Las nacionales

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Era lunes de entrega de boletas. Era de esperarse que Rebeca despertara con un humor del perro. Los padres tenían que ir a recoger el documento y en ciertas ocasiones hablar con el maestro tutor. En estos casos es cuando la ausencia de su madre la golpeaba en la cara. No entendía cómo una mujer podía no extrañar a su hija, qué tan infeliz había sido su vida que cambiaba a su familia por su dichosa carrera profesional.

Eran ya cinco años sin verla y lo que realmente la hacía rabiar era que su padre parecía entender que lo hubiera dejado. "¿Quién en este mundo entiende algo así?" le había preguntado a su padre el año pasado en su cumpleaños número 17. Cada vez que trataba de sacar respuestas de él, respondía lo mismo: "ella se fue porque no se sentía feliz, te ama muchísimo hija, siempre fue una madre ejemplar, te adora, no lo dudes... tan solo es que las personas somos diferentes y algunas no son para vivir como una familia convencional", palabras más, palabras menos. Eso la hacia enfurecer, porque ella había conocido a una madre diferente, por lo visto una farsante.

Su resolución fue saltarse una clase e ir al campo de atletismo. Cuando los problemas la abrumaban, correr la hacía olvidarse de todo. Con sus audífonos comenzó a trotar tratando de borrar las imágenes que la perturbaban: su madre subiendo a ese avión, Efraín y ella en la playa, los padres en la sala de maestros...

-"¿Qué es lo que intentas mujer?"-le dijo un chico que corría a su lado. Rebeca se paró de tajo al sentir que alguien le había hablado. Se quitó los auriculares y vio a un chico correr delante de ella. Se quedó intrigada porque no le pareció alguien conocido. Decidió alcanzarlo y apretó el paso, más por curiosidad que por otra cosa.

-¿Qué dijiste?- le dijo cuando lo alcanzó, pero no veía bien su cara porque iba cada vez más rápido. A Becca se le figuró que aceleraba cada vez más.

-¡Oye! ¡Te estoy hablando!- entonces él se paró en seco. Becca no sabía qué pensar cuando lo vio riéndose. Lo vio recargar sus manos en sus rodillas y jadear de agotamiento.

-Tenían razón, estás medio loca- dijo muy serio, volvió a correr. Lo vio alejarse, riéndose y a lo lejos entrar al vestidor de hombres.

Ella estaba soltando una serie de maldiciones mentales parada en plena pista. "¿Quién es ese idiota que me dijo loca?" Pensaba mientras acomodaba sus rodilleras. "Sí , ahora a parte de cornuda, soy la loca"- susurraba ahora soltándose el cabello.

-¡Leriche!- la interrumpió el profesor de deporte. ¿Me puedes decir que estás haciendo aquí y no en clase como todos tus compañeros?- dijo con las manos recargadas en la cintura, esforzándose por lucir muy enojado.

-No soy la única Rivera- dijo Becca en tono molesto y con la cara encendida. -Aquí había otro alumno, bueno creo que lo es porque no lo reconocí- entonces su semblante se tornó pensativo.

-Es algo que me tiene sin cuidado Rebeca, estoy hablando contigo en este momento- dijo el entrenador. Ella comenzó a mostrarse más calmada al verlo realmente molesto. No era la primera vez que se salía de clases para irse al salón de canto, a la pista o a la cancha de voleibol. Había descubierto ese método para tranquilizarse y le funcionaba muy bien. El problema es que casi siempre la descubrían y eso se estaba convirtiendo en un problema.

-Ya Rivera, me voy a clase- dijo adquiriendo una actitud de niña buena y mostrando los dientes. Sintió que alguien estaba detrás de ella por lo que se giró a penas. Vio que era el mismo chico que la había molestado y se enfureció al instante. -Mira, si es el imbécil que me dijo loca- dijo ella sin temor a verse infantil. Vio como él reía en forma irónica.

Sin miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora