38.- La Mujer y El Destino

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-¡Dios mío, Rose! ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?

La voz frenética la sacó de su estupor.  Parpadeó de regreso a la realidad para encontrarse con el rostro de Jun inclinado sobre ella y desencajado por la preocupación. Sintió un leve aleteo en la boca del estómago al ver la honestidad que reflejaban sus ojos oscuros. Al instante siguiente el miedo se apoderó de ella, un frenesí con sabor a metal.

¡¿Cuándo había llegado?! ¿¡Cuánto había visto!? ¿L...a había visto superar las barreras de la ciencia a velocidad imposible? Las palabras se le atragantaron en la garganta.

Después vio la sincera preocupación de sus ojos y el alivio la bañó. No, no había visto nada. Sino otra clase de sentimiento se reflejaría en su mirada oscura. ¿Miedo? ¿Repugnancia? ¿Rechazo?  

Rose no quería pensarlo.

Despegó los labios para responder que se encontraba bien pero un quejido sobre su pecho la silenció. Bajó la vista hacia la silueta tendida sobre su cuerpo. Justo en ese momento la mujer decidió levantar el rostro y sus miradas se encontraron. Una vez más, Rose no pudo evitar su extrañeza. No había absolutamente nada fuera de lo ordinario en ella, nada que la marcara como la diana de un agente del destino asesino. Un rostro común, ojos y cabello color tierra, ni pálida ni morena, y sin un solo ápice de magia en ella.

- ¡Oh, dios mío!- exclamó la mujer al verla- ¡Oh, dios mío! ¡Lo siento tanto! ¿Estás bien? ¿Te he hecho daño? ¡No sé ni cómo empezar a agradecerte qu...

-¡Rose, estás sangrando!- interrumpió Jun la berborréica disculpa de la mujer. Parecía preocupado.

Rose siguió la dirección de su mirada hasta su brazo donde, en efecto, la brillante sangre roja resaltaba sobre su palidez natural. Comprobó mentalmente de nuevo cada parte de su cuerpo. Nada que le doliera, no. Si alguna vez había habido alguna herida hace tiempo que había sanado, probablemente en cuestión de segundos. La sangre de Inanna aún corría poderosa por sus venas.

Sacudió la cabeza.

-No es mía.- aseguró, tratando de calmar a Jun- Estoy de una pieza.

Aunque no pareció muy convencido.

-¡Dios, cuanto lo siento! Debe de ser mía- casi lloriqueó la mujer sobre su pecho.

Rose se volvió hacia ella y comprobó que estaba sangrando del antebrazo, allí donde el roce contra el pavimento había levantado su piel. No parecía nada grave, poco era para lo que pudiera haber sido.

-No pasa nada- la tranquilizó- Lo importante es que estamos enteras. ¿Estás bien? ¿Puedes ponerte en pie?

La mujer asintió y comenzó a incorporarse. Reprimió una mueca de dolor cuando cambió de posición y la herida comenzó a sangrar de nuevo. En un instante Jun estaba junto a ella, ayudándola a levantarse. Momentos después la joven había regresado a la acera y era atendida por un grupo de ruidosos transeúntes, todos empeñados en preguntarle a la vez si se encontraba bien. Jun se volvió hacia Rose y le tendió la mano. Aunque no lo necesitaba, la muchacha aceptó agradecida la mano que le tendía y disfrutó el cosquilleo de la magia que besó su piel cuando sus dedos se encontraron. Sus rodillas se debilitaron un instante, amenazando con dejarla caer. El brazo del chico se apresuró a mantenerla erecta, fuertemente apoyada en él. Rose vio un relámpago de preocupación atravesar su rostro. Creía que su momento de debilidad se debía al accidente y no al extraño efecto que su cercanía tenía sobre ella. Prefirió que lo creyera así. El galimatías de sus propias emociones en lo que a aquel chico respectaba eran uno de sus mayores misterios sin resolver.

-Estoy bien- le confirmó una vez más con suavidad- De verdad.

Jun asintió y la dejó ir a regañadientes. Rose tuvo que contenerse para no suplicarle que no lo hiciera cuando el pulso que los conectaba se difuminó.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora