Lo que deseas con avaricia
No te será eterno.
Emmet era el Guardia Principal. Jamás le agradó Erhert, uno de los Consejeros del Rey Istariot, y ahora se daba cuenta que era con justa razón. Pero no por nada poseía el rango que tenía, y su buen olfato lo hizo ser precavido, sobre todo en la ausencia de su Rey. Si bien sabía que aquel hombre no estaba solo y que no iba a poder contra él si llegaba el momento de alguna traición, bien podía colocar a salvo lo más valioso que había en ese Castillo: el Juramento y la Entrada a la Profundidad de la Montaña.
La alarma sonó y los pueblerinos se refugiaron en la Casas, Emmet no presentó lucha cuando se vio rodeado de los sirvientes de Hades en el mismo Castillo; no sacaba nada con ello porque sabía que aquel sujeto los había rodeado sin forma de escapar. Prefería optar por la vida de las personas del Reino. Mientras no presentaran resistencia, estarían a salvo mientras llegaba el Rey.
Erhert, al no encontrar el Pergamino, torturó a Emmet para poder sonsacarle la información, pero el hombre se mantuvo firme y por más que lo hicieran sufrir, ni siquiera lograron sacarle ni un mísero grito de dolor. Claro que con lo que no contaba el Guardia, era que aquel sujeto tenía un poder especial, y era el de leer las mentes. Cuando no pudo sacarle información por medio de lo rutinario, usó su poder. Emmet apretó los ojos lo más que pudo para que no leyera a través de ellos, pero Erhert enterró sus garras –sí, sus uñas parecían garras—en su cabeza y absorbió con ella la información. Emmet no pudo aguantar ese dolor y gritó al sentir cómo su cerebro era estrujado.
Pero había algo con lo que no contaba Erhert: la desconfianza de Istariot. El Rey no confiaba en nadie, salvo en sí mismo, por lo tanto, el supuesto pergamino con el Juramento que muchos veían adentro de una caja de cristal en una de altas torres del Castillo, no era el verdadero. Sólo él sabía la ubicación exacta de ese documento.
El hombre hizo registrar todo el Castillo en su busca, pero no encontró nada, ni siquiera alguna pista. Volvió donde Emmet para hurgar en su mente, pero no encontró nada que le sirviese. Sabía que ello le significaría un castigo por parte de Hades, porque debía haberse asegurado de saber dónde estaba el pergamino; pero al menos se habían tomado Lizhiat, o al menos esperaba que eso satisficiera un poco a su Señor.
Pero no se rindió. Al menos sabía cuál era la entrada a la Profundidades de la Montaña, y con un buen número de hombres, se dirigió hasta allá. Al menos con eso esperaba que Hades no se molestase por el asunto del Pergamino con el Juramento. Además este último asegurada la fidelidad de los enanos, por ende sin él, sólo le indicaba que tendrían que entrar a pelear con ellos.
La entrada era una trampilla en el suelo, camuflada por un gigantesco dibujo del Escudo del Reino. La escalera era bastante larga en forma de caracol y nada de iluminado, por lo tanto debieron de hacerse de antorchas. Cuando pasaron un par de horas llegaron a una puerta de piedra con dos gárgolas dispuestas a ambos lados en cuyas cabezas había dos antorchas apagadas que el hombre encendió con la suya.
Intentó abrirla, pero una de éstas Criaturas habló:
--Contraseña.
Eso no se lo esperaba. En ningún libro salía que se necesitase de alguna contraseña.
--Contraseña.—pidió por segunda vez aquella gárgola.
--Derribemos la Puerta—dijo Erhert y al instante sus hombres lo intentaron.
ESTÁS LEYENDO
El Cantar al otro lado del Espejo
FantasyLos Espejos no sólo pueden mostrarnos nuestros reflejos, si no que también llevarnos a aquel mundo donde se pueden encontrar aquello que perdemos...o incluso, aquello que creemos que no tenemos.