Ruedo por la cama como una croqueta por <<no sé cuantas veces van ya>>, y me desperezo estirando los brazos hacia el cabezal de la cama. No consigo pegar ojo... Estiro uno de mis brazos, y de la mesilla de noche, cojo mi Samsung Galaxy S6.
Las 04:30 a.m
Perfecto, Aurora. Llevas dando vueltas en la cama durante dos horas y media. Todo por culpa de él. Siempre él. ¿No le basta con jorobarme el día, sino que también la noche? Parece que para él no es suficiente. Todavía puedo ver su cara de <<Si estuviéramos solos te enterarías>>, cuando llegó a los veinticuatro minutos, ocho segundos, del arroyo donde le dejé. Cuando llegué empapada, las chicas me hicieron un tercer grado sobre de dónde venía empapada y con los labios hinchados. Como puede, me escabullí y subí a darme una ducha. Al salir, me vestí corriendo para asegurarme de la cara que traería Pablo al volver. Efectivamente, justo a tiempo para carcajearme mentalmente de él.
Obviamente, ese detalle no pasó desapercibido para las cotorras de mi hermana, primas y amigas. Demasiadas hormonas femeninas aburridas a expensas de sucesos con los que alimentar su morbo. A él, también le hicieron el tercer grado, pero aguantó y mintió como un campeón. Dijo que se había perdido por la arboleda, se encontró con el arroyo y, como hacía tanto calor, se dio un chapuzón.
No lo creyó ni el jarrón de porcelana china de la estantería. Por suerte, nuestros padres y abuela libertina, habían salido a comprar unos merengues muy ricos que hace la mujer de la cafetería de la urbanización. Aquí no solo hay villas, también hay una panadería, un bar, una cafetería, e incluso, un salón recreativo. Sin obviar el club de tenis. Pero como soy alérgica a todo deporte existente, jamás voy por allí. Solo iba de joven para montar las botellonas con los amigos. Nada más.
Decido intentar olvidar el recuerdo de los labios y la lengua de Pablo sobre los míos, e ir a buscar a mi fiel amante: el helado de chocolate bombón. Eso sí que es placer. Bueno, y los besos del capullo, pero eso lo negaré ante cualquier letrado, juez y martillo que dicte sentencia.
A hurtadillas, bajo los escalones de la casa. Entro a la cocina, y abro el congelador de la nevera. Como si fuera una obra de arte expuesta en el Prado, está mi tarrina de helado. Dispuesta para ser completamente engullida por mí.
¿Complejos? ¿Kilos de más? ¿Lorzas y michelines? ¿Qué es eso? ¿A quién le importa?
A mí no.
Con sigilo y cuidado de no hacer ruido, cojo una cucharilla del cajón de los cubiertos, abro la tapadera de la tarrina y ¡a disfrutar!
Mmmm... estoy cometiendo uno de los pecados capitales: la gula. Pero que placer me está dando hacerlo. Cucharada, cucharada, Pablo, cucharada, Pablo, cucharada, cucharada, Pabl... ¡cucharada! Joder, ni comerme el helado tranquila puedo sin pensar que son sus labios lo que me roza los míos. Y, aunque me pese, sus labios son más tentadores que el helado.
–¡Gorda! ¡Así te vas a poner comiendo helado como una cerda! –Elvira aparece a mi lado, con un moño ladeado y despeinado, rímel corrido y su camisón de Piolín desgastado –. Dame un poco, quiero engordar contigo.
Me roba mi cuchara, la muy puta, y se queda tan ancha. Ah, no. Con mi helado no.
–¡Elvira! Coge otra tarrina. Ésta es mía –Intento arrebatársela, pero ella es más rápida y la quita de mi alcance –. Dámela... –siseo, planteándome estrangularla y enterrarla cerca de la finca de lo Gutiérrez.
Ella niega con la cabeza y sentencia:
–Hasta que no me cuentes como folla el arquitecto no te doy nada. ¿Crees que nos hemos tragado ese cuento que habéis soltado? –Ahora pone cara pervertida y ordena –: Quiero todooooos los detalles íntimos, ¡ya!
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Nuestros
RomanceAurora, una prometedora diseñadora de interiores, lleva una vida monótona, pero feliz en Madrid. Lleva un gran sufrimiento a sus espaldas que no la deja ser del todo ser feliz, pero aún así, hace todo lo posible por salir adelante. Todo esto cambia...