Un día feliz (viaje al pasado)

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Escuchaba vagamente aquella voz dulce y oscura al mismo tiempo. Quien la hubiera visto observaría la sonrisa que dibujaban sus labios. La brisa la acariciaba por completo. De lejos el sonido de unos pájaros, las olas llevadas por el viento.

-Eres la creación más bella mi Rebeca- dijo su madre mientras le acariciaba su cabello largo y rizado recostado sobre la arena húmeda. -Cuando te vi por primera ves hija, supe desde ese instante lo que es el amor puro, el amor del alma. Esos ojos de miel que quieren comerse el mundo. Cada día me enseñas a disfrutar los minutos, a agradecer la vida, con tu inocencia y con tu amor-. Echadas en la arena, ambas compartían su mirada entre el mar infinito y la mujer que tenían enfrente.

-Cántame de nuevo mamá, esa canción que hiciste para mí- decía Rebeca mientras se recostaba abrazada bajo el regazo de su madre. Cuando la escuchaba se sentía tranquila y feliz. Así pasaban horas recordando canciones y cambiando sus letras entre risas.

Era un retrato capturado en el tiempo. Su madre de expresión altiva, facciones delicadas, mirada expresiva. Su domada melena retando el aire. Su risa libre, su sencillez, su locura. Rebeca enérgica, de facciones dulces y temperamento feroz. Su cabello dorado extendido al cuerpo, perfecto e implacable. Su sonrisa electrizante. Se amaban.

Como tenía que ocurrir el encanto se rompía. Su madre comenzaba a reír interminablemente. Era una risa que iba creciendo, que cambiaba sus facciones y acababa con aquella tranquilidad. Primero Rebeca sonreía, la imitaba, trataba de entender el sentido. Pronto comenzaba a sentirse nerviosa, un tanto triste de no ser capaz de entender y reír. Entonces simplemente reía, sin ganas, sin fuerzas. Reía para no llorar. Reía para seguir sintiéndose amada.

La inminente llegada de su padre lo arreglaba todo. Llevaba a Rebeca a su cuarto, le decía que debía descansar un poco y ellos se iban a pasar un tiempo juntos. Solían llegar de madrugada cuando ella estaba dormida. Es cuando su madre entraba a su cuarto sigilosamente, se sentaba a su lado y la veía dormir. Ella no sabía que la mayoría de las veces Rebeca estaba despierta y prefería fingir, para que se quedara a su lado, para sentirla cerca.

La canción de su madre rondaba por su mente hasta que el sueño ganaba la batalla. Su voz de terciopelo le acompañaba a un sueño profundo. La hacía pensar que día que estaba por llegar sería uno bueno. Sería un día feliz.

Sin miedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora