43.- El beso amargo del miedo

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La línea entre la realidad y la ficción siempre había sido quebradiza para Rose. Pero ahora caminaba sobre una capa fragmentada de la realidad más que nunca.

Sabía que necesitaba respuestas, tanto como estaba aterrada de recibirlas. Y ni siquiera sabía por dónde empezar a buscarlas. Hablar con sus guardianes podía ser un buen primer paso, pero enfrentar a Cecil y Marcus, confesarles todas sus inseguridades, la hacía temblar. ¿Y si su delicada realidad terminara de resquebrajarse bajo sus pies?

Cuando el reloj marcó las cinco, la hora en que debía ponerse en marcha si quería llegar a su cita con Jun, por primera vez Rose no sintió la emoción del encuentro. Su mente demasiado ocupada en un hervidero de preguntas que temía responder.

Se vistió por inercia y con descuido. Unos shorts deshilachados, una camiseta holgada y sus deportivas favoritas. Salió de casa sin ni siquiera despedirse y recorrió el conocido camino al centro arrastrando los pies con desgana, como en una nube. Una nube negra.

Era un día bochornoso, de esos en que el sol es rojo y el aire está tan cargado que cuesta respirar, cuando ni siquiera los grillos cantan consumidos por la pereza. En una parte distante de la mente de Rose le recordó a otro lejano día de comienzos de verano cuando su camino se había cruzado con la Muerte. Aquel pensamiento tan solo logró agravar su inquietud.

Ni siquiera fue consciente de la cercanía de Jun hasta que notó el conocido chispazo de electricidad que la sacudió de su estupor. Alzó la vista y en efecto, allí estaba. Al otro lado del paso de peatones esperando a que el hombrecillo del semáforo se pusiera en verde. Cuando lo hizo el muchacho trotó hacia ella y antes de que pudiera reaccionar la envolvió en un abrazo y posó un pequeño beso en sus labios.

-Me moría de ganas de verte- suspiró.

Y Rose comprendió que ella también, aunque no hubiera sido consciente de ello. Sonrió con fragilidad y permitió que la calidez de su abrazo la calara y esfumara poco a poco su mal humor. Aspiró su conocido olor, a aftershave y especias. Era casi como un bálsamo.

-Yo también me alegro de verte- reconoció.

Jun se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos y sonrió. Rose nadó en aquella sonrisa.

Ninguno de los dos fue consciente, en su propio mundo, de la gente que pasaba alrededor, los miraba y se sonreía con mirada cómplice. Ah, los jóvenes tortolitos.

En su mundo, Jun la tomó de la mano y echaron a caminar serpenteando en la penumbra de las callejuelas del casco antiguo, agradecidos por el relevante frescor de la sombra. Rose sentía su corazón un poco más ligero en compañía de aquel chico, pero pese a todo Jun pareció percibir su estado de ánimo.

-Rose... ¿están bien?- preguntó- Pareces... preocupada.

Rose lo miró sorprendida por su perspicacia. Y ella que se creía una maestra en enmascarar sus emociones... Jun parecía poseer un sexto sentido propio, al menos en cuanto a Rose respectaba.

Meditó la respuesta a sabiendas de que no podía ser honesta. ¿Qué podía decir sin parecer una loca? ¿Qué la inquietaba la similitud entre una vampiresa milenaria, una diosa sumeria, y ella misma? ¿Que la lectura del diario de un Viajero del Tiempo centenario la había trastocado? No, evidentemente no.

Sintió como otra losa caía sobre su corazón, la de los secretos nunca dichos, las cosas que siempre tendría que ocultar a su amado hombre mortal.

Jun le apretó la mano con suavidad y Rose se maravilló por su intuición y ese modo sutil y paciente de imprimirle valor.

Lo miró de soslayo y supo que quería confiar en él, tanto como temía hacerlo y perderlo. No, no estaba preparada para desnudarle su corazón, pero quería intentarlo. Tal vez ser un poco sincera, contar verdades a medias, resquicios de quien era, como siempre hacía con Sophie.

Se le escapó un suspiro.

-A veces me pregunto quién soy. De dónde vengo.- confesó. Poniendo voz por primera vez a las inquietudes que la habían acompañado toda una vida.

Jun la miró con seriedad y dulzura.

-¿No lo hacemos todos?- inquirió. Y a Rose le pareció increíblemente maduro para su edad- Pero imagino que en tu caso es peor ¿no? Siendo huérfana y todo eso... ¿no te preguntas quiénes son tus padres?

Rose se sorprendió.

-No- musitó.

Y comprendió que era cierto. Nunca se había preguntado quiénes eran sus progenitores. Sí, la pregunta sobre su existencia siempre la había acompañado. ¿Pero sus padres? ¿Por qué no se lo había planteado? ¿Habían llenado Marcus y Cecil ese vacío hasta el punto de no dejar lugar a aquella cuestión? No, no tenía sentido. Cualquier persona normal se hubiera hecho esa pregunta. Se hubiera preguntado quiénes eran sus padres y por qué la habían abandonado. Pero no Rose. Sabía que no era normal, pero aquello rozaba en el sinsentido. ¿Cómo podía no sentir la menor curiosidad al respecto?

Se detuvo estupefacta y Jun la miró confuso.

-No- murmuró de nuevo- Nunca me lo había planteado. ¿Cómo he podido no hacerlo?- se preguntó, su voz cargada con una nota de histeria.

De pronto Jun la abrazó, la rodeó con sus brazos y la apretó contra su pecho. Rose se sobresaltó, pero se permitió envolver por su calidez. Encontró cierto consuelo en su calor y el reconfortante perfume conocido.

-Lo siento, Rose- murmuró Jun contra su cabello, sonaba compungido.- No quería hacerte sentir peor. He sido un bocazas, no puedo pretender saber lo que se siente siendo tú cuando obviamente no lo soy. No pretendía disgustarte. No me gusta verte así.

Rose cerró los ojos embargada por la emoción. Quería decirle que no se disculpara, que nada de aquello era culpa suya, que él no la hacía sentir peor, sino todo lo contrario. Que era un extraño refugio para su alma inquieta. Pero sus palabras quedaron ahogadas por otra inquietud. Un miedo tan oscuro y primitivo que ahogó sus sentidos y le imprimió un sabor amargo a su paladar. Un terror sin nombre que se extendió sobre su cabeza como las alas negras de un cuervo gigante y ocultó la luz. Un miedo que conocía bien.

Sobresaltada apartó a Jun de un empujón y se colocó frente a él, parapentándolo del peligro con su cuerpo. El muchacho la miró con expresión confusa y dolida, pero Rose no tuvo tiempo para explicarse. Frente a ella dos hombres que parecían mortales pero no lo eran, dos carcasas de humanidad la contemplaban con sus insondables cuencas vacías.

Los Limpiadores la habían encontrado.

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NOTA DE LA AUTORA: La imagen es de Jun, fanart por Suleimajtr. ¿No es genial? Tenía muchísimas gracias de poder ver a Jun fuera de mi imaginación. ^^ 

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