medio, _____ había mantenido a Lexie apartada de él. Ella había contratado a un abogado atildado y cabrón que había insistido en hacerle una prueba de paternidad. Luego, había retrasado el examen durante semanas, pero el día en que la prueba pedida por el tribunal debía ser realizada, ella había cambiado radicalmente de actitud y había firmado un documento legal admitiendo que él era el padre. Con la rúbrica de _____, Justin fue declarado legalmente padre de Lexie.