C A P I T U L O 23

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Cuando músculo, hueso y obstinada determinación colisionaron y los palos de hockey golpearon el hielo, el rugido de miles de frenéticos aficionados llenó el salón de Justin. En la televisión panorámica, Pavel «Torpedo ruso» Bure golpeó al defensa Jay Wells en la cara tirando al gran jugador de Nueva York al hielo.
—Demonios, ese Bure es una pasada. —Una sonrisa de admiración curvó los labios de Justin cuando se dirigió a sus tres invitados: Hugh «Cavernícola» Miner, Dmitri «Tronco» Ulanov y Claude «Enterrador» Dupre.
Sus tres compañeros de equipo se habían dejado caer en la casa flotante de Justin para ver el partido de los Dodgers contra los Atlanta Braves en su enorme televisión. Sólo habían visto dos juegos antes de asentir colectivamente diciendo:
—¡Y ganan más dinero que nosotros haciendo lo mismo! —y entonces habían metido el vídeo de la Copa Stanley de 1994 en el reproductor.
—¿Viste las orejas de Bure? —preguntó Hugh—. En verdad tiene las orejas grandes.
Mientras la sangre de Jay Wells le corría por la nariz rota, Pavel, con los hombros caídos, salía de la pista de patinaje, expulsado por juego sucio.
—Y patina como una niña —agregó Claude con su suave acento francocanadiense—. Pero no es tan penoso como Jagr que es marica perdido.
Dmitri entrecerró los ojos delante del televisor mientras su compatriota, Pavel Bure, era escoltado al vestuario.
—¿Jaromir Jagr es marica? —preguntó, refiriéndose al lateral estrella de los Pittsburgh Penguin.
Hugh sacudió la cabeza al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa, luego hizo una pausa y miró a Justin.
—¿Qué opinas tú, «Muro»?
—No, Jagr golpea demasiado fuerte para ser marica —contestó con indiferencia—. Sólo lo parece.
—Ya, pero lleva puestas todas esas cadenas de oro al cuello —sostuvo Hugh, que tenía fama de decir disparates para llamar la atención—. Puede ser que Jagr sea marica o fan de Mr. T.
Dmitri se dio por aludido y señaló los tres collares de oro que llevaba al cuello.
—Esto no quiere decir que se sea marica.
—¿Quién es Mr. T? —quiso saber Claude.
—¿No viste nunca El equipo A en la tele? Mr. T es el negro grandote con cresta mohawk y todas esas joyas de oro —explicó Hugh—. George Peppard y él trabajaban para el gobierno haciendo explotar cosas.
—Llevar cadenas no significa que uno sea marica —insistió Dmitri.
—Tal vez no —concedió Hugh—. Pero sé de buena tinta que llevar tantas cadenas tiene que ver con el tamaño del pene de un tío.
—Chorradas —se mofó Dmitri.
Justin se rió entre dientes y estiró el brazo sobre el respaldo del sofá beige de cuero.
—¿Y tú como lo sabes, Hugh? ¿Has mirado a escondidas?
Hugh se levantó en toda su altura y apuntó con la lata de Coca Cola vacía a Justin. Entornó los ojos mientras curvaba los labios en una sonrisa. Justin conocía esa expresión. La había visto centenares de veces antes de que «Cavernícola» saliera a aniquilar y patear literalmente las vísceras de cualquier jugador contrario que le desafiara patinando demasiado cerca de la línea de gol de su portería.
—Me he duchado con tíos toda mi vida y no tengo que mirar a hurtadillas para saber que los tíos que cargan con tanto oro están compensando la falta de pene.
Claude se rió y Dmitri negó con la cabeza.
—No es verdad —dijo.
—Sí que lo es, «Tronco» —le aseguró Hugh, caminando hacia la cocina—. En Rusia llevar kilos de cadenas de oro puede significar que eres un machote, pero ahora estás en América y no puedes pasearte por ahí haciendo ver que tienes un pene pequeño. Tienes que aprender estas cosas para no tener que avergonzarte luego.
—O si quieres tener citas con mujeres americanas —añadió Justin.
Sonó el timbre de la puerta cuando Hugh pasaba por la entrada.
—¿Quieres que abra? —preguntó.
—Claro. Probablemente sea Heisler —contestó Justin, refiriéndose a la más reciente adquisición de los Chenooks—. Dijo que a lo mejor se pasaba.
—Justin. —Dmitri atrajo su atención y se inclinó hacia delante sobre el borde de la silla de cuero—. ¿Es verdad? ¿Las mujeres americanas piensan que llevar muchas cadenas significa que tienes un pene pequeño?
Justin hizo un esfuerzo para no reírse.
—Sí, «Tronco». Va en serio. ¿Te cuesta tener citas?
Dmitri se quedó perplejo y se arrellanó en la silla otra vez.
Sin poder aguantarse más, Justin estalló en carcajadas. Miró a Claude, quien también encontraba hilarante la confusión de Dmitri.
—Eh..., «Muro». No es Heisler.
Justin miró por encima del hombro, y su risa murió cuando vio a __________ parada en la entrada del salón.
—Si interrumpo algo, puedo venir más tarde —paseó la vista de un hombre a otro y dio varios pasos hacia atrás, hacia la puerta.
—No. —Justin se puso rápidamente en pie, sorprendido por su repentina aparición. Alcanzó el mando de la mesita de café y apagó el televisor—. No. No te vayas —dijo, lanzando el mando al sofá.
—Está claro que estás ocupado y que debería haber llamado. —Miró a Hugh parado a su lado, luego se volvió para mirar a Justin—. Bueno, en realidad llamé, pero no contestaste. Luego recordé que me dijiste que nunca contestabas al teléfono, así que aproveché la oportunidad y conduje hasta aquí, y... bueno, lo que quería decir era... —Movió la mano en el aire y aspiró profundamente—. Ya se que aparecer sin avisar es increíblemente grosero pero, ¿puedo robarte un minuto?
Era obvio que se sentía aturdida por ser el centro de atención de cuatro grandes jugadores de hockey. Justin casi sintió lástima por __________. Casi. Pero no podía olvidar lo que le había hecho.
—No hay ningún inconveniente —le dijo, rodeando el sofá y caminado hacia ella—. Podemos ir arriba al desván o salir a la cubierta de delante.
__________ miró a los demás hombres de la habitación otra vez.
—Creo que la cubierta sería lo más conveniente.
—Estupendo. —Justin le señaló una de las puertas correderas que había en la estancia—. Después de ti —le dijo y cuando ella pasó delante de él, la recorrió lentamente con la mirada. El vestido sin mangas que llevaba era rojo y estaba abotonado hasta la garganta, exponiendo sus hombros suaves y realzándole los pechos. El vestido le rozaba las rodillas y no era especialmente ajustado ni revelador. Pero aún así lograba reunir todos sus pecados favoritos en un estupendo paquete. 
Molesto porque no debería haber reparado en todo eso, desvió la mirada de sus rizos grandes y suaves que le llegaban hasta los hombros para mirar hacia Hugh. El portero clavó los ojos en __________ como si la conociera pero no pudiera recordar dónde la había visto. Y es que si bien Hugh algunas veces jugaba como si fuera tonto perdido, en realidad no lo era, y no tardaría en recordar que era la novia fugitiva de Virgil Duffy. Claude y Dmitri no jugaban en los Chinooks hacía siete años y no habían estado en la boda, pero seguramente habían oído toda la historia.
Justin se movió hacia las puertas correderas y al abrir se echó a un lado para dejar pasar a __________. Cuando salió, se volvió a la habitación.
—Estáis en vuestra casa —dijo a sus compañeros de equipo.
Claude siguió con la mirada a __________ esbozando una sonrisa torcida.
—Tómate el tiempo que quieras —dijo.
Dmitri no dijo nada; no era necesario que lo hiciera. La ausencia de las cadenas de oro decía muchas más cosas que su tonta sonrisa.
—No tardaré demasiado —dijo Justin con el ceño fruncido, luego salió fuera y cerró la puerta.
Una ligera brisa hacía ondear la bandera azul y verde con una ballena que colgaba desde uno de los balcones mientras las olas mecían suavemente los siete metros y medio de eslora del barco de Justin. Hacía una tarde brillante y el sol se reflejaba tenuemente en las olas. Un velero surcaba pacíficamente el agua. Las personas del barco saludaron a gritos a Justin y él les devolvió el saludo con la mano automáticamente, pero su atención estaba centrada en la mujer que permanecía de pie cerca del borde de la cubierta con una mano levantada sobre la frente, contemplando el lago.
—¿Eso es Gas Works Park? —preguntó ella, señalando un punto de la costa de enfrente.
__________ estaba tan bella y seductora que tuvo la maliciosa idea de tirarla al agua.
—¿Viniste a ver qué vista tenía del lago?
Ella dejó caer la mano y lo miró por encima del hombro.
—No —contestó, volviéndose hacia él—. Quería hablar contigo sobre Lexie.
—Siéntate —señaló un par de sillas Adirondack. Cuando ella se sentó, él giró la suya para quedar frente a ella.
Con los pies separados y las manos en los reposabrazos Justin esperó que comenzase.
—La verdad es que te estuve llamando. —Lo miró brevemente, luego le deslizó la mirada por el pecho—. Pero saltaba el contestador y no quise dejar un mensaje. Lo que quiero decir es demasiado personal e importante para dejarlo en un contestador automático y no quería esperar que volvieras del viaje para hablar contigo. Así que, aún corriendo el riesgo de que no estuvieras en casa, conduje hasta aquí. —Volvió a mirarlo otra vez y luego desvió la mirada a las puertas correderas—. En realidad, lamentaría interrumpir algo importante.
En ese momento Justin no podía pensar que hubiera nada más importante que lo que __________ tenía que decirle. Porque le gustara o no lo que tenía que decirle, tendría grandes repercusiones en su vida.
—No estás interrumpiendo nada.
—Bien. —Finalmente ella lo miró con una leve sonrisa en los labios—. ¿Y supongo que no reconsiderarías la idea de salir de mi vida y de la de Lexie?
—No —contestó él rotundamente.
—No creí que fueras a hacerlo.
—Entonces ¿por qué estás aquí?
—Porque quiero lo mejor para mi hija.
—Entonces queremos lo mismo. Aunque no sé si coincidiremos exactamente en qué es lo mejor para Lexie.
__________ bajó la vista al regazo y aspiró profundamente. Estaba nerviosa, tan nerviosa como un gato mirando la mandíbula de un doberman. Esperaba que Justin no hubiera notado su ansiedad. Necesitaba controlar no sólo sus emociones sino la situación. No podía permitir que Justin y sus abogados controlaran su vida o decidieran lo que era más conveniente para Lexie. No podía dejar que las cosas llegaran hasta ahí. Era __________, no Justin, la que iba a dictar los términos del acuerdo.
—Esta mañana mencionaste que pensabas hablar con un abogado —comenzó, y deslizó la mirada sobre la camiseta Nike de Justin, por el fuerte mentón oscurecido por la sombra de la barba, y por esos ojos azul oscuro—. Creo que podemos llegar a un acuerdo razonable sin que tengamos que meter a los abogados de por medio. Una batalla en el juzgado afectaría mucho a Lexie y no es eso lo que quiero. No quiero que haya abogados involucrados.
—Entonces dame una alternativa.
—De acuerdo —dijo __________ lentamente—. Creo que Lexie debería llegar a conocerte como un amigo cercano.
Él arqueó una ceja.
—¿Y qué más?
—Y tú puedes llegar a conocerla también.
Justin la miró durante varios segundos antes de preguntar:
—¿Eso es todo? ¿Ése es tu «acuerdo razonable»?
__________ no quería hacer esto. No quería decirlo y odiaba que Justin la estuviera forzando.
—Cuando Lexie te conozca bien y esté cómoda contigo, y cuando yo crea que es el momento adecuado, le diré que eres su padre —«y mi hija me odiará por haberle mentido», pensó ella.
Justin ladeó la cabeza. No parecía demasiado contento con su proposición.
—¿Entonces —dijo— se supone que tengo que esperar hasta que «tú» creas que es el momento adecuado para contarle a Lexie quién soy yo?
—Sí.
—Dime por qué debo esperar, __________.
—Ya nadie me llama __________ —y ya no bromeaba ni coqueteaba para conseguir lo que quería. Ya no era __________ Howard—. Preferiría que me llamaras __________.
—No me importa lo que prefieras. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. Ahora, dime por qué debería esperar, __________.
—Va a ser una gran impresión para ella y creo que debería hacerse tan suavemente como sea posible. Mi hija sólo tiene seis años y estoy segura de que con una batalla legal sólo conseguiríamos lastimarla y confundirla. No quiero hacer daño a mi hija pasando por un tribunal...
—Ante todo —la interrumpió Justin—, la niña a la que te refirieres como «tu hija» es de hecho tan hija mía como tuya. Segundo, yo no soy aquí el chico malo. No habría mencionado a los abogados si tú no me hubieses dejado muy claro que no me ibas a dejar ver a Lexie de nuevo.
__________ sintió el resentimiento que destilaba su voz y aspiró profundamente.
—Vale, pues he cambiado de idea. —No se podía permitir discutir con él, aún no. No hasta que obtuviera lo que quería.
Justin se repantigó en la silla y se metió los pulgares en los bolsillos delanteros de los vaqueros. Entrecerró los ojos y la desconfianza que sentía se le notó claramente en la boca.
—¿No me crees?
—Francamente, no.
Mientras esa tarde iba hacia allí en el coche, había imaginado varios «si él dice eso, entonces yo diré esto» y tenía todos los contraargumentos preparados en su mente, pero nunca había imaginado que no la creería.
—¿No confías en mí?
La miró como si estuviera chiflada.

Simplemente irresistible {Justin Bieber & Tu} TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora