Todo estaba tranquilo en la vida de Emma Cusnier. Ella pensaba que sus vacaciones familiares serían perfectas... hasta que conoció ese par de ojos de cristal, esa mirada azul junto al hoyuelo burlón. Se supone que las vacaciones deben ser para rela...
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OWEN
—Hoy no te miraba porque me volvieras loco —hablo despacio para no tener que decir las cosas dos veces, pero en el fondo sé que esas palabras no son para ella. En cambio, sí son para mí: no sé por qué rayos no podía dejar de observarla. Era como si su diminuto cuerpo me tuviera hechizado, como si estudiar cada centímetro de su piel descubierta me resultara reconfortante. Estoy convencido de que debió ser la suma de sus poderes de demonio con el mundo humano lo que me afectó. Pero no es eso lo que digo: ella no debe saber que yo sé su secreto, si es que siquiera sabe quién es. Así que simplemente miento un poco más—, lo hacía porque me estabas asqueando y...
Sin embargo, pasa algo impensado: ella me interrumpe.
Aquel rostro pequeño se crispa, frunciendo el ceño y sus gruesos labios. De pronto parece que la pequeña híbrida va a realizar algún tipo de rabieta. Casi me resulta mona.
Casi.
«Maldita sea, Owen. ¿Qué mierda te sucede? Está bien, tu cuerpo está teniendo reacciones químicas producidas por este mundo o por la criatura que tienes frente a ti, contrólalo como tú sabes hacer», me digo.
Emma Cusnier me mira desafiante con aquellos ojos mieles que, si no fuera porque sé de lo que ella es capaz, no darían nada de miedo. ¿Estará a punto de saltarme encima? ¿O quizás deseando usar sus poderes y eliminarme del mundo?
Las posibilidades son infinitas.
—Lo que digas —suelta con descaro. Luego, sin esperar a que yo diga algo más, me da la espalda y se aleja con su maldito libro sobre demonios en la mano.
Me quedo desconcertado arriba de su manta para cercase el cuerpo (o como sea que se llame esta cosa humana). Estoy contrariado, sorprendido y notablemente irritado. ¿Cómo se atreve a ignorarme de esa forma? ¡¿Cómo?! Ella no debería dejarme hablando solo. ¡No! Ella debe temerme, no tiene que burlarse de mí. Yo soy su ruina, no su payaso.
Soy. Su. Ruina. ¿Entonces por qué me siento como su payaso?
Está bien, he sido grosero. ¿Pero cómo no serlo? ¡Si grosera es su mera existencia! Ella nunca debió nacer, no debería existir. Causó gran revuelo en mi mundo, y podría ser peor si se atreve a desequilibrar más la situación que generó: podría destruir todo lo que conozco. Pero aquí está: viviendo una vida humana como si fuera una de ellos, aparentemente oculta de todo peligro, luciendo dolorosamente inocente.
Yo soy su peligro, su destrucción.
Soy su Caronte, su guía al infierno que los Conservadores planearon que sufriría cuando fuera capturada.
Recordar al barquero de Hades, perteneciente a la mitología griega, no hace nada más que empeorar mi situación emocional. Mi padre estaba obsesionado con los humanos, y si había algo que demostraba su problema, era su constante manía de querer leernos literatura clásica humana. Cada vez que debía enviar a algún Ángel Vengador a la Tierra, le asignaba la tarea de recopilar libros para que él pudiera "analizarlos luego". Por supuesto, hacía de todo menos eso.