"Cruzando la Puerta...
Sólo así sabrás lo que hay del otro lado"
--Ese no está a la venta, Señor.
Vicente observaba cómo su padre mantenía entre sus pertenencias, aquel Espejo de cuerpo Entero. Y era entendible puesto que aquel Espejo era de la mujer que más había amado en toda su vida. Una herencia familiar que pasaba de mujer a mujer, pero que ésta vez no había tenido heredera debido a un parto dificultoso que se había llevado a ambas.
El padre de Vicente nunca más volvió a tener una mujer. Ambos vivieron solos en una vieja casona que heredaron de un Anciano que los adoptó como Familia una vez que tuvieron que irse de la Ciudad. Aquel Anciano había querido mucho a Vicente, tanto como a un nieto; un hombre que si no hubiese sido por las canas, nadie le hubiese dicho "Viejo", porque su rostro era jovial y casi tan perfecto como el de un joven de veinte años. Sabía mucho y parecía siempre ver más cosas que el resto de las personas.
Su vida la basó en la carpintería, incluso, la mayoría de los muebles de aquella Casona eran obras suyas. Obras únicas y de incalculable valor que un hombre gordete estaba dispuesto a pagar. Pero el Padre y Vicente sólo le habían vendido un escritorio, y el hombre no estaba dispuesto a irse sólo con ese mueble. Es por esto que su mirada había caído en el Espejo de Cuerpo Entero que descansaba en una de las paredes de la Sala de Estar.
Tenía un labrado único y bastante extraño, que de pequeño Vicente pensaba que se trataba de simples líneas sin importancia, pero después de adulto se percató que era una escritura que iba por todo el borde del Espejo. Claro que la traducción de aquella escritura nunca la encontró, ni siquiera se supo de cuál idioma se trataba, ni mucho menos pensar en hablarla, ya que de por sí, debido a los frenillos que tuvo que usar por varios años, hasta la pronunciación del español le era más que difícil.
Pero Vicente suspiró aliviado cuando el hombre se fue y vio a su padre ya relajado. El hombre se veía mucho más viejo de lo que era, y era entendible por todo lo que había pasado. El muchacho le palmeó el hombro y se fue a ver el Espejo como le era costumbre. Cuando el reflejo de un hombre joven le devolvió la mirada, Vicente se quedó pensando en que su hermana, de estar viva, hubiese estado de pie frente a ese Espejo probándose toda la ropa hasta dar con la indicada para el día o para salir con los amigos.
Se acomodó el pelo que siempre se negaba a estar en un lugar fijo y cogió su botella de agua para salir a correr por la carretera, a orillas del Bosque. Mientras lo hacía siempre se colocaba a pensar en su infancia y en lo que hubiese sido su vida si su madre y hermana no hubiesen muerto. Recordaba a su madre mirarse en el Espejo para ver cómo iba creciendo su barriga mientras le hablaba a él sobre el bebé que venía en camino. Siempre le resaltó que aquel Espejo protegía a todas las mujeres de la Familia, que una tatarabuela lo había recibido de una mujer muy poderosa como muestra de agradecimiento a algo que había hecho. Claro que en aquel entonces Vicente le parecía asombrosa aquella historia, sobre todo mágica; pero hoy en día se percataba que sólo se trataba de un cuento de hadas a una edad en que todo creía.
Aunque había que reconocer que una vez que ambas mujeres habían muerto, Vicente siempre visitaba el Espejo con la esperanza que aparecieran ahí, con la esperanza que el Espejo las hubiese salvado en otro mundo. Pero por más que lo visitó, siempre sólo le devolvió su propio reflejo que cada año iba creciendo y cambiando.
Pero lo seguía haciendo. Quizás debido a que una vez cuando pequeño, colocó frente a éste una figura de madera que el Anciano le había elaborado especialmente para él. Una figura que representaba un caballo alado, más conocido como Pegaso, ya que el pequeño soñaba con volar en uno de esos.
Pero Vicente, cuando supo que tendría una hermana y que como buen hermano mayor debía protegerla, le iba a regalar esa figura cuando la fuese a visitar el día que naciera en el hospital. Pero por travesuras del destino no pudo, así que colocó aquella figura frente al Espejo con un:
--Es para ti, hermana. Para que puedas seguir a los Ángeles.
Y luego se retiró.
Una Anciana le había dicho que su hermana era un ángel, y la inocencia de él le hizo pensar en cómo volaría como ellos si no tenía alas. Por ello le dejó la figura, la cual, al rato después ya no estaba.
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Estiró el cuerpo una vez que terminara de revisar una de las cajas heredadas por su abuela. A su padre le había dado por ver qué había de servible en esa Casa y él le estaba ayudando nada más por curiosidad, porque aquellas cosas siempre habían estado olvidadas en el ático en unos baúles con llaves perdidas en el tiempo o que quizás la mujer se había llevado a la tumba.
Cogió otra caja que cabía perfectamente en su mano y ya estaba por usar aquel artefacto para abrir cerraduras, cuando se percató del labrado de ésta. Si no estaba equivocado, era el mismo que el del Espejo.
Mientras su padre observaba ensimismado un álbum de fotos en blanco y negro, Vicente bajó hasta el Espejo y lo comparó con la caja aquella. Efectivamente era "juego".
Suspiró y alzó la cajita para mirarla mejor cuando notó un leve resplandor en el borde de ésta, justo donde la tapa se juntaba con la caja. Asombrado movió su otra mano hasta ella en un intento para abrirla, pero justo por el Borde del Espejo algo comenzó a moverse.
Vicente quedó congelado. Entre las pequeñas figuras labradas en el borde, había una pequeña serpiente en la parte superior del Espejo rodeando un símbolo, la cual ésta vez ya no estaba y se encontraba moviéndose por el borde del éste hasta volver a su lugar.
Cuando terminó su camino, el reflejo de Vicente había desaparecido y dejaba a la vista un bosque.
La caja cayó al suelo por la impresión del hombre, quien después de unos segundos estiró su mano para tocar el vidrio. No sabía qué pensar, sólo se percataba que lo que estaba pasando, no era algo normal. Siempre había soñado que el Espejo hiciese algo como aquello, y ahora que lo hacía, pensaba que se había vuelto loco o que se había quedado dormido revisando las cosas y que estaba en su sueño.
Pero la sensación de su mano era real. No se topó con algo sólido como el vidrio, sino que con algo acuoso y frío. Era como agua y sus dedos se metieron en ella con facilidad. Cuando metió la mano completa, sintió que algo lo jalaba hacia el otro lado...y en un dos por tres, su cuerpo traspasaba aquel Espejo.
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El Cantar al otro lado del Espejo
FantasyLos Espejos no sólo pueden mostrarnos nuestros reflejos, si no que también llevarnos a aquel mundo donde se pueden encontrar aquello que perdemos...o incluso, aquello que creemos que no tenemos.