Despierto de mi bonito sueño —No recuerdo qué era pero estaba muy a gusto—, cuando un peso muerto cae encima de mí y empieza a hacer la croqueta por mi cuerpo. Me quejo, grupo y me coloco bocabajo para que la luz que entra por la persiana que acaban de abrir me perturbe.
—Venga, tía, ¡levanta el culo! —Me zarandean y zarandean, hasta que me levanto como un resorte, haciendo que la culpable de mi mal humor se caiga de culo en el colchón.
—¡Quieres dejarme tranquila! —le espeto y vuelvo a tumbarme.
María no se conforma con mi respuesta y vuelve a la carga.
—Aurora, son las diez de la mañana. Hemos quedado con los chicos a las doce en el centro. ¡NO TE VA A DAR TIEMPO A ARREGLARTE! —grita y me levanto, fulminándola y tirándome encima de ella.
—¡No van a morirse por esperar quince minutos! —repongo—. Joder, me he acostado hace tres horas, tengo sueño y...
Pero parece ser que mi prima no comparte mi opinión y me coge del pelo. ¡Oh, oh...! No querrá despertar a le bestia. Grito y también la agarro del pelo, tirando con todas mis fuerzas. Nos chillamos, reímos a carcajadas y acabamos cayéndonos de la cama hasta rodar por el suelo.
—¡Puta, que yo tengo el pelo muy fino! —me gruñe como puede e intenta subirse a horcajadas encima de mí.
—¡Te jodes! ¡Tú has empezado!
Armamos un escándalo, hasta que, de pronto, alzamos la mirada y encontramos a nuestro sobrino Miguel mirándonos haciendo un puchero.
—¡ABUELO! —Llama a mi padre entre lágrimas—. ¡Las titas se están pegando! —solloza y sale corriendo por el pasillo.
María y yo nos miramos bloqueadas, soltamos un carcajada y después nos ponemos de pie y salimos corriendo en busca del pequeño. Mi sobrino aún no había nacido cuando mi prima y yo ya llevábamos muchos años jugando a tirarnos de los pelos. De hecho, nos encanta. Sí, damos pena, lo sabemos, pero así somos felices.
—Cariño, ven —le digo corriendo tras él.
Pero el crío corre mucho más rápido que nosotras.
—¡Miguel, estábamos jugando!
Ya es tarde. Cuando llegamos a la cocina, mi hermana y Edu, mi cuñado, nos miran con los ojos entornados, mientras mi padre niega con la cabeza y nos clava sus ojos con condescendencia.
—Desde luego, no tenéis remedio —murmura mi padre con el niño en brazos—. Parece mentira que tengáis veintitantos años. Sois un par de crías.
Ella y yo nos miramos reprimiendo la risa y agachamos la cabeza.
—Se tiraban del pelo —insiste, abrazando a su abuelo.
Me acerco a él y le toco el pelo.
—No llores, bicho, la tita María y yo estábamos jugando.
—No se pega a la gente —me reprende y me señala con un dedo.
Miro a mi hermana en busca de ayuda, pero Maca se limita a alzar una ceja mientras espera que suelte unos argumentos lo suficientemente válidos como para que el crío se calme y entienda que pegar está mal.
—Humm... Verás, Miguel, pegar está muy mal. No se hace. La prima y yo jugábamos a pegarnos y hemos sido malas. Eso no se hace.
—Vale —asiente—. Entonces, el abuelo os tiene que castigar, ¿no?
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Nuestros
RomanceAurora, una prometedora diseñadora de interiores, lleva una vida monótona, pero feliz en Madrid. Lleva un gran sufrimiento a sus espaldas que no la deja ser del todo ser feliz, pero aún así, hace todo lo posible por salir adelante. Todo esto cambia...