Por fin es viernes.
Lo que significa que, oficialmente, ¡estoy de vacaciones!
Estoy sentada en la maleta de viaje, a la que no puedo cerrarle la cremallera, cuando suena el timbre de la puerta. ¿Quién será? Doy un pequeño brinco en la cama, apoyo los codos, y con un esfuerzo sobrehumano, consigo correr la cremallera hasta cerrarla.
¡Bieeeeeeen!
En mi mente estoy saltando en una nube de colores, hasta que el timbre, vuelve a sonar. ¡Qué ya voy! Quien quiera que sea, es un pesadito de campeonato, porque ha mitad del pasillo, vuelve a sonar. Corro en dirección a la puerta.
¡Pum!
¡Jooodeeer, otra vez! ¡Auch! Ese mueble del demonio va a desaparecer en cualquier momento. ¿Por qué me dejé llevar por el influjo de Ikea? En el expositor del salón se veía precioso e inofensivo. Pero que no os engañe, es un maldito pedazo de Pladur, que lo único que hace, es hacerme añicos los dedos de los pies y la cadera.
–¡Voy! –chillo malhumorada. Cuando le abra, se come el mueble. Hay que mala es la regla... Menos mal que para mañana, ya habré terminado. Es que estoy de una mala leche cuando la tengo..., que ni yo misma me soporto.
Lloriqueando, llego hasta la puerta, mientras gruño una serie de improperios. Abro la puerta y enarco una ceja al encontrarme a un moreno, de ojos castaños, de metro ochenta y sonrisa de pilluelo: Fernando.
–Menos mal –bufa con los brazos en jarras –. Pensé que no ibas a abrirme, ricitos de oro. –Pasa al interior como Pedro por su casa.
<<¡Buenas tardes, por lo menos!>>
–No me llames así –le advierto. Sabe perfectamente, que odio ese mote. Está igual que mi padre y..., nadie. Mi padre y nadie.
–¿Cómo? ¿Ricitos de oro? –Pasa una de sus manos por mi pelo y lo revuelve –. Es que tienes rizos de oro.
Frunzo el ceño y le dejo claro que no. Soy castaña clara o rubia oscura; no lo tengo muy claro.
Se encamina al salón, se sienta en el sofá y coge una de mis revistas de decoración. Le miro incrédula.
–¿Qué ocurre, Fer? María no está. Se fue ayer con Elvira a Sevilla.
–Lo sé. También sé que tenías pensado irte sola en AVE –murmura sin más, mientras pasa las páginas –. Por eso estoy aquí. Para llevarte yo mismo.
Levanta la cabeza de la revista y me sonríe.
–¿En serio?
–Yo siempre hablo en serio, niña.
–Bueno, recojo unas cosas del baño y nos vamos, ¿vale?
Salgo disparada por el pasillo, esquivo el mueble, entro al baño, guardo las cosas de aseo en el neceser, voy a mi habitación, recojo la otra maleta, llego otra vez al salón, cojo los regalos de mis sobris y termino; todo en tres minutos.
<<Tiempo récord para ricitos de oro>>.
–Ya estoy.
–Joder –Fer mira mi equipaje como si tuviese en frente la isla perdida de la Atlántida –. Pero, ¿hasta cuándo vas a estar en Sevilla?
Yo sonrío ampliamente, y sin más, respondo encogiéndome de hombros.
–Hasta el lunes.
Quince minutos después de discutir por mi equipaje, de bajar al cochazo de Fernando y guardar las cosas en el maletero, nos subimos al Mercedes. Yo en el asiento del copiloto, y él, en el del conductor. Nos ponemos en marcha y Fer, sorprendiéndome, pone un disco de The Fray, un grupo que nos encantaba a todos los que salíamos.
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Nuestros
RomanceAurora, una prometedora diseñadora de interiores, lleva una vida monótona, pero feliz en Madrid. Lleva un gran sufrimiento a sus espaldas que no la deja ser del todo ser feliz, pero aún así, hace todo lo posible por salir adelante. Todo esto cambia...