Cinco.

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Sábado, 21 de Noviembre.

Dash toma su diario y pluma, pero de forma inmediata las vuelve a poner en su lugar. La inspiración sólo le da para escribir la fecha de hoy.

Suspira, abre su armario y sus ojos se mueven rápidamente en busca de una corbata que combine con la camiseta que trae puesta hoy. Toma una color rojo de su cajón y la coloca a la altura de su cuello para ver sí realmente combina, se decepciona al notar que ocurre todo lo contrario, pero sigue intentando con otra de color morado, o tal vez una vino, incluso prueba con una azul marino y ninguna le parece suficiente. Se desase del objeto tirándolo a un lado de forma desordenada, al tiempo que bufa de forma frustrada. Son apenas son las dos de la tarde y ya se encuentra ansioso por su cena con el señor-enes-excesivas que es hasta las siete y media de la noche.
No es que este precisamente entusiasmado, para nada, más bien tiene uno de esos presentimientos que te revuelven las tripas; no sabe porqué, eso nunca se sabe, pero le molesta en demasía.

Sus pies descalzos se mueven por el suelo de madera perteneciente a su cuarto, a continuación bajando por las extensas escaleras de mármol y por último llegando a la cocina donde Vera se encuentra lavando los trastes sucios.

—Deberías usar el gimnasio. Eso quitaría tu ansiedad—adivina ella, sintiendo los movimientos inquietos de Dash a su espalda.
Éste suelta el aire reprimido y asiente sin usar palabra alguna, de nuevo sus pies se mueven y se detienen sólo hasta dejarlo en el gimnasio de su casa. Una de las maravillas que posee la cueva de Dash.

Comienza por deshacerse de la molesta camisa formal que parece estarlo sofocando, por lo que su playera blanca de tirantes cortos y su bóxer son lo único que trae puesto. Avanza hasta el primer aparato llamado Peck Deck, y comienza a trabajar sus pectorales y hombros en series de veinte repeticiones, después de terminar eso, se acuesta en el banco press, donde fortalece los tríceps y pectorales.

Su mente divaga y termina haciendo tantas repeticiones que pronto ya no puede más, de modo que recoge su ropa y vuelve a su cuarto para disfrutar de una relájante ducha en la bañera de su baño.

Después de secarse con una toalla de algodón su tonificado cuerpo, se coloca la misma toalla debajo de los huesos y líneas en forma de uve en la cadera, luego se ocupa de secar su cabello con otra toalla más pequeña. De forma simultánea abre su armario y rebusca entre sus cajones algún bóxer, un par de calcetas, unos jeans oscuros informales que rozan lo formal y un par de zapatos.
Separa la toalla de su cadera y se ocupa de vestirse tomando su tiempo, al terminar con el proceso—sin abrocharse los botones de su camiseta azul pálido—, regresa al baño y se enfoca en acomodar su cabello para que quede ligeramente peinado hacia arriba.

Abrocha lentamente los botones de su camiseta, sin terminar con los que están cerca de su cuello y prosigue con los de sus mangas, luego coloca su blazer azul marino, termina subiendo las mangas hasta su codo. Como último accesorio, agrega su rolex.

Su mirada se dirige al espejo frente a él, más bien a su reflejo en el y se nota nervioso en demasía. Sigue sin explicarse por qué, y presiente que no le gustaría discubrirlo, de modo que, por ahora se limita a suspirar y mirar su reloj. Cinco y media.

Se sienta sobre su silla de piel frente a el escritorio de madera, toma su pluma y se prepara para escribir.

Sábado, 21 de Noviembre.

Escribe de nuevo debajo de la fecha que ha escrito con anterioridad, pero como entonces, la inspiración no le da para escribir nada más.

Unos nervios invaden mi sistema, me siento extraño y no sé de que forma expresarlo. Estoy dudando sobre llegar a la cena o dejar plantado a mi nuevo socio. ¿Sería muy maleducado?

No sé como deshacerme de este sentimiento, así que trato escribiendo; no desaparece por completo.

Es lo único que logra escribir antes de suspirar con frustración, sus ojos se cierran y no sabe qué pensar; su ansiedad incrementa.

Al faltar bastante tiempo para su cita, decide irse caminando, la ubicación del restaurante no es tan lejos y estar en movimiento lo distrae bastante. Hasta qué llega un mensaje; uno de esos que jamás esperas, no al menos después de cierto tiempo.

"Te extraño. ¿Podemos vernos pronto?—Mel."

Melissa Mather, su última novia de la universidad, rubia y con unos ojos estupendamente marrones, energética y extrovertida, quisquillosa y a veces entrometida en demasía. Todo lo contrario al amor de su vida.
La razón por la que terminaron su relación, fue porque se graduaron y tomaron caminos separados y para nada similares. Y ahora lo extrañaba.
En el momento no pudo formular una respuesta, así que simplemente bloquea su celular y sigue caminando, ya tenía suficiente con la sensación que estaba experimentando como para añadirle algo más.

Tardó alrededor de una hora en llegar a su destino, aún faltaba media hora para la hora acordada, de cualquier forma, activó la reservación y lo atendió una mujer castaña de forma inmediata, llevándolo a una parte más privada del U'shante Restaurant, donde había a penas dos personas discutiendo tranquilamente en una mesa a aproximadamente diez metros de distancia.

La castaña se portó servicial en demasía, asegurándose cada cinco minutos de que estuviera todo en orden y preguntándole cada dos segundos "¿desea ordenar?". Dash estaba al borde entre la desesperación y mofarse cuando vio al señor-enes-excesivas acercándose tranquilamente. Su respiración se quedó atascada al percatarse quién era su acompañante.
O su prometida, debía recordar eso, sin embargo no pasó por su memoria en ningún momento. Suficiente tenía con la impresión.

FANGIRL, seamos historia... [PAUSADA TEMPORALMENTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora