Capítulo 8

4 0 0
                                    

Nunca en la vida hemos caminado solos

Siempre hemos tenido ángeles que nos acompañan.


Vicente bebía algo caliente mientras sus ojos no dejaban de observar la oscuridad en aquella helada noche. Istariot también estaba en la misma pose, atento a cualquier movimiento, aunque su mirada se desviaba al rincón donde descansaban Constanza con los dos niños. Si bien en su minuto, el tener una familia no estaba adentro de sus planes, ahora que la veía dormir abrazando a aquellos dos pequeños, sentía aquel deseo. No pudo evitar imaginarla en su lecho matrimonial en el Castillo de Lizhiat junto a sus dos jóvenes hijos, ambos herederos al trono; pero ahora estaban al interior de una pequeña cueva en aquel territorio peligroso descansando después de una agitada tarde. Claro que la primera en descansar sería Constanza, mientras que ambos hombres estarían alertas ante cualquier peligro, pero una vez que ella cerró los ojos juntos a los niños, Istariot y Vicente se miraron pensando en lo mismo: dejarla descansar, después de todo, había sido ella la que había llevado casi toda la lucha.

No hubo necesidad de palabras, pero ambos hombres pensaban en lo mismo: en la capacidad de lucha de Constanza. No sólo era una Rastreadora, sino que también una Cazadora por la forma en que había peleado usando tres distintas armas.

--Dormid un poco, joven Vicente. Luego le despierto para dormir un poco yo.

--La verdad es que no tengo sueño. El saber que ese tipo de sujetos anda cerca, hace que esté alerta, además que no me puedo quitar de la cabeza aquella imagen del Pueblo destruido.

El Rey suspiró y Vicente le miró.

--¿Os puedo confesar algo, joven Vicente?

--Dígame.

--Pude haber evitado la destrucción de ese Pueblo.

El joven le miró. Istariot continuó:

--Estas tierras colindan con mi Reino, por ende, es mi deber darles protección. Una hora antes de salir, recibí la solicitud de ayuda, pero se las negué porque me debían dinero.

Vicente guardó silencio sin saber qué decir, más aún, al ver cierto semblante en Istariot que no era para nada igual al que le había conocido el primer día.

--Yo no soy el hermano de Constanza.

El Rey le mira casi asombrado:

--Pero os tratáis como tal.

--Lo sé. A corta edad perdí a mi madre y hermana...soy de otro Mundo, y al llegar aquí Constanza me protegió como una hermana y yo le he querido como tal.

--Y la nombráis como tal.

--Se me escapó aquella palabra, y al parecer a ella le agradó. No lo he hecho siempre, no quiero engañarme a mí mismo, pero no he podido evitar ver en ella a la hermana que perdí a tan corta edad y que nunca vi crecer.

--Entiendo.

El amanecer llegó pronto y Constanza despertó percatándose que los hombres la habían dejado descansar junto con los niños, quienes se mantenían junto a ella aún temerosos por lo que habían vivido. Claro que la niña le había hablado y parecía haber madurado un poco después de aquel suceso, en cambio el niño se mantenía mudo y aferrado a la mano de Constanza.

Camille y Ephrén eran los nombres de los niños, ambos de distintas familias, pero que se habían juntado cuando fueron capturados. Se conocían porque sus familias vivían cerca, y ahora no sabían lo que les deparaba el futuro puesto que ambos lo habían perdido todo.

El Cantar al otro lado del EspejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora