Una gran claridad me despierta. Cierro los ojos con más fuerza, me desperezo, me estiro y doy dos vueltas como una croqueta por la cama de Pablo. ¡La cama de Pablo! Mis ojos se abren de par en par, y miro a todos lados, inspeccionando mi situación. Bien, sigo llevando sus bóxers y su camiseta. ¡Uff! Ahora ya me acuerdo de todo. Claro, ¿cómo no voy a llevarlos? Si me dejó a puntito de caramelo, el muy capullo.
Me incorporo en la cama, y vuelvo a echar un vistazo a mí alrededor.
La habitación es bonita...
Pongo mis pies en el parquet del suelo de la habitación, estiro los brazos, me rasco el pelo y me levanto. Antes de nada, voy al baño a inspeccionar mi aspecto. ¡Vaya careto!; los ojos hinchados y legañosos, el pelo entero enmarañado, la mejilla colorada de tenerla apoyada en la almohada y los labios hinchados y pegajosos..., vaya cuadro.
Recojo todo el pelo en un moño despeinado, me lavo muy bien la cara, los ojos y la boca con agua, vuelvo a robarle el cepillo de dientes a Pablo y maldigo la hora en la que me puse un vestido que no admitía sujetador. Se me marcan todos los pezones en la camiseta, y eso que me queda enorme.
Diez minutos después de pensarlo, decido bajar de una vez abajo. Cuanto antes baje, antes me voy. Por las escaleras, comienza a llegarme un aroma a dulce. Mmmm... ¡Qué rico! Además, se escucha de fondo una música marchosa, pero no muy alta. A medida que voy bajando las escaleras, caigo en la cuenta que es Traidora de Gente de Zona y Marc Anthony. Omito mis ganas de bajar cantándola, ya que sería ridículo.
—¿Y lo más bonito de la casa? —Me agacho a saludar a Paco, que estaba debajo de las escaleras.
El animal me pone una pata en el estómago y me lame varias veces la muñeca. ¿Por qué es tan adorable? No quiere parecerse a otro que yo me sé.
—Bella durmiente, ya sé porque tus padres te pusieron Aurora. —La voz de Pablo, tan grave y aterciopelada, resuena por encima de la música.
No es el primero que me dice eso.
—¿Qué hora es? —pregunto, y me doy la vuelta para mirarle.
<<¡Madre mía!>>
Solo lleva puesto unos bóxers. Su pelo está enmarañado, sus ojos un poco hinchados, su torso perfecto, y su sonrisa deslumbrante. Es muy injusto que, inclusive recién levantado, esté para comérselo.
—Son las once de la mañana —aclara mientras le veo sacar del horno una bandeja—. He preparado unas magdalenas para desayunar.—La deja encima de la mesa, dobla el trapo de cocina con el que la ha cogido, y con una pequeña sonrisa que muestra sus hoyuelos, bromea—: No es muy masculino hacer magdalenas, lo sé. Pero te aseguro que están muy ricas. Aunque siento informarte que no me queda Cola-Cao desde que cumplí los catorce.
La verdad, no sé si reírme, seguir enfadada con él, o lanzarme a por ese desayuno que huele de maravilla. Me encojo de hombros, me acerco a la isla de la cocina, y con la mayor cordialidad del mundo, me ofrezco a ayudarle con el desayuno.
Entre los dos, ponemos los platos, servilletas, preparamos los cafés—Por hoy haré una excepción con mi bebida—, y nos ponemos manos a la obra con el estómago.
—¡Están riquísimas! —le halago mientras recojo con mi pulgar algunos restos de migas—. Reconozco que cocinas muy bien.
Pablo termina de dar un sorbo a su café, me mira, y pregunta:
—¿Hay algo qué se me dé mal? —Levanta los brazos en un gesto de obviedad.
—Respetar las citas de los demás; eso se te da de pena —contraataco, pero me quedo muy a gusto reprochándoselo.
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Nuestros
RomanceAurora, una prometedora diseñadora de interiores, lleva una vida monótona, pero feliz en Madrid. Lleva un gran sufrimiento a sus espaldas que no la deja ser del todo ser feliz, pero aún así, hace todo lo posible por salir adelante. Todo esto cambia...