Capítulo 6

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Una vez que aceptas tu destino,

Varios caminos surgen en el trayecto.


Vicente estaba silencioso. Estaba sentado sobre la cama mientras sus ojos observaban por la ventana cómo se movían las ramas. El aire que entraba por ella era cálido y acogedor meciendo suavemente su cabello. Su mejilla descansaba sobre la frente de Constanza, presionando levemente una hoja del Árbol Invernalia, mientras que sus brazos la abrazaban con suavidad a la vez que se mecía con ella.

Llevó una mano para acariciarle la mejilla a la vez que se le escapaba un suspiro. La fiebre ya le había bajado bastante y ahora la joven dormía plácidamente entre sus brazos.

Una presencia entró en la habitación, pero él no varió su pose. En ese minuto, para él, sólo existía aquella joven que quería como a una hermana.

--Debéis ir a buscar vuestra espada. Y de paso traer las de Khönstyanzea.

Vicente levantó la cabeza y se giró un poco hacia atrás para observar a la bella Elënnua. Le miraba tranquila, con un brillo en los ojos que calmaba a cualquiera. Recordaba haberse aferrado al cuerpo de Constanza en un intento que no se la quitara pensando que había muerto y que Melberó con Christine se la querían arrebatar de sus brazos. Pero la calidez de las manos de la Elfa en el rostro del él al levantarlo, lo hizo aflojar y entregársela a los Elfos.

La Princesa lo había ayudado a colocarse de pie mientras los ojos de Vicente sólo observaban cómo se alejaban con Constanza en brazos. Lo guió por el camino y lo atendió mientras él no reaccionaba en espera de lo que dijeran sobre la muchacha.

--Yo cuidaré de ella.—le dijo la Elfa al ver que Vicente dudaba—No me separaré de su lado hasta que regreséis. Lo prometo.

Vicente suspiró y dejó suavemente en la cama a Constanza, para luego depositarle un beso en la frente:

--Volveré pronto, mi pequeña Colibrí.

Al pasar por el lado de Elënnua, se detuvo y la observó. Su mirada era tan intensa y suave que sentía que el corazón se le encogía:

--Gracias.

La Princesa le sonrió y alzó una mano para colocarla en su mejilla, donde él la atrapó y la mantuvo ahí para seguir sintiendo esa suavidad. En un acto reflejo, giró un poco su rostro y le dio un beso en la palma de la mano. Luego se la quitó suavemente para de nuevo llevarla a sus labios. Y mientras la acariciaba con la punta de su nariz oliendo el suave aroma de su piel, la volvió a mirar a los ojos. Elënnua sólo le miraba con un brillo en éstos.

Bajó la mano y salió de la habitación. Al bajar las escaleras que daban a aquella casa construida en un árbol, se topó con dos elfos que le esperaban para guiarlo hasta el lugar. Los siguió en silencio intentando alcanzar sus largos pasos, aunque sentía que caminaba por las nubes después de todo lo que había pasado. Cuando llegaron al Borde de los Territorios de los Elfos, ambos se detuvieron y él tuvo que terminar el trayecto de forma solitaria. Pero no era muy lejos. Muy pronto encontró las armas en el lugar donde las habían dejado caer.

La espada estaba tan limpia como si no hubiese sido usada, pero de todas formas la envolvió para evitar el contacto con aquel veneno. Luego de colgarla en su espalda fue por las de Constanza, pero antes de levantarlas se sentó en un tronco a pensar.

--¿Confundido?

Una voz profunda salió de la espesura del bosque. La noche estaba haciendo acto de presencia, por lo tanto no lograba ver nada; pero lejos de asustarle, había algo en aquel tono que lo hacía sentir grato y en compañía. Era una voz tan profunda, tan sabia, tan cargada de majestuosidad, que hizo que Vicente se sintiera protegido y no en peligro.

El Cantar al otro lado del EspejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora