Todo estaba tranquilo en la vida de Emma Cusnier. Ella pensaba que sus vacaciones familiares serían perfectas... hasta que conoció ese par de ojos de cristal, esa mirada azul junto al hoyuelo burlón. Se supone que las vacaciones deben ser para rela...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La vida te puede tocar la espalda en el momento menos esperado, trayendo consigo millones de sorpresas. Siempre he escuchado decir que hay que tener cuidado con lo que uno pide, pues puede volverse una realidad. Generalmente las personas siempre buscamos algo que nos haga sentir vivos, algo que pueda estremecernos hasta el alma, pero nunca lo encontramos, no del todo.
La gente suele esperar que algo prácticamente imposible irrumpa en sus vidas, un deseo que ven como lejano e inalcanzable. El problema es que, cuando llega esa patada que te saca de la monotonía, empieza el temor, el miedo que produce descubrir que hay algo nuevo, algo que tal vez no se puede manejar, que no podemos controlar.
Yo misma lo estoy sintiendo ahora.
El viento golpea mi cuerpo con ferocidad, casi como si por un momento mi cuerpo hubiera dejado de tocar la tierra por culpa de una ventisca que jamás pensé que podría sentir. De pronto me siento tan liviana como una pluma que es llevada por la corriente hacia un sitio incógnito.
Quiero gritar, pero no puedo. Al principio creo que es el pánico que no me lo permite hacerlo, pero luego me doy cuenta de que hay algo bloqueando mi boca: una mano. Me pregunto qué rayos está pasando, pero cuando abro los ojos solo veo el mundo moviéndose muy rápidamente ante mí. Soy un terrible manojo de nervios en ese momento, y todo empeora cuando noto que unos brazos varoniles me están tomando desde la cintura fuertemente, no lo suficientemente como para lastimarme pero sí para quitar todo el aliento que llevo dentro de mí. Oigo un ruido que no puedo descifrar además del pitido incómodo que parece provenir del viento siendo cortado por algo que va muy veloz.
Pronto descubro que ese algo somos nosotros dos.
Me siento helada, mi corazón no deja de latir con desesperación como si el mundo, mi mundo, estuviera yéndose por la borda. Como si ahí mismo estuviera muriéndome. Aprieto mis ojos con mucho miedo, rezando para que esa situación acabe de una vez por todas, para dejar de sentir que soy llevada hacia el mismo abismo.
Pero todo se detiene.
Y con ello, yo también.
Por un momento pienso que estoy muerta y no quiero abrir los ojos por miedo a lo que puedo llegar a ver, ya que todavía, al parecer, sigo siendo consciente de quién soy. Es una idea tonta, pero ciertamente nadie regresó de la muerte para contar explícitamente qué se siente estar muerto.
―Abre los ojos, Honey ―me dice una voz suave que en seguida puedo reconocer, mas no le hago caso. Mantengo mis ojos presionados mientras percibo que Owen me saca la mano de mi boca y que, por reflejo, empiezo a respirar.
Bueno, no morí al parecer.
―Me quedaré frente a ti hasta que me mires, Emma. Necesito que lo hagas ―determina Owen, firme pero sin levantar el tono de voz. De alguna forma sigue sonando gentil.
Yo estoy aterrada, en shock, con miedo. ¿Qué fueron todas esas sensaciones? ¿Qué voy a encontrar cuando decida ver qué sucede? Me abrazo a mí misma y, sin quererlo, empiezo a llorar. Maldigo para mis adentros e intento secar esas lágrimas que caen, pero unas manos toman mis brazos.