Capítulo 26

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El corazón me late desbocado y mi cuerpo se convulsiona. Quiero despertarme; necesito despertarme y no puedo. Es horrible. Todo es oscuridad y frío a mi alrededor. El único atisbo de luz que inunda el espacio, solo enfoca la misma imagen: ella.

—¡No! —grito pidiendo ayuda, pero nadie acude a auxiliarnos.

Siento una impotencia y un dolor inmensos recorriéndome las entrañas y el corazón. <<NO. NO. NO. NO.>> No puede estar sucediendo esto, no otra vez. ¿Por qué? Es la única pregunta que surca mi cabeza colapsada y mis sentimientos.

No puedo perderla.

Quiero moverme de mi asiento, intentar ayudarla y salir ilesas de esta pesadilla que me ahoga. Pero no puedo. No puedo. Las lágrimas inundan mi cara y los sollozos me ahogan, Tengo la voz quebrada y el cuerpo inmóvil. Ella no grita, no llora, no reacciona... Nada.

—¡Nooo!—vuelvo a gritar—. No, por favor... ¡Mamá! ¡No!

—¡Aurora! ¡Despierta, es una pesadilla!

Siento que alguien me llama, pero lo escucho muy lejos de mí. Una fuerza se ejerce sobre mi cuerpo y consigo moverme. Me abrazan.

Le reconozco.

Abro los ojos, y miro desorientada a todas partes. ¿Dónde estoy? Lánguidamente, observo con detenimiento el lugar: mi dormitorio. Dejo vencer mi peso y me dejo acoger por sus brazos. Tiemblo. No puedo dejar de tiritar y de llorar.

Me duele tanto

—Pablo —exhalo, en mitad de un sollozo, con las lágrimas corriéndome por la cara.

Lo miro y rompo a llorar aún más. Me abrazo a su cuerpo y busco consuelo en la seguridad de su cuello. Él me rodea con sus brazos y me estrecha más a su cuerpo. Enreda los dedos de una de sus manos en mi pelo y me lo masajea, mientras que con la otra me acaricia la espalda de arriba abajo. No se imagina cuanto me reconforta su contacto, su olor y la seguridad que me proporciona.

—Chis... —Sigo acunándome—. Ya ha pasado... Era solo una pesadilla —susurra en cerca del lóbulo de mi oreja.

No ha pasado... Nunca pasa. Todos los días lo recuerdo, y me duele aún más.

—Fue mi culpa... —lloro, escondida en su cuello.

—¿Qué fue tu culpa? —Su voz es serena y su abrazo firme.

—Que muriera. Fue mi culpa —confieso, rota.

Pablo, suavemente, me aparta de su cuerpo y me clava la mirada intensamente. Eleva sus manos y limpia mis lágrimas con sus pulgares. Mis labios se entreabren para poder respirar mejor. Me está costando, pero poco a poco, mi respiración comienza a estabilizarse.

—Tranquilízate —ordena, con un tono de voz tenue e inclina la cabeza para depositar un beso en mi cabeza—. ¿Quieres contármelo?

Mi cabeza se vuelve un revoltijo embotado y me dan punzada. Seguro que vuelvo a tener fiebre, y alta. ¿Qué le cuente? Me da miedo confesárselo. Los nervios se apoderan de mi cuerpo y vuelvo a jadear por la dificultad de dificultad.

—Eh, eh, eh. —Pablo me coge la cara con sus manos y me observa con el ceño un poco fruncido—. Ya está. Tranquila. No tienes porqué contármelo si no estás preparada, pero debes relajarte.

Vuelve a envolverme con uno de sus brazos, y con el otro aparta el pelo húmedo de mi rostro, lo pasa por mi nuca y lo coloca todo a un lado. Yo cierro los ojos y me dejo envolver por el aura de paz que me proporcionan sus caricias. Lentamente, me tumba en la cama y se acomoda a mi lado envolviéndome entre sus brazos. No decimos nada. Sólo disfruto de su tacto, del olor de su cuerpo y de la comodidad de mi mejilla en su pecho. Ahora mismo, le sobra la camiseta que lleva puesta. No cesa en acariciarme el pelo y la espalada. Es tan... reconfortante y... especial. Mi relación con Pablo ha evolucionado de muchísimas maneras, y aún no sé en qué fase estamos.

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