Noga

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Me dolía la cabeza, no, me estallaba la cabeza. No había forma de poder abrir los ojos con este horrible dolor. Sentía una presión justo arriba de las orejas. Aparte de eso estando cerrada los ojos sentía que me movía de un lado al otro y peor era cuando abría los ojos, todo estaba demasiado claro. Todo pequeño sonido, hasta los pájaros cantando me molestaba, me dolían los oídos, me zumbaba por unos segundos cada sonido que llegaba a mis orejas.

Me estiré un poco en mi cama e intenté abrir los ojos, nop, todavía estaba muy temprano, el sol brillaba demasiado fuerte y el cuarto tenía mucha luz. Seguro ayer de noche que regresé me olvidé de bajar las cortinas y poner la puerta de madera que me cubría en las mañanas del sol.

Mi cuarto estaba un poco más frío de lo normal, usualmente a pesar de que prendía el aire acondicionado, solo no podía más con el calor, ahora en cambio el cuarto estaba demasiado frío. Volví a estirar mis brazos y piernas lo más que podía  y escuché como alguien abría la puerta. Me quedé inmóvil, mi mamá o mi papá no me podían ver así. Intenté hacerme la dormida y ya cuando cerraron la puerta abrí los ojos.

No sabía que pensar, mi corazón estaba martilleando en mi cuerpo, me temblaban las piernas. Comencé a respirar con dificultad, el dolor de cabeza, el dolor de los oídos, todo se me fue. Abrí una y otra vez los ojos, me los restregué con las manos pero no, no estaba equivocada. Volví a ver a mí alrededor, este no era mi cuarto.

Me vi primero a mí, me quedé sorprendida al ver que tenía puesta una camisa larga y vieja con unos shorts que eran demasiado grandes. Me asusté otra vez, donde estaba mi ropa, donde estaba. Me paré rápido, intentando de ver algo, pero el mundo se me vino encima. Me maree casi al instante y se me hizo imposible poder quedarme parada. Tuve que volver a la cama a sentarme.

Suave moví mi cabeza a los lados, rastreando con mis ojos alguna foto que me sea conocida. Capas era la casa de Fer o alguien, pensé y después me acordé que ninguno de ellos vivía en las casas de la colina. Y ahí me puse a pensar, no, no podía ser. Esta no podía ser la casa de Gastón.

Mi corazón volvió a martillear en mi cuerpo. Me paré, esta vez más despacio e intentando no hacer nada de bulla. Abría la puerta, por suerte esta puerta no sonaba como la mía. Salí al pasillo largo que tenía varias fotos a los lados, con fotos de Gastón y su familia en diferentes lugares.  Si era como mi casa entonces sabía muy bien cual era mi camino de salida. De puntillas y cogiéndome el short con las dos manos para que no se me caiga, comencé a caminar.

No tenía problemas para caminar sin hacer bulla, iba despacio, porque cuando me aceleraba comenzaba a escuchar mi respiración y sentía que se podía escuchar en toda la casa.  Salí a la cocina y la sala y no había nadie, estaba puesta la mesa para el desayuno pero no había rastro de Gastón.

Solté un respiro de tranquilidad y comencé a caminar normalmente hacia la puerta. Desbloquee el seguro,  y abrí la puerta todavía con delicadeza. No sabía a donde podía ir, no podía ir a mi casa con esta ropa de eso estaba segura, pero tampoco me podía quedar ahí.

Me di la vuelta para cerrar la puerta ya relajada. Y suspiré, ahora tenía que ver a donde ir. Viré hacia mi casa, cuando vi la cara de Gastón demasiado cerca para mi gusto. Nos quedamos punta de nariz con punta de nariz, abrí bien mis ojos asustada cuando el solo se rio cerrando los suyos.

“No me digas que te ibas a ir sin despedirte” dijo Gastón mientras abría la puerta con tranquilidad, “Además dudo que quieras ver a tus papás así. Me encontré con ellos en la tienda y me subieron, así que ya mismo han de aparecer por ahí” dijo con una de sus manos señalando el comienzo de las gradas.

No sé qué me asustó más, pero las gradas que Gastón estaba señalando eran mi única salida. Le intenté decir algo a Gastón, creo que se me bajó la presión, me dolió la cabeza, mi corazón volvió a latir fuertemente y mi respiración se volvió cortada y rápida.

Una Sonrisa de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora