Capítulo 23

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Salto de mi silla y nos quedamos mirándonos. Una enorme sonrisa se forma en mis labios y me lanzo a su cuello para abrazarlo. Él me corresponde a la perfección y me da una vuelta, hundiendo la nariz en el pelo de mi coleta.

—Hola, pequeña —susurra en mi oído y me planta un beso efusivo en la mejilla.

De la nada, un revuelo de nervios se instala en mi vientre y me pongo muy nerviosa.

—Pero, ¿cuándo has llegado? —pregunto, una vez nos separamos, y él me pasa las manos por el pelo.

—Llegué ayer por la noche —responde, con una preciosa sonrisa. ¡Qué guapo está!—. He venido a comprar algunos regalos, porque se me olvidó hacerlo en Puerto Rico.

<<Típico de él.>>

Nos quedamos mirándonos como idiotas sin saber que decir, hasta que otro volcán se tira en sus brazos.

—¡¡¡Carlitos!!! —grita María, me empuja y lo abraza.

Éste la estrecha en sus brazos al igual que a mí.

Aún no me lo creo. ¿Cuánto hace que no le veo? ¿Un año y medio? Sí, un año y medio.

—¿Y a mí no me dices nada, cabrón? —Fernando se levanta de la mesa y se encamina a donde estamos nosotros.

Ahora que lo pienso, ellos dos no se ven desde hace casi nueve años. Y eso que eran íntimos. Recuerdo cuando éramos unos críos y estábamos siempre juntos; María, yo, Elvira, Javi, Carlos, Fer, y algunos chicos más. Éramos inseparables. ¡Qué tiempos!

—¿Fer? —La cara de Carlos es un poema.

Suelta a María y los dos se dan el típico abrazo de tío, pero con efusividad.

Ambos se enfrascan en la típica conversación de reencuentro "¡Cuánto tiempo!" "Tío, estás más viejo." "¿Cómo te ha ido todo?" "Bla, bla, bla."

—Mira, Carlos. Te presento a Pablo Boge, mi socio y gran amigo —dice y le mira. Solo que él me está mirando a mí.

Pablo deja de clavarme la mirada, y presta atención a Fernando. Se levanta y se acerca a nosotros.

—¡Encantado! —Carlos se acerca y le extiende la mano.

—Igualmente —masculla y se estrechan la mano.

Entonces, como por acto reflejo o mala suerte para mí, los dos se giran y me miran.

¡Vaya por Dios!

—Yo soy Soraya Vals —irrumpe, como no, la víbora andante. O, mejor dicho, sentada.

Con elegancia y coquetería, se levanta de la silla, se estira la blusa entallada hacia abajo y se acerca sensualmente a Carlos.

¿Qué hace la Zorraya ésta?

—Es un placer. —Le planta dos besos lentos y demasiado familiares en la cara.

Éste carraspea un poco, y le sonríe.

¡Carlos con ella no, miarma! ¿A qué me sale la furia sevillana que llevo dentro?

—Eemm —articula, Fernando—. Ella es mi prima.

<<Por desgracia.>>

Carlos los mira y asiente.

—¿Te quedas, con nosotros, a pasar el día? —propone María, tan oportuna como siempre, y le mira entusiasmada.

—Eso —secunda Fernando—. Quédate y nos ponemos un poco al día.

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