Un raite

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La semana había transcurrido bastante bien. Rosa y Becca habían hablado y aunque la primera seguía bastante triste, con la ayuda de sus amigos esa sensación de traición y desamor cada día se alejaban un poco.

En cuanto a Miguel, lo había visto en los entrenamientos y en los descansos, pero no habían podido verse como Becca lo deseaba. La semana de exámenes y los entrenamientos para las nacionales los habían mantenido bastante ocupados.

En los próximos meses se avecinaban eventos que a Rebeca la tenían de lo más ansiosa: el varias veces pospuesto viaje a la playa, la fiesta de otoño y las tan esperadas nacionales. Lo que más le entusiasmaba era la idea de poder compartir todo eso con su madre y que las cosas con Miguel siguieran como hasta ahora.

Toda la semana Rosa y ella habían visitado una a una las boutiques de trajes de baño, habiendo comprado el que se midieron en la segunda tienda, claro está después de haber recorrido todas. La razón de tanto esmero era porque Florencia le había pedido que invitara a Miguel al viaje. Se sorprendió mucho al ver la efusividad que mostró el invitado al aceptar acompañarlos. El chico cada día demostraba más interés por ser parte de su vida y eso le encantaba.

La mañana del jueves a Rebeca le había costado trabajo levantarse. Su teléfono celular había timbrado hasta las 3 am y a pesar de haberle quitado el sonido, la idea de que Efraín le marcaba una y otra vez la perturbaba. Tenía sentimientos encontrados ya que no podía evitar extrañarlo en muchos momentos del día, ya sea por la costumbre de pasar tanto tiempo juntos, o por la tortuosa razón de seguirlo queriendo. Siempre que esos sentimientos la atacaban, de tranquilizaba pensando que había perdido a un amigo más que cualquier cosa y era normal que eso doliera. Realmente evitaba cuestionarse si todavía lo amaba.

La idea de que por la tarde competiría en una carrera la hizo reaccionar, ya que debía mentalizarse desde horas antes con la firme idea de ganar, técnica que le había funcionado hasta ahora. Le entusiasmaba el hecho de que su madre la acompañaría y la ilusión de que su padre asistiera y pudieran convivir los tres.

- ¡Enana, ya te dije que si no sales en 2 minutos te dejo!, tengo examen a la primera hora- Luis daba pequeños puñetazos a la puerta de su cuarto.

- ¡Que ya voy Wicho! No encuentro mi top morado de la suerte- Becca lloriqueaba mientras lo buscaba desesperada por todo su cuarto.

-No lo habrás dejado en el depa de Miguel?- dijo Luis riéndose mientras se tapaba la boca para no evidenciarse.

- Ja, ja, ja, muy gracioso Luis Emiliano- sonreía mientras vaciaba su closet desesperada. Caminó de prisa a la puerta para dejarlo entrar.

-¡No puedes ser! ¡tu cuarto es un asco!, si Miguel viera esto no vuelve a besarte, definitivo- dijo él fingiendo seriedad.

- Ay qué exagerado eres, por una cuanta ropa tirada te asustas. Por cierto cuánto apuestas a que aunque viera esto, vuelve a besarme.

- ¡Qué asco!, a ver dime dónde busco para que por fin nos vayamos ya.

Después de unos minutos encontraron el dichoso top dentro de la secadora. Rebeca a penas alcanzó a ponérselo y tomó un suéter delgado para ponerse encima.

Camino al instituto ella y su primo discutían por cualquier tontería, pero fue en uno de los semáforos a mitad del camino donde el carro de Luis se apagó para ya no prender. Su primo desesperado llamó a un taxi, mientras que Becca le marcó a Roman, quien al parecer no escuchó el teléfono.

Cuando se disponía a caminar, muy en contra de lo que Luis le aconsejaba, el destino se encargó de jugarle chueco. Efraín pasaba muy cerca cuando alcanzó a ver a Luis. La curiosidad lo llevó a observar a Becca caminando no muy lejos de ahí. No dudó ni un instante en alcanzarla y al lograrlo dio un pitido suave para alertarla.  El rostro de ella demostró el asombro que sintió al verlo.

- ¿Qué le pasó al carro de Luis?- preguntó tímidamente después de haber bajado los cristales.

- No sé, se apagó de repente.

- Por favor sube al carro y te llevo.

- Muchas gracias, pero prefiero ir caminando- trató de sonar amable para hacer que se fuera pronto.

- Hazme un favor Rebeca, no me trates como a un desconocido. El instituto no me queda lejos y no me cuesta nada dejarte ahí.

- Tú hazme otro favor Efraín. No me hables durante toda la madrugada y luego te aparezcas para llevarme como sin nada- en cuanto terminó de pronunciar las palabras volvió la vista hacia otra parte.

- Vale Rebeca, perdóname. No va a volver a suceder. Sólo te estoy ayudando, como un amigo que te quiere. Por favor sube porque si no me voy a quedar muy preocupado.

Ella veía hacia el frente sin voltear a verlo. Pensó que era arriesgado aceptar su invitación, pero temió en parecer demasiado obstinada. Volteó hacia él y entonces vio esa mirada dulce que tanto le encantaba, su cabello alborotado y esa forma de usar un suéter casual y verse simplemente encantador.

Después de pensarlo unos segundos se subió a su carro. Él trató desesperadamente hacerla sentir cómoda preguntando trivialidades.

Estaban ya muy cerca del instituto cuando ella sintió unas ganas enormes de hablar con él.

- Vino Florencia- sólo dijo ella.

No sabía por qué tenía esa gran necesidad de contárselo, pero nomás se lo soltó, una enorme sonrisa le invadió el rostro.

- No puede ser, no lo puedo creer. Estoy tan feliz por ti- sus ojos se habían llenado de lágrimas y un impulso lo hizo acercarse a ella, pero casi inmediatamente retrocedió.

- Sí, estoy muy feliz porque ella me explicó todo y todo este tiempo estuvo deseando estar conmigo- sonreía como una niña.

- Me encanta verte sonreír- dijo él viéndola como la cosa más hermosa del mundo.

- Gracias por traerme. Ya tengo que bajarme o no me dejan entrar a la clase.

Él, recargado en la puerta. El sol le iluminaba el cabello largo y castaño. La veía fijamente sonriendo con la mirada.

- Eres jodidamente hermosa Rebeca. No digas nada, ya me voy, es sólo que me alegra haberte visto y que estés tan contenta.

Ella sostenía sus manos en la manija de la puerta. La abrió diciendo gracias y antes de volver a cerrarla escuchó sus palabras:

"Por favor no me olvides".

Caminó meditabunda hacia su salón. No le importó que todos la miraran al entrar, ni siquiera escuchó el "qué bonitas horas de llegar" del maestro, mucho menos se percató de que su mochila deportiva se había quedado en el carro de Efraín y en unas horas la necesitaría más que a nada.

Sin miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora