47.- Abrazos y palabras

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Sola en medio del patio desierto Rose se sintió la última morada del planeta. Aún inmersa en el estupor tras el inesperado desarrollo de los acontecimientos, durante un instante que se le antojó eterno fue incapaz de moverse.

Después lo sintió. Un tirón a su corazón, como una llamada.

¡Jun!

El pensamiento llenó la mente de Rose. Fue incapaz de comprender cómo podía haberlo olvidado por un segundo siquiera.

¡Jun!

¡Noir!

¡Tenía que encontrarlos!

¡Debían de estar bien! ¿Verdad?  Dios no hubiera permitido que nada malo les ocurriera. ¿No es cierto?

Se sorprendió haciendo algo que nunca había hecho, algo que nadie le había instruido para hacer. Alzó una plegaria al cielo, para que quién fuera  que estuviera allá arriba la respondiera.

Después echó a correr, con toda la potencia de sus piernas, dejándose guiar por aquella misteriosa fuerza que la mantenía enlazada a Jun. Incluso en el lugar más recóndito del planeta.

Lo hizo por inercia. Sin ser del todo consciente del camino que seguía pero con la firme convicción de que no importa cuál fuera al final del mismo el misterioso muchacho oriental la estaría esperando.

Tuvo que reducir la marcha cuando se asomó a terreno habitado, consciente solo a medias de que debía de aparentar ser medianamente mortal. Lo que no dejaba de ser una paradoja porque realmente lo era.

Ahora la fuerza de la unión era tan poderosa que electrificó cada uno de sus sentidos. Jun estaba cerca. Y con él esperaba que Noir también.

En efecto, al girar el último recodo de un callejón allí estaban. Caminaban con sigilo en su dirección, cómo quien pretende jugar al escondite cuando en realidad busca un tesoro.

Al verlos, sanos y salvos, de una pieza y sin un solo rasguño, el alivio que bañó sobre Rose fue tal que todo el miedo y el estrés que había estado reteniendo abandonó de golpe su cuerpo e incapaz de sostenerse cayó de rodillas al suelo.

Gracias- pensó fervientemente, sin saber muy bien a quién agradecía- Gracias.

- ¡Rose!- el grito ahogado de Jun la sacó de su silenciosa plegaria.

El chico se cernió sobre ella cuán alto era y un instante después estaba arrodillado frente a ella y la sujetaba por los hombros con la delicadeza con la que se sostiene a una muñeca. Sus rasgados ojos azabache acariciaron cada centímetro de su cuerpo, como si buscaran imperfecciones, mientras una de sus manos acompañada el recorrido a lo largo de su brazo, su espalda, su cuello y se detenía vacilante a un palmo de su mejilla, que Rose adivinó salpicada de sangre.

- ¡Dios mío, Rose! ¿Estás bien? ¿Estás herida? ¿Te han hecho daño?- la verborrea de preguntas le salió estrangulada por el miedo.

Rose se vio reflejada en sus ojos. Dos pozos oscuros e insondables de inquietudes innombrables, eran un reflejo de los suyos. Vio miedo en aquellos ojos. Un terror frío y visceral. Pero no miedo de ella, o de su naturaleza, sino miedo por ella, por su situación.

Una segunda ola de alivio la estremeció.

Hasta ese instante no se había percatado de ese otro temor que silencioso se había asentado en su corazón. Miedo al rechazo, miedo a ver el odio y el miedo en los ojos de Jun, miedo a no volver a ver amor en la profundidad de su mirada. Pero no solo había amor en aquella mirada, sino aceptación, una promesa de eternidad inquebrantable que la dejó falta de aliento.

Así que aquellos eran los ojos de un enamorado.

- ¡Rose!- la voz de Jun tomó un cariz apremiante cuando no obtuvo respuesta. La zarandeó suavemente, como si temiera hacerle daño. - ¡Rose!

- Estoy bien- suspiró Rose al fin.- Estoy bien, de verdad, te lo prometo. Ni un solo rasguño.

Jun la contempló en silencio, como si quisiera adivinar si le engañaba. El escrutinio tan solo duró un instante antes de que la estrechara entre sus brazos.

Rose se fundió en su abrazo y sintió que estaba al fin en casa. La energía que los unía floreció en su corazón como una rosa y los ojos se le arrasaron en lágrimas. Descargó allí, en el refugio de sus brazos, todos los terrores, las tensiones e incertidumbres de las últimas semanas, y Jun lo aceptó todo sin mediar palabra.

No supo si era ella la que se estremecía o era él, pero cuando al fin se separaron los ojos del chico estaban húmedos.

Rose alzó la mirada para encontrarse con la cabeza de Noir asomada sobre ellos. Le sonrió con debilidad. El gato le devolvió la sonrisa.

Rose se apoyó en el hombro de Jun para ponerse en pié, no porque necesitara ayuda para leventarse sino porque deseaba sentir un segundo más su calidez, y se encaró con el muchacho de ojos ambarinos.

- Tienes un aspecto horrible- repuso Noir con un mohín burlón.

La muchacha supo que probablemente fuera cierto. Su camiseta estaba cedida, y su llanto habría dejado surcos de polvo y sangre seca a lo largo de sus mejillas. Sin olvidar su alborotado cabello de mechones castaños. Después de todo venía de un campo de batalla.

- Gracias, Noir. Tú en cambio estás tan radiante como siempre. - respondió mordaz.

Y antes de darle tiempo a reaccionar salvó la distancia que los separaba de dos poderosas zancadas y lo rodeó con sus brazos.

El gato pareció sorprendido por aquel repentino gesto de afecto. Pero tras el primer segundo de asombro le devolvió el abrazo con ternura.

- Me alegra que estés bien.- dijo el chico con sinceridad- Aunque ni por un momento he dudado de que lo estarías.

Rose sonrió contra su hombro.

- Gracias- murmuró.

Noir le palmeó la espalda.

- Tú hubieras hecho lo mismo- contestó.

Rose sacudió la cabeza. No le había entendido.

- Sí, gracias por cuidar de Jun. Pero sobretodo gracias por estar bien, Noir. Te lo agradezco mucho.

El cuerpecillo del muchacho se sacudió con una pequeña carcajada.

- El placer es mío, créeme.

Rose ensanchó su sonrisa.

Noir se apartó para mirarla a los ojos y sus chispeantes ojos ambarinos se tornaron serios cuando preguntó:

- ¿Y los Limpiadores?

Rose sacudió la cabeza para dar a entender que el peligro había pasado.

- Los magos se los han llevado- elaboró la explicación. No pudo evitar que un poco de rencor asomara en su voz cuando añadió- Al parecer eran modelos obsoletos.

Noir asintió aceptando la escueta explicación. Rose dedujo que en algunas de sus vidas debía de haber tenido tratos con los tejemanejes de los magos. Parecía no ser ajeno a sus artimañas.

- ¿Magos?- la voz de Jun hizo que ambos se volvieran hacia él.- ¿Magos de verdad? ¿De los que hacen magia, como Harry Potter?

- Creo que le debes algunas explicaciones- le susurró Noir con complicidad. - Será mejor que os deje intimidad.

Rose suspiró y asintió antes de volverse hacia Jun que la miraba expectante.

- Tenemos que hablar- le dijo.

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