7.- Un Encuentro

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El amanecer despuntaba el horizonte con un misterioso resplandor violáceo cuando Rose salió de casa. Tuvo una sensación extraña. Como si el mundo hubiera dado la vuelta y lo que contemplaba fuera el crepúsculo en vez de la madrugada. El cielo parecía haber sido acuerelado en tonos rosados y lilas por el pincel de la noche, casi como si se resistiera a marcharse y aleteara en el último suspiro de la mañana. Como si el día tocara a su fin en vez de a un comienzo. Como si el mundo empezara a decaer. Era una sensación en verdad extraña.    

Por suerte cuando cruzó de puntillas la puerta del jardín  y la cerró con cuidado a sus espaldas ningún vampiro hizo acto de presencia para preguntarle que narices estaba haciendo escapando sigilosa a la madrugada. Si sus padres adoptivos estaban fuera, dormidos o simplemente dejándola hacer lo que le diera la gana no lo sabía y francamente poco le importaba. Tan solo quería salir de allí y regresar a la realidad, sentir que tenía de nuevo en sus manos las riendas de su vida.

Decir que estaban fuera venía a ser un sinónimo de "estar de caza". Aunque Rose nunca lo hubiera visto era perfectamente conciente de en que consistía la dieta de sus guardianes y agradecía en secreto no ser parte de ella. Por otro lado, los vampiros no dormían sino que caían en una especie de estado catatónico cercano a la muerte; profundo, inmóvil y tan frío que uno pudiera confundirlos fácilmente con un cadáver. Ya que no dormían Rose suponía que aquel estado era su única escapatoria cuando les fallaban las fuerzas para seguir adelante. De una cosa estaba segura, no importa lo sigilosa que fuera o intentara ser jamás lograría escabullirse inadvertida a menos que ellos lo permitieran o no estuvieran en casa.

Despidió los pensamientos con una sacudida de cabeza y comprobó la hora en su viejo reloj de pulsera, más por costumbre que por necesidad. Era lo suficientemente temprano para no cruzarse con ningún vecino y no encontrar una tienda abierta. Por suerte aún tenía media hora a pie hasta el centro de la ciudad. Desventajas de vivir en la cima de una colina, en el barrio más rico y caprichoso de la capital. Pero en aquel momento le venía bien. Podía hacer un poco más de tiempo si se demoraba cruzando el parque antes de ir a desayunar a su cafetería favorita, "Lil' Madeleine". Se frotó las manos y sonrió por primera vez en toda la noche. Sonaba como un buen plan.

Rondaban las 8 de la mañana cuando llegó a "Lil' Madeleine ". Semioculto en la esquina de un estrecho callejón del Casco Antiguo de la ciudad, el pequeño café parecía salido directamente de la pagina de un cuento de hadas. Las grandes macetas desbordantes de hortensias rosas era lo primero que captaba la atención del caminante, como un sorprendente estallido de color en la penumbra de la calle. A través de un gran escaparate podías contemplar el simpático interior de suelo, paredes y techo blancos con molduras florales, cortinones rosas y mesitas y sillitas de madera pálida con cojines estampados que parecía haber cobrado vida de alguna vieja fiesta de té en el patio trasero de la casita de campo de una dama victoriana. Pero lo que cautivaba al espectador era el mostrador repleto de magdalenas de todos los colores y sabores imaginables, tartas, galletas, bizcochos y chucherías varias. Aquel espectáculo dulce era un festín para los sentidos y la razón por la que Rose se pasaba siempre que podía. Para satisfacer su instinto goloso.

Abrió la puerta y el alegre tintineo de una campanilla le dio la bienvenida. Al instante el fuerte aroma a café, chocolate y dulce la envolvió como un viejo amigo al que había echado demasiado en falta.

-Buenos días, Carl- saludó alegremente al chico que pasaba distraídamente un paño por la barra y se dirigió directamente a su lugar habitual, la pequeña mesita junto a la ventana desde donde tenía una vista privilegiada de la calle y el resto del local.

A pesar de la hora temprana un hombre fornido ya sorbía su café enfrascado en la lectura del periódico al  fondo del establecimiento y dos jóvenes con aspecto de turistas charlaban animadamente sobre sus tazas humeantes y sus magdalenas a medio comer. A primera vista podían parecer fuera de lugar en aquella cafetería más propia para princesas de Disney pero Rose sabía por experiencia que las delicias de "Lil' Madeleine" atraían a todo tipo de clientela.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora