Un shot de Tequila por cada vez que me dijo que no

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Era difícil de aceptarlo pero tenía razón, y esa idea seguía molestando mi mente. Pero era la verdad, estaba en la playa y yo me quedaba en la casa leyendo, y haciendo cualquier cosa en vez de disfrutar la arena y el mar.

Pero todavía no era tarde, no íbamos ni por la mitad de junio, tenía casi dos meses para disfrutar de esas cosas.

Para que también, si pensaba en eso, si iba a ir a la playa así sea sola o con mis papás. Pero Gastón tenía razón. Seguramente ya mismo aparecían esas ganas de pasar todo el día acostada en la arena, con un ceviche alado, y al frente el mar.

Pasaron uno  o dos días, donde seguíamos con esos coqueteos y terminábamos con esas miradas que dicen todo pero no dicen nada. Cada vez le tenía más confianza a Gastón y a medida que pasaba el tiempo el beso se iba yendo de mi mente y podía verlo más como un amigo, sin ponerme nerviosa o sentir esas cosquillitas cada rato. Era obvio que todavía me gustaba, pero prefería actuar como si no. Y si había algo que me ayudaba era el tiempo, mientras más días pasaban más me olvida.

Había algo que todavía no entendía, los dos estábamos jugado a ser coquetos, pero había ratos en los que yo ya ni sabía qué hacer, me quedaba sin jugadas, me quedaba ahí congelada.

Uno de esos días me quedé con mis papás en la casa viendo películas. Eran de esas películas viejas, de las cuales yo era fanática. Mi película favorita de esa época, era Breakfast at Tiffany´s, me encantaba Audrey Hepburn. Podía verme esa película una y otra vez, solo nunca me cansaba.

Estábamos preparándonos para la siguiente película. Ya era medio de noche, faltaban unos pocos minutos para la medianoche. Comenzamos como siempre con la película favorita de mis papás. Como no podía faltar, Casablanca. Mis papás se acomodaban en ese sillón gigante de mi papá. De alguna manera entraban los dos, ponían una sábana blanca sobre ellos y estaban listos para la película. Yo tenía todo el sofá ara mí. Me estiraba todo lo que podía y ponía el ventilador en la parte de los pies.

Acabamos la película medio tarde, tipo 2 de la mañana, y cuando sugerí  ver mi película mi mamá gruñó y dijo que estaba ya muy cansada para quedarse desvelada viendo la película. Mi papá no dijo nada, solo se encogió de hombros y siguió los pasos de mi mamá. Me levanté del sofá un poco molesta, claro mis papás si podían ver su película pero yo no. Me despedí de ellos, e inmediato subieron cogidos de la mano a su cuarto.

Me había hecho la idea de quedarme despierta más tiempo, y se me hacía imposible poder dormir. De verdad si quería ver esa película. Me quedé un rato más despierta, dando vueltas en el patio, meciéndome en la hamaca, y de repente mi mirada se desviaba a la casa de alado. Ya era de noche, estaba segura de que no iba a ver ninguna luz, pero igual me quedé un rato ahí, preguntándome si es que Gastón todavía estaba despierto.

¡Pero que rayos estás haciendo Sara! Ya tienes que dejar de pensar en él. Sacudí mi cabeza  para ahuyentar esos pensamientos. Seguramente era por lo que estaba cansada. Mi cabeza comenzaba a pensar en cosas tontas, que solo me quitaban el tiempo.

Seguía despierta, no tenía todavía ganas de irme a la cama. Estaba segura que ya mismo aparecía el sol, no faltaba casi nada, me podía quedar despierta para el amanecer pensé.

Limpie un poco la sala. Cogí todas esas bolsas de papas fritas, y doritos que habíamos comido durante la película. Recogí la basura de la cocina, y con una de las manos llenas llevé las bolsas afuera.

Lo que más odiaba de que este oscuro era el sonido de los sapos. Sentía que estaba siempre algún sapo cerca mío, y que en cualquier momentos alguno de esas cosas iba a saltarme en la pierna. Pensando solo en eso, un escalofrío corrió por mis piernas, la verdad es que si odiaba a los sapos.

Una Sonrisa de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora