No se lo cuentes a nadie

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Ya era bien de noche, que diría, ¿tipo 10? Pensaba esto mientras me levantada media dormida a recoger el teléfono. Estaba ya en la cama,  y no tenía en mi cabeza ningún pensamiento de fiestas, de alcohol o salir. Por un pequeño momento quería volver a esos días del comienzo de junio, donde dormía todo el día sin problemas. Pero ahora las cosas habían cambiado, el celular no paraba de sonar, llegaban mensajes, llamadas.

Deje que el celular suene, una y hasta dos veces antes de que me levantara a contestar.

“¿Quién rayos, me jode a estas horas de la noche?” dije evidentemente molesta, ni siquiera me tome el tiempo de ver el identificador del número, no me interesaba quien era.

Solo escuche mucha bulla atrás, volví a preguntar quién era, pero nadie me hizo caso, iba a colgar pensando en que la persona al otra lado del teléfono tenía que estar muy lejos de mí cuando ya sea de día, porque si la encontraba, la mataba.

“Sara tienes que bajar a la playa, solo hazlo” decía Fer un poco preocupado, se me abrieron los ojos al reconocer esa voz tan familiar, “¿Qué paso?” pregunté algo preocupada

“Nada, solo es Gastón, te necesitamos aquí” dijo Fer sonando más preocupado aún, mi corazón saltó a escuchar su nombre, “¿Le paso algo? ¿Está bien?” dije un poco apurada y sin aire

Fer soltó una carcajada, “Si está bien, solo necesito que bajes para que me ayudes, se pegó una borrachera maldita y no quiere hacer caso a nadie, y ya sabes cómo son ustedes eso de Noga y Sasa” y antes de que Fer pudiera acabar la oración, de alguna manera ya estaba balanceando el teléfono en el hombro para escoger algo que ponerme y bajar corriendo donde Gastón.

Le cerré el teléfono a Fer, y me cambie lo más rápido que pude. Salí del cuarto apurada, para encontrarme con mis papás acostados en el sofá viendo una película.

“Pensé que hoy no ibas a salir” dijo sin regresarme a ver mi mamá, llegué hasta la sala para darles un beso apurado a cada uno. No había tiempo para explicaciones.

Corrí esa colina, teniendo miedo que  los pies me fallaran y me cayera y terminara rodando hasta el comienzo de la colina. Solo seguí corriendo hasta llegar a la calle principal donde ya había más luz y la calle era menos empinada.

No era sorpresa ver a todos ya arreglados en la noche, cada cual con su grupo. Yo solo seguía corriendo, sintiendo ya el cansancio en mi cuerpo, pero de algún lado me salían las energías para seguir corriendo.

Me faltaba el aire ya, pero mi cuerpo no paraba. Me conocía de memoria el camino hacia el conjunto de Fer, Mateo y Joaquín.  Estaban en el puesto de siempre, el lugar de los troncos y las fogatas. Cuando escuche los chillidos de todos y vi la fogata a la distancia me relaje un poco y paré para tomar un poco de aire.

Mateo tocaba la guitarra con fuerza, intentando establecer la melodía de alguna canción. A pesar de que no le salía una sola canción, cada borracho con su propio ritmo y letra diferente cantaba una parte. Mateo seguía tocando y de vez en cuando, cantaba junto a otro, para formar lo que parecía una tortura para los oídos.

Llegué lo más tranquila que pude, pretendiendo que no había corrido toda esa maratón para ayudar a Gastón. Fer se levantó de uno de los bordes del tronco y se acercó a mí para abrazarme, “No quiere escuchar a nadie que no seas tú” dijo mientras me señalaba con una de las manos lo que parecía un bulto en la oscuridad, “Además está un poco agresivo, entonces no es que nos podemos acercar mucho” dijo Fer alzando sus hombros.

Le regresé a ver suspirando. La verdad no era la primera vez que escuchaba de las famosas borracheras de Gastón, nunca lo había visto así, pero sabía cómo era, el mismo me había contado todo entre risas.

Una Sonrisa de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora