Alcohol

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"Si me caí es porque estaba caminando. Y caminar vale la pena aunque te caigas"
Eduardo Galeano

            Al llegar a casa Becca subió corriendo las escaleras. Debía ser evidente la hinchazón en sus ojos, así que tenía que hacer algo para que no se le notara. Donato, su padre, estaba en casa ya a esta hora. Él tenía una empresa de Consultoría financiera por lo que casi nunca estaba disponible ya que se esforzaba mucho para que no les faltara nada. Desde que su madre se había ido a Francia hace cinco años, él se encargaba de casi todo, es por eso que cuando su hermana le pidió que alojará a su hijo Luis mientras estudiaba su carrera, accedió sin pensar por el gran cariño que le tenía, así como por la gran ayuda que su sobrino era en cuidado de la casa y al estar más al pendiente de Becca.

           Después de una mascarilla Rebeca bajó las escaleras dispuesta a cenar y a convivir un rato para luego pedir permiso para salir. Sabía que su padre la había notado algo rara, así que estaba muy dispuesta a fingir. No se sentía segura de contarle algo tan grave a aquellos dos hombres que la querían tanto. Consideraba algo probable que los dos quisieran golpear a Efraín y también sentía algo de vergüenza por la situación. No podía engañarse, ella estaba enamorada de él, y eso le impedía olvidarse de que a pesar de todo era una persona que la había amado igual. Al menos eso creía, aunque ya no estaba segura de nada.

-Tenía ganas de abrazarte bicho raro- dijo Luis mientras la apretaba con mucha fuerza.

-¡Quítate pegajoso! -dijo Becca sonriendo apenas.

-Oye ¿estás enojada con Efraín? Cuando iba saliendo ayer creí escuchar que estabas gritando por algo- dijo su primo tomándola de los hombros y obligándola a verlo a la cara. Sabía que la conocía muy bien, es por eso que quería evitarlo a toda costa.

-Algo así metiche- dijo ella zafándose de su agarre. Se sentó en la mesa y se concentró en su plato. -Papá, ¿me dejas salir un rato con Rosa y Roman?- dijo ella mostrando los dientes en una sonrisa forzada.

-Pero si estuviste con ellos toda la tarde Rebeca- dijo su padre sin dejar de comer.

-Por favor Donato- dijo Becca y comenzó a sentir ganas de llorar de nuevo por lo que bajó la mirada disimuladamente.

-Déjala tío, que no la ves, está triste, quiere ver a sus amigos- dijo Luis buscándole la mirada.

No pudo más, se levantó de la mesa con el pretexto de llevar el plato a la cocina. Trataba de tranquilizarse, pero era muy difícil. Cuántas noches estuvo Efraín cenando con ellos hablando de futbol. Ahora todo se había ido al infierno de una manera tan horrible.

-Ve hija, no te preocupes- dijo su padre. Nada más cuídate mucho por favor, y no regreses tarde.

-No tomes mucho bicho raro- le dijo Luis dándole un abrazo por la espalda. -Nada más te digo que si el babotas de Efraín te hizo algo me lo voy a madrear.

Una hora más tarde Roman estaba marcándole para que saliera. Estaban escuchando a Beyonce y cantando cuando Becca subió al carro y se rió pensando que a nadie engañaba Roman cantando esas canciones y bailando con los brazos. Iban a un bar en donde Roman tenía un amigo. Él ya tenía dieciocho años pero su amigo le hacía el favor de venderle cervezas para los tres sin pedirles identificación. Becca llevaba el cabello ondulado en forma natural. Aún sin maquillaje sus ojos color miel resaltaban bastante por sus largas pestañas, heredadas de su madre según decía su abuela. Rosa por su parte se había trenzado el cabello y maquillado sus ojos de negro como de costumbre. Ambas mujeres llamaban la atención sin esforzarse gracias a su belleza natural y al extenuante entrenamiento de voleibol en el que se veían tres veces por semana, además del atletismo que practicaba Becca, en el que estaba también Roman.

Llevaban ya varias cervezas por lo que las dos mujeres estaban ya algo mareadas. Becca les contó de la conversación entre Efraín y ella en un café. Ella no sabía realmente si le decepcionaba más su engaño o el hecho de haber querido que la chica abortara para que ella nunca se enterara. Él le había dicho que una noche mientras ella había ido a la excursión anual de la escuela, unos amigos que casi no veía lo habían convencido de ir a una fiesta. Había tomado mucho y se había sentado en un sillón de la casa. Una chica que a penas había visto se había subido arriba de él y lo había seducido por más que él había tratado de resistirse. Efraín no lo dijo, pero el hecho de que ellos no habían tenido relaciones era algo que pesaba en el aire. Le contó cómo después de tres meses la chica lo buscó diciéndole que estaba embarazada de él y que quería abortar. Él dudaba mucho si ese bebé sería suyo pero entró en pánico e hizo lo que ella le pidió. Le había comprado unas pastillas de gran valor y dijo que ella desapareció, hasta un mes atrás, cuando le llamó para decirle que no había abortado y que debía hacerse cargo del bebé. Todo era un infierno, era horrible.

Después de la triste plática, sus amigos la obligaron a pensar en otra cosa y comenzaron a observar a todas las personas del bar, riéndose de cualquier cosa que les pareciera extraña.  Becca agradecía que quisieran distraerla pero sabía que estaban muy sorprendidos y decepcionados por lo sucedido, aunque lo estaban disimulando muy bien. En medio de un mal chiste de Roman, un chico rubio de ojos verdes se acercó a ellos. Al parecer era conocido de Roman de la secundaria, aunque él parecía a penas recordarlo. El chico y sus amigos se sentaron con ellos y comenzaron a presentarse. Eduardo, el nombre del chico rubio, no dejaba de observar a Rebeca. No tardó mucho en sacarla a bailar y ella fue pero gracias a los empujones que sus amigos le propinaron para animarla.

-¿Vienes mucho a este lugar? -preguntó Eduardo mientras bailaban.

-En realidad no -dijo ella. -Todavía no tengo mi credencial así que no siempre se puede- gritó en su oído gracias a la fuerte música. Lo estaba observando y se dio cuenta que era bastante lindo y bailaba muy bien. Se percató claramente que él se esforzaba mucho por gustarle.

La música y el alcohol hacían su efecto. Algunas parejas bailaban enseguida de sus mesas. Rebeca realmente disfrutaba estos momentos en los que podía olvidarse de todos sus problemas.

-Vamos a mi casa- dijo Roman después de un tiempo, -pueden ir todos si quieren. Todos asintieron y pidieron la cuenta.

En casa de Roman Becca se sentía ya muy mareada. Nunca tomaba tanto. Eduardo le contaba sobre la universidad y las fiestas a las que iba. Becca se había sentado arriba de la puerta abierta del Pick up de su nuevo amigo cuando éste la besó de repente. Al principio ella pensó en quitarse pero el dolor que la abrumaba la hizo responderle. Necesitaba sentirse querida, deseada por alguien. Al principio el beso fue bastante inocente pero luego él puso su mano en su cuello y la jaló tiernamente a su lado. Ella abrió su boca y sintió su lengua tibia. En ese instante decidió perderse en ese beso para tratar de olvidar, aunque fuera por un minuto.

Sin miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora