Todo estaba tranquilo en la vida de Emma Cusnier. Ella pensaba que sus vacaciones familiares serían perfectas... hasta que conoció ese par de ojos de cristal, esa mirada azul junto al hoyuelo burlón. Se supone que las vacaciones deben ser para rela...
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EMMA
—Mamá, necesito las llaves de la cabaña, por favor —pido, sintiendo enormes ganas de ir en busca del chico y lanzarle alguna bebida para devolverle el favor.
¡Encima se reía! ¡Como si haberme bañado de jugo de naranja pegajoso fuese algo sumamente divertido!
—¿Pero qué pasó? —pregunta ella, mirándome con el ceño fruncido—. ¿Por qué tienes la camiseta mojada?
Mamá comienza a buscar dentro de su bolso mientras que yo pienso cómo contestarle para no sonar grosera.
—Un chico me empujó y tiró su jugo sobre mí —contesto finalmente, recibiendo las llaves—. Ya vuelvo —digo antes de darme vuelta.
—¡Bien, te serviré jugo de naranja para cuando vuelvas, cielo! —promete mi padre, aunque yo no sé si quiero hablar de jugo de naranja en este momento.
Me apresuro para llegar y buscarme ropa limpia. La camiseta sin mangas no deja de pegarse completamente a mi cuerpo, y es incómoda no solo porque está mojada, sino porque el azúcar se siente realmente horrible, y el calor no ayuda en absoluto.
No sé quién sea el imbécil que me chocó, pero espero realmente no topármelo otra vez. Pero... ¿Por qué algo me dice que eso no podrá ser posible?
Refunfuño por lo bajo hasta entrar a mi cabaña y buscar otra remera. No tardo más de dos minutos en cambiarme y enjuagar la ropa manchada, dejándola en la cortina de la bañera.
Antes de seguir perdiendo más tiempo, cierro la cabaña y voy corriendo hacia el comedor del hotel. Lo bueno es que todavía falta una hora para que el horario del desayuno termine, así que tengo jugo para rato. Solo espero que no termine encima de mí, como el contenido del vaso de aquel chico.
Al llegar al comedor, mi hermano está bebiendo probablemente su quinto vaso de jugo.
—¿Quién fue el que te empujó, hija? —pregunta mi madre, observando a los demás comensales.
—No lo sé —le respondo encogiendo mis hombros—, nunca lo he visto. Y tampoco creo que esté aquí.
—Seguro fue sin querer —dice ella, y yo realmente deseo que ese chico no lo haya hecho con intenciones.
Desayuno lo más deprisa que puedo y, ni bien termino, pido permiso para ir al muelle de madera que flota sobre el lago. Me gusta estar ahí e imaginar que estoy arriba de un barco, que puedo sentir la brisa golpeando suavemente mis mejillas y escuchar el sonido del agua. Las olas que se forman y la manera de flotar del muelle ayudan mucho para recrear ese pequeño invento mío. Es un momento de paz y serenidad que me permito cada vez que estoy aquí.
A lo lejos observo las sierras que se elevan, queriendo tocar el cielo y reflejándose en el agua. Suspiro ante esa imagen y cierro los ojos por unos segundos, queriendo absorber todo para jamás perder el recuerdo de tal belleza.