Capítulo 4

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Acepto. No sé por qué, pero acepto bailar con él.

Justo en ese momento, y siendo un capricho del destino, comienza a sonar una de mis canciones favoritas: Lento de Daniel Santacruz.

Poco a poco, se acerca a mí, supongo que por recelo a que cambie de opinión. Pero no voy a hacerlo. La encandiladora voz de Daniel, empieza a entonar la letra:

"No quiero separarme de ti,

ni siquiera un momento.

No quiero perder el tiempo.

Tú sabes que te quiero a morir,

que no soy de aspavientos.

Y que me gusta lento."

Con una precisión perfecta bailamos la canción en silencio. Lo hace estupendamente, es un gran bailarín. La canción sigue su ritmo, y yo me pierdo en el momento. Me envuelven la música, sus brazos y su olor. La mezcla perfecta. Las personas a nuestro alrededor bailan, cada uno a su bola.

-Conoces la canción -Afirma, cerca de mí.

Yo le miro a los ojos, y asiento.

-Es una de mis canciones favoritas -digo, y él sonríe.

-No la había escuchado en mi vida. -Con un movimiento de caderas, hace que nos giremos, y así, aprovecha para pegarme todo lo posible a él. Su pelvis, está totalmente pegada a mi vientre y sus movimientos, me mueven a su antojo.

-Pues no sabes lo que te has perdido -Consigo balbucear.

La canción continúa; sigo deleitándome con ella y con el bailarín que me tiene entre sus brazos. Me mece en las partes más lentas y me guía, divinamente, en el estribillo.

"Lento, baílame lento,

así, con todo sentimiento.

Vem menina, não me deixe.

Lento, cierra los ojos

y vivamos el momento.

Baila conmigo hasta que veas salir el sol."

Concluye, y así, nuestro perfecto baile, lo hace también. Lentamente, nos separamos, pero antes de que podamos decir algo, Elvira, me coge del brazo.

-¡Aurorita de mi alma, necesito tu ayuda! -exclama aceleradamente. A regañadientes, dejo de prestar toda mi atención al capullo que me llama refunfuñona, y la presto a mi alocada amiga.

-Tú dirás.

Se aferra más a mi brazo, y con una sonrisa inocente, dice:

-Lo siento, Pablo, pero me la llevo.

Él permanece impasible, y murmura:

-Toda tuya.

En ese momento, Iris, que ya estaba tardando, se coloca en medio de los tres, y reclama su sitio con su "corazón"; como lleva toda la noche llamándole.

Cursi.

Elvira, me conduce hasta los baños de mujeres, y nos encerramos en un cubículo.

-¿Qué sujetador llevas? -inquiere apresuradamente.

La miro con incredulidad y enarco una ceja.

-¿Para qué quieres saberlo?

De ella me lo espero todo. Con gesto de premura, ordena:

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