12.- Los muertos nunca duermen

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Rose se sobresaltó cuando la puerta se cerró a sus espaldas, pero se cuidó bien de demostrarlo. Ajeno a ella, su particular anfitrión hizo un ademan para que lo siguiera y dándole la espalda echó a andar con paso elegante por el cementerio. Sin un segundo de demora la muchacha se apresuró a trotar tras él.

Era noche cerrada. La luz en el camposanto era escasa y debía apresurar el paso para no perder de vista la esbelta espalda del vampiro. A medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad Rose comenzó a distinguir las siluetas de las lápidas, las flores secas que las adornaban y los altos cipreses que aquí y allá bordeaban en camino, un bonito sendero pavimentado en piedra que abría la marcha colina arriba entre arbustos y rosales. De vez en cuando una vieja estatua o una pequeña fuente amenizaba la vista. Era un lugar agradable para dar un paseo... a la luz del día y en compañía viva a ser posible.

Pese a todo su acopio de valor y raciocinio, Rose no podía dejar de sentir cada vello de su cuerpo erizarse en alarma. La magia allí era poderosa y antigua, tan vieja como los huesos que reposaban bajo tierra o incluso más. Y aunque sutil palpitaba en cada uno de los objetos allí presentes: en sus piedras y en sus rocas, en las lápidas, los árboles, las flores e incluso las estatuas. Se enredaba sinuosa en torno a los vivos, cómo queriendo arrastrarlos a su sino, queriendo desvelar el misterio de su vida. Y Rose era la única mortal presente y viviente en los dominios de aquella magia ancestral. Creía recordar que aquel cementerio se remontaba a una época previa a la fundación de la ciudad, cuando los nativos salvajes de aquellas tierras habían enterrado a sus muertos bajo itinolitos. Imaginó a todos aquellos espíritus furiosos y confusos, los que habían sido masacrados por los invasores que habían construido la ciudad, removiéndose en sus tumbas por la injusticia. Si lo pensaba su ciudad había sido erigida sobre un baño de sangre. Aquello siempre atraía muchas malas vibraciones. Tal vez por ello había tal número de criaturas sobrenaturales pululando por sus calles, la vieja magia de la sangre y la justicia era un imán poderoso. No pudo evitar estremecerse.

-¿Frío?- inquirió Amaury volviéndose hacia ella con una ceja enarcada, sin duda malinterpretando su temblor. Se movía por el cementerio como por su propia casa y Rose se preguntó cuántas veces habría estado allí- No te preocupes, ya casi estamos.

 No se molestó en contradecirle. Prefería que pensara que se estremecía de frío y no de miedo. En vez de eso alzó la vista y observó los alrededores con renovada atención. Habían llegado a la parte más señorial del cementerio, donde se erguían los grandes panteones familiares de las familias adineradas y poderosas de la ciudad. Algunas parecían antiguas, se remontaban a la fundación del primer pueblo y estaban construidas en piedra adornadas por imponentes estatuas variadas: las había con ángeles, vírgenes y santos y también los que habían elegido unas figuras más paganas en general mitológicas como esfinges o caballos alados. Pero todas estaban bien cuidadas y resultaban innegablemente hermosas, se alzaban ante el visitante como grandes señoras de tiempos antiguos que guardaran celosas los secretos de sus muertos. Rose se sintió sobrecogida ante su poderosa y trabajada belleza.

A medida que se adentraban más y más los mausoleos se iban volviendo más antiguos, algo descuidados incluso, algo más sencillos, pero no menos sobrecogedores en absoluto. Amaury se detuvo frente a una cripta de piedra gris, cuadrada y sin apenas adornos, por cuyos muros desnudos había comenzado a trepar una espesa mata de hiedra verde oscura, gruesa y fuerte por el paso de los años. Rose se detuvo tras él sobresaltada y alzó los ojos para contemplar la misteriosa construcción. Se sintió trasladada a un mundo mágico como los que habitan en las leyendas célticas y los cuentos de hadas. 

-Aquí es- repuso Amaury con suavidad pero con un tono que no dejaba lugar a réplica.

-¿Aquí?- repitió algo confusa. ¿Qué diablos iban a hacer en una cripta que parecía abandonada hace al menos un siglo a medianoche? Sintió que el vello de su cuerpo se erizaba, allí la magia era aún más antigua y poderosa, parecía manar de cada resquicio entre las piedras casi como si llorara. Miró a su anfitrión con cierta aprehensión. Puede que aquello no fuera tan buena idea después de todo.

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