Todo estaba tranquilo en la vida de Emma Cusnier. Ella pensaba que sus vacaciones familiares serían perfectas... hasta que conoció ese par de ojos de cristal, esa mirada azul junto al hoyuelo burlón. Se supone que las vacaciones deben ser para rela...
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EMMA
Hacer las maletas es una de mis cosas menos favoritas sobre viajar. Es horrible tener que organizar todo, pensar en todo, con temor de olvidarte algo. Armar, desarmar y volver a hacer el bolso una vez que piensas que, finalmente, tienes todas las remeras, tanto musculosas como de manga larga, "por si las dudas" claro, y ¿cómo no? También un buzo y una campera con ese mismo pretexto, por más que vayas a un lugar donde está anunciado un calor insoportable. ¿Qué decir sobre los shorts y los pantalones? ¿O la ropa interior? ¿Y si estás en tus días? Bien, pues una mujer en sus días enfrentando a un viaje de doce horas en auto necesita un buen paquete de toallitas. ¿Y peor? ¡Que no te entren las cosas! ¡Agh! Siempre he odiado esto, no mucho más que a las matemáticas, pero lo suficientemente cerca para estar en mi lista negra.
—Deja de resoplar, Emma —me dice mamá al pasar por la puerta de mi habitación—. No te toca la peor parte a ti. Piensa que yo tengo que hacer tres bolsos: el de tu padre, el de tu hermano y el mío.
Resoplo aún más fuerte, mamá siempre dice eso. Todos los años. Y ¿la verdad? Le doy la razón. Sin embargo, armar el bolso no me resulta menos denso.
Lo único que me hace feliz sobre hacer la maleta, es que me recuerda a las vacaciones que pasaremos todos juntos. En Córdoba, una provincia de mi país, Argentina. Vamos todos los años, y nunca me aburro del lugar. Mejor dicho: en general, nunca me aburro de nada. Siempre hay algo para hacer, para aprender y conocer.
Mis padres suelen preguntar si me cansa viajar siempre al mismo sitio, yo les digo que no, ¡que me encanta! Ellos se excusan diciendo que no hay chicos de mi edad, pero yo les respondo que sí hay una librería cerca. Y que llevo mis libros, mi celular cargado de música y mis cuadernos para escribir poesías. ¿Qué más puedo pedir?
Vale, seré sincera. A veces sí me gustaría ver a alguien de mi edad, pero luego se me pasa. Nunca se me dio muy bien hacer amistades, de alguna forma siempre consigo espantar a las personas.
Pero no quiero pensar en eso: ¡tendré meses repletos de comida riquísima, piscina, bar, sierras, lagos y... una cabaña para mí! Papá es docente, así que él, Mati y yo estamos en vacaciones, y a mamá le dieron una oferta para pasar tanto tiempo allí por sus años trabajando en la empresa. Es una promoción muy beneficiosa, porque en general, solemos ir por una semana, máximo dos.
Despegarme un poco de los líos de la ciudad suena como una idea agradable —a pesar de que no vivo en la Ciudad de Buenos Aires, capital de mi país, mi municipio está literalmente a una avenida de distancia, y no es ajeno a la rutina de los trabajadores céntricos—. Además, a mis padres les hace bien viajar y desconectarse, como ellos le llaman.
Estoy feliz por irme de viaje, mamá siempre me cuenta que ella no tenía tantas posibilidades de viajar, que antes eso era un lujo. Yo estoy realmente agradecida por ello... a pesar de que me enoje por empacar mis cosas.