Gastón

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A la mañana siguiente me desperté antes que mis papás. Los dos se habían quedado despiertos hasta ver el primer amanecer. Las dos copas de vino tinto seguían en la mesa de vidrio del patio. El sol ya estaba quemando, entonces me puse un sombrero de playa chiquito, uno que apenas cubría mis ojos. Salí en mis pijamas y me acosté en una de las hamacas.

Me mecía lentamente, utilizando mi pie izquierdo para darme más vuelo cuando la hamaca comenzaba a parar. Al poco tiempo me aburrí y decidí ir a coger mi cámara de fotos. Salí al patio, viendo alrededor algo que me llame la atención.

Una flor con pétalos rosados y centro blanco llamó mi atención. Me incliné para poder verla mejor. Comencé a tomar fotos, moviéndome hacia los lados, cambiando de lente, tome todas las fotos que pude.

“Oye rara” gritó una voz atrás mío. Salté, y perdí mi equilibrio. Terminé en cuatro en el suelo, con mis manos y pies en el piso. Deje salir un suspiro y decidí ignorar la voz.

“Pero si te hablo a ti. No te hagas la loca” se rio. Deje mi cámara a un lado de la flor, y me pare, sacudiendo la arena que se había pegado en mis piernas.

“Linda tu pijama, eh” lo dijo con un acento particular, lo regresé a ver. Me saqué el sombrero, porque no lo podía ver bien.

Estaba ahí de pie, justo en el filo de esa pared que dividía nuestra casa de la de los Salvador. Estaba puesta una camiseta negra, tan pegada a su cuerpo, que parecía que ya se iba romper. Disimuladamente volví a ver su cuerpo, era musculoso, especialmente sus brazos y espalda. Estaban puesto unos shorts azules marino, y estaba descalzo. Lo mire una vez más antes de contestas,

“¿Y los Salvador?”

“Mi mamá me enseñó a no responder a personas que no conozca” dijo, claramente jugando conmigo. Su tono era un poco creído, como si el sabia lo guapo que era.

Le sonreí, “¿Y no te enseñó, que no debes ir por ahí diciendo que son raraslas personas?” Estaba siguiendo su juego.

Le saque una media sonrisa, “Me dices tu nombre y te respondo la pregunta”

Me acerque un poco, quería verlo un poco mejor. Él se agacho y terminó sentándose en el filo de la pared, con las piernas colgadas hacia a mí.

“¿y si mejor solo me respondes la pregunta?”

Alzó una de sus cejas sorprendido,  “Nos quedamos aquí por el verano, los Salvador nos rentaron la casa”

Cerré mis ojos y me decepcioné, “No me digas que prefieres ver a los viejos Salvador aquí en vez de a mí”

Lo regresé a ver, y sonreí, “La verdad es que sí” y con eso me di la vuelta y caminé hacia la planta, recogí mi cámara y me senté a ver las fotos. Estaba de espaldas hacia él, pero tenía ese sentimiento de que él todavía me seguía viendo. No quería regresar a ver.

“Gastón, Gastón, ¿dónde andas?” se escuchaban gritos desde adentro de la casa. Gastón viró su cabeza hacía la casa, “Me encantaría quedarme hablando contigo, pero me buscan”

“Chao Gastón” le dije, regresándolo a ver solo por la esquina de mis ojos. Sonrió esta vez completamente, enseñando sus dientes blancos, “Me despediría por tu nombre, pero no lo sé. Chao, rara”

Y así fue como Gastón fue trotando hasta la entrada de la casa y desapareció.

***

Los siguientes días me seguí despertando más temprano, salía al patio vestida, peinada y lista para hablar con Gastón. Pero no aprecia.

Escuchaba algún sonido, alguna voz y el corazón se me aceleraba. Me arreglaba un poco el pelo, y dirigía mi vista hacia la otra casa lista para ver a Gastón y su sonrisa. Pero me ilusionaba en vano, Gastón no aparecía.

Y así mientras más pasaban los días, menos me preocupaba por Gastón. Estaba segura de que no se habían ido todavía, se podía escuchar la música que venía de algunos de los cuartos y las risas que venían de la piscina. A veces tenía ganas de treparme en la enredadera y buscar a Gastón para hablar, pero no quería ser yo la que le buscaba a él.

En el colegio hablan de como siempre es el chico el que te debe buscar, que tu tan solo debes esperar que haga todo. Esto me molestaba, de verdad quería volver a hablar con él.

“Sara, llegamos” oía gritar a mi mamá mientras abría la puerta. Escuche el sonido de las bolsas de plástico, y me levanté de una de las hamacas, para ir a ayudar a mi mamá.

Estaba puesto uno de esos vestidos largos con flores, se notaba que no se había arreglado, porque estaba hecha una media cola, un poco chueca. En tan poco tiempo estando en la casa, mi mamá ya había cogido un color moreno, no estaba bronceada, más bien estaba un poco quemada. Sus hombros estaban rojos, y apenas se notaba la pequeña marca en su piel que dejaba su terno de baño.

Mi pa apareció atrás, “José, todavía quedan unas 9 bolsas en el carro” Entró a la casa, con unas cuantas bolsas en cada mano, su cara estaba roja, no sé si por el esfuerzo de cargar todas las fundas o por el sol de la playa. Estaba puesto una de esas camisetas blancas de playa, con sus shorts kakis. Mi pa, tenía el mismo problema que yo, no nos tomaba ni dos minutos quemarnos. Nuestra piel se volvía roja, un día, y al siguiente día volvíamos a tener nuestro mismo color de piel.

“Yo les ayudo, no te preocupes pa” entré a la sala a ponerme las zapatillas y salí hacia el carro. La puerta de la cajuela estaba abierta, vi las fundas que sobraban y las cogí todas con las dos manos. Me quedé un rato viendo la cajuela, no tenía idea de cómo cerrar la puerta del carro. Intenté cerrar la puerta con mi codo, pero no pude, y ahí fue cuando escuche su voz.

“¿Quieres que te ayude, rara?”

Lo regresé a ver, estaba puesto una camiseta azul, parecida al color del mar, con un terno de baño blanco con diseños negros. Sonreí, “Solo cierra la puerta del carro”

Gastón se acercó, y me miró, “¿Seguro que no necesitas más ayuda?” se rio, “Mira que soy bien fuerte, y te puedo ayudar con alguna de esas bolsas” me enseñó sus brazos, flexionándolos para que puede ver sus enormes músculos. Estaba segura que me sonrojé, así que me voltee y lo dejé de mirar, “Nop, tengo todo bajo control, solo cierra la puerta”

Se acercó un poquito más, y me sonrió, “Como tú digas, rara”

Moví mi cabeza para sacar los mechones de pelos que terminaron en mi cara. Con todo el peso de las bolsas, mis brazos me comenzaron a doler, y solo no podía arreglarme bien el cabello. Le sonreí, “Quieres dejarme de decir rara?”

Gastón movió su cabeza y sonrió, dio uno o dos pasos, y con una de sus manos, puso el mechón de pelo atrás de mi oreja. Lo estaba viendo directamente a los ojos, sus ojos cafés miel. Se mordió el labio, y me sonrió, “¿Entonces me dices tu nombre?”

Esas cosquillitas aparecieron en mi estómago, en mis brazos, el corazón me palpitaba más rápido, di un paso hacia atrás, “Sara” y así me di media vuelta y seguí caminando para la casa.

Abrí la puerta empujándola con mi cadera,

“Pero si te has demorado una eternidad” dijo mi mamá sin regresarme a ver. Ya estaba poniendo todas las cosas en los anaqueles de la cocina, mi papá estaba viendo el futbol.

“Me ayudas pa?”

Sin pensar dos veces se levantó del sofá y me ayudó con las fundas que tenía entre mis manos, “Hubieras hecho dos viajes al carro, ¿no crees?” Le quede viendo, y  le vire los ojos.

Mis brazos me dolían por el esfuerzo de haber cargado todas esas bolsas hasta la casa, mis manos estaban adormecidas y rojas. Salí afuera, a recostarme en las hamacas. La hamaca se movía de un lado al otro. Sonreí recordando lo cerca que Gastón estuvo de mí.

Cerré mis ojos y recordé una y otra vez esa sensación. Esas cosquillitas raras que aparecieron en mi estómago. Abrí mis ojos rápidamente, “Mierda Sara que estás haciendo, deja de pensar en él” me dije a mi misma. Moví la cabeza intentando quitar la imagen de Gastón de mi cabeza. Pero era inevitable, había hecho algo, para quedarse así todo el tiempo, y esto solo era el comienzo. 

Una Sonrisa de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora