15.- Interludio

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Cecil contempló a Marcus y disimuló una risita.

-Tienes un aspecto horrible- le dijo con voz divertida.

El vampiro se giró a mirarlo con una mueca de disgusto. En verdad su aspecto era terrible. La larga gabardina negra apenas le colgaba hecha girones sobre los hombros, la camisa de debajo no había tenido mucha mejor suerte y su habitualmente repeinado cabello oscuro era un amasijo uniforme de mechones despeinados, cada cual para un lado distinto. Aquello en comparación con el habitual pulcro y perfeccionista Marcus parecía casi un chiste mal contado.

-Deberías mirarte en un espejo- gruñó el moreno- No te creas que tienes mucho mejor aspecto.

Cecil se vio reflejado en sus oscuros ojos de medianoche y supo que tenía razón. Su cabello dorado había tomado un color cobrizo algo siniestro y la basura era el lugar más agradable que los últimos retazos de su camisa favorita iban a visitar en los próximos minutos. 

-Creo que los vaqueros aún están servibles- respondió analizando los pantalones con el ceño fruncido- La nueva tendencia es llevarlos rotos según he visto. Puede que ésta sea una señal de que necesito renovar mi armario...

Se pasó una mano distraídamente por el cabello y la retiró rápidamente asqueado al sentir el rastro del polvo y la sangre seca.

-Pero antes creo que necesito un baño urgente. - se olisqueó la piel y apartó rápidamente la nariz con un gesto de asco- Con mucho, mucho jabón. No sé si podré quitarme este olor a muerto en los próximos cien años. ¿Cómo le puede gustar a alguien dormir ahí abajo? ¡Apesta! Estoy deseando salir ya de este maldito cementerio.

Marcus dejó escapar una exhalación exasperada.

-No puedo creer que tu mayor preocupación ahora mismo sea esa- le indicó con aspereza.

Los ojos de Cecil se endurecieron, con una mirada helada muy poco propia de su rostro jovial. 

-¿Crees que estará bien?- preguntó.

Marcus bajó la mirada hacia el cuerpo inerte de la muchacha que cargaba en brazos. La calidez de  su piel casi quemaba contra la frialdad de la suya propia. Podía sentir el delicado movimiento de su pecho al respirar y escuchar el latido de su corazón con claridad. Era una sensación agradable. ¿Cuántos años hacía que no la abrazaba? De pronto un día la había visto convertida en casi una adulta, demasiado mayor y demasiado preciosa para que alguien como él pudiera tocarla. Su rosa...

Pero verla así le rompía el corazón, inconsciente y un poco rota. El hilo de sangre seca había dejado un surco escarlata en su barbilla y aunque sabía que no era su sangre no importaba, el daño estaba hecho, el terror implantado, el recuerdo era imborrable. Si hubiera tenido el poder estaba seguro de que la cabeza del culpable yacería ahora mismo cortada entre sus manos.

Veía los mismos sentimientos reflejados en la mirada celeste de Cecil como un espejo. Pero el hielo en los ojos azules del vampiro comenzó a derretirse poco a poco al tiempo que contemplaba el rostro dormido de su protegida.

-No estoy seguro- contestó Marcus con seriedad- No sé bien cuáles podrían ser las consecuencias de beber Su sangre, pero estoy seguro de que no son perjudiciales para su vida.

La mano de Cecil se posó con dulzura sobre la frente de la joven y sonrió. 

-Estará bien-aseguró y en su voz no había lugar a dudas- Rose estará bien. No hay flor más fuerte que mi pequeña rosa en este mundo.

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-¿Por qué?- preguntó Amaury girándose hacia su creadora con ojos brillantes- ¿Por qué lo habéis hecho? ¿Por qué habéis compartido vuestra preciada sangre con ella? ¡Con una humana que jamás sabrá apreciar su valor!

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora