Casa Blanca

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Antes de que saliera el sol, ya estábamos empacando las últimas cosas en el carro. En mi maleta pequeña estaba siempre mi almohada que era un oso; ya estaba viejo, porque siempre lo llevaba a mis viajes desde que tenía memoria. No me podían faltar los libros para leer, y por primera vez para el verano llevaba la cámara de mi papá, la cual había dejado de funcionar.

Este año sentí un gusto por la fotografía que no había sentido antes, y decidí arreglar esa cámara que permanecía en el armario de mis papas. Tenía tantos años sin haberla usado, que mi papá sin necesidad de discutir me regaló la cámara. Cuando volví unos pocos días después de enero con la cámara nueva, puesta un nuevo lente y funcionando sin ningún problema, vi como mi papá sonreía, orgulloso de mí.

Ahora esa vieja cámara se volvió una parte de mí, la cual me encantaba. Y fue así como decidí que la cámara venia conmigo de vacaciones.  Esta vez, quería yo tomar las fotos, poder analizar cada ángulo de nuestra casa en la playa y poder guardar cada momento con un simple click en mi cámara.

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“Sara” mi mamá me dijo susurrando. Por primera vez que no viaja incomoda, en la parte de atrás del carro había espacio de sobra. Abrí unos de mis ojos, y sin tomarme tiempo supe que ya era hora. Me incorpore rápido, estirando mis piernas y sentándome en el asiento junto a la ventana. Vi a través del vidrio, ya estábamos cerca. Podía sentir ese calor, ese olor a mariscos, y ver todavía lejos en la montaña el horizonte del mar.

“Ma, donde vamos a parar esta vez?” Mi mama sonrió, “Fede, mi amor, ¿a dónde nos llevas esta vez?”

Mi papá se rió, “Jose, Sari, no se me desesperen. Me han dicho que este lugar es hermoso” mi pa, nos explicaba mientras buscaba con una de sus manos algo en su maleta.

En menos de un minuto se rindió, “Jose, quieres buscar tu ese folleto, ya sabes ese que tiene los bordes rojos” Mi ma, lo regresó a ver, por costumbre y comenzó la búsqueda en el bolso de mi papá.

“Mira Sari, en este lugar que te digo,” Regreso a ver a mi ma, “¿Cómo es que se llama este lugar Jose?” preguntó, mi mama lo sonrió, “No me lo has dicho Fede”

“¡A cierto!” mi papá se golpeó la frente con una de las manos, “Pero si me he olvidado que es una sorpresa” se rió, como si fuera un chiste para el mismo. Mi mamá y yo solo nos regresamos a ver, las dos volteando los ojos y negando con la cabeza.

“Pa, que quieres que haga en el lugar?” me volví a acostar en los asientos de atrás, estirándome todo lo que podía.

“Pero por poco me olvidaba, si Sari, puedes tomar unas cuantas fotos. Me han dicho que hay asombrosas aves y flores únicas del lugar.Así también ves que tal funciona la cámara” Mi papá me guiñó el ojo, y yo le contesté con una sonrisa.

Mi mama era ojeando el folleto, “Fede, creo que ya te pasaste. Mira, dice que este lugar, este tal Puerto Quito, es en el kilómetro 98, y mira ya estamos en el 128”

Mi pa regresó a ver al lado de la carretera, y sin más remedio continuó manejando. “No nos queda más que parar en el lugar de siempre” Mi mama se rió, “Pero si eres un despistado Fede” y sin pensarlo cogió a mi pa, por unas de sus mejillas, “ Si tu cabeza no estaría pegada a tu cuerpo, de seguro ya la hubieses perdido” y así los dos se rieron.

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Siempre parábamos en el mismo restaurante de mariscos. Era una cabaña hecha de caña de azúcar, y hoja de plátano. Las ventanas estaban cubiertas por hilos, que estaban hechos por mullos de caracoles que se podían recoger a la orilla de la playa. Don Ernesto era el dueño del local, y con el pasar de los años, él y mi papa llegaron a hacerse grandes amigos.

Una Sonrisa de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora