53.- El cuarto guardián

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El sonido de la aldaba al chocar contra la puerta congeló a Rose en lo alto de la escalera. Sintió el corazón acelerarse en su prisión costal. Instintivamente se volvió a mirar con los ojos muy abiertos al chico que se había detenido a su espalda. Jun le devolvió la mirada con el semblante pintado de blanco.

"Es él"- musitó Rose sin voz, tan solo con un movimiento de los labios.

El muchacho no respondió. No hacía falta.

Era él. El cuarto guardián.

Lo habían estado esperando.

Presintió el movimiento en la planta baja antes de verlo. Le sorprendió que fuera Marcus, ataviado en un impecable traje de raso negro, quien emergió del salón a abrir la puerta. Ni el mismo diablo hubiera podido estar más atractivo en toda su solemnidad. Los ojos del inmortal se alzaron hacia ellos, detenidos en el rellano, su semblante estoico no dejó traslucir emoción alguna. No los invitó a bajar ni los apremió a esconderse y cuando su mirada soltó al fin la de Rose, la chica se sintió un poco desnuda y desamparada.

Buscó a Jun con la mirada. ¿Seguro que quieres hacerlo?- le preguntó sin palabras. Como única respuesta el chico le acarició la mano, un contacto sutil y rápido, pero cuyo calor perduró como el sol que se cuela por la ventana en una mañana de verano.

Habían acordado que lo harían juntos, enfrentarse a la verdad y al misterioso cuarto guardián que había extendido su ala invisible para protegerla. De nada valía que el muchacho se escondiera en una habitación desierta, aquella criatura sabría bien distinguir el latido de dos corazones humanos dentro de una misma casa. Rose lo sabía pero el recuerdo amargo de Amaury le pesaba.

"Esta vez no estoy indefensa"- se dijo, agradecida no por primera vez al misterioso poder que Inanna le había otorgado- "Esta vez no"

Le pareció que la puerta se deslizó con un silencio excesivo sobre sus goznes, sin un pequeño gemido para acompañar la tensión que se palpaba en el ambiente. Cuando al fin terminó su lento desfile reveló la figura solemne que aguardaba al otro lado.

Rose contuvo una exclamación de sorpresa.

¡Era un muchacho!

No aparentaba ser un año mayor que Rose. De hecho, cualquiera podría haberlo confundido fácilmente por un quinceañero con su mediana estatura y constitución delgada y la maraña de bucles castaños que sobre su cabeza enmarcaban un rostro de facciones delicadas, como las de un querubín que comienza su metamorfosis en ángel helénico.

Pero Rose sabía no dejarse engañar por las apariencias, presintió el poder milenario que palpitaba bajo la nívea superficie de su piel de porcelana. Pero había algo extraño, como una pieza fuera de lugar en un rompecabezas. Aquel vampiro parecía joven, y no se refería a su aspecto, era algo más vital e imperceptible; pero pese a su juventud era poderoso. Muy poderoso.

- Alteza- Marcus se deshizo en una elegante reverencia.

Alteza...

Rose tragó saliva y contempló con renovado interés al misterioso muchacho. Un miembro de la realeza vampírica, una rareza entre rarezas, algo que ni siquiera ella había tenido el honor de conocer en sus dieciocho años de vida.

-Marcus- el muchacho sonrió con suavidad y palmeó la espalda del vampiro- Nada de reverencias entre viejos amigos- lo amonestó con dulzura, aunque su voz emanaba autoridad.

- Como deseéis- murmuró Marcus, irguiéndose cuan alto era y sacándole casi una cabeza entera al joven vampiro.

El chico asintió satisfecho y entonces sus redondos ojos castaños se volvieron lentamente hacia Rose. Eran unos ojos profundos y asombrosos, se le antojaron amables a la par que melancólicos. Rose nunca había conocido un vampiro con los ojos tan cálidos como aquel. Contuvo el aliento.

- ¡Tú debes de ser Rose!- exclamó el vampiro al verla- ¡Pero si eres toda una mujer y parece que fue ayer que eras un bebé regordete y sonrosado! Siempre me asombra la velocidad a la que crecen los mortales. Es como si les faltara el tiempo. Aunque pensándolo bien, imagino que les falta.

Después centro su atención en Jun y ladeó la cabeza intrigado.

- Vaya, veo que tenemos otro invitado- repuso sin malicia, como quien ha descubierto un invitado inesperado en su fiesta del té- ¿Y bien, pensáis bajar y uniros a nosotros o tengo que subir a estrecharos la mano personalmente?

Aquello sacó a Rose de su estupor. Se sonrojó débilmente y se apresuró escaleras abajo, echando un vistazo de reojo a Marcus quien parecía estar haciendo acopio de fuerza de voluntad para no regañarla por sus modales.

- Eso está mejor- el muchacho vampiro asintió satisfecho- Es probable que no me recuerdes, Rose, pero yo te recuerdo muy bien y es todo un honor volver a verte.

Sin darle tiempo a reaccionar, a encontrar la voz siquiera para responder, el joven inmortal se inclinó y posó un delicado beso en el dorso de su mano.

Después se volvió sonriendo hacia Jun, que no había abandonado durante un instante su retaguardia.

- ¿Y tú debes de ser...?- inquirió con suavidad.

- Jun- se apresuró a responder el chico- Soy Jun.

- Jun- repitió el vampiro asintiendo, como si encontrar un joven humano en una reunión vampírica fuera una ocurrencia habitual- Es un placer.

Le estrechó la mano con elegancia.

-El placer es mío...- contestó el chico titubeante.

-Oh, pero disculpad mis modales. ¡Si no me he presentado!- exclamó de pronto el vampiro- Mi nombre es Cristian.

Marcus carraspeó tras él y durante un instante Rose juraría haber visto al joven inmortal poner los ojos en blanco.

- El príncipe Cristian- añadió casi a regañadientes- Pero podéis llamarme Cristian.

¡Un príncipe!- pensó Rose con asombro.

- ¡Un príncipe!- la exclamación de Jun fue un eco de su pensamiento.

- Un príncipe- corroboró Cristian con toda naturalidad- Imagino que Rose ya lo sabe pero la sociedad vampírica está estrictamente regida en un delicado equilibrio entre dos poderosas facciones. El Consejo de los Antiguos, formado por los vampiros más ancianos y poderosos, y los Nobles, los hijos de los Nacidos.

- ¿Nacidos?

- Existe un puñado de vampiros que no ha sido convertido, sino que ha nacido de la unión entre dos vampiros, en el término estricto de la palabra, como nosotros lo entendemos.- aclaró Rose, echando una mirada de reojo a sus acompañantes inmortales, dubitativa sobre si estaba permitido que compartiera aquella información. Después de todo el clan vampírico era de lo más secretivo sobre la faz de la tierra, tal vez tan solo superado por la comunidad de magos. Pero a su lado el príncipe Cristian asintió satisfecho y aunque el semblante de Marcus parecía esculpido en piedra, no hizo ademán alguno para silenciarla.

- No sabía que los vampiros pudieran nacer- murmuró Jun.

- Es una ocurrencia muy rara- repuso Rose.

-Extraordinaria, diría yo.- añadió Cristian- Algún tipo de anomalía biológica y un número de casualidades dio como resultado que una vampiresa diera a luz a un joven vampiro. De esto hace miles de años. Se vio que el vampiro nacido poseía poderes extraordinarios, una combinación intachable de los dones de sus progenitores. Además de la rara capacidad de reproducirse, aunque a una velocidad infinitamente lenta. De ahí nació una rama de criaturas que ocuparía un lugar de honor en la cúpula del poder: la Nobleza Vampírica.

A juzgar por la expresión de Jun parecía estar a punto de sufrir un cortocircuito. Rose por su parte no podía dejar de mirar al extraño cuarto guardián. ¡Un miembro de la realeza que no titubeaba en compartir información secreta sobre la naturaleza del poder vampírico!

Fue el mismo Cristian quien dio por finalizado el incómodo silencio que había seguido a sus palabras.

- Y ahora, qué tal si pasamos al salón. Un recibidor, por acogedor que sea, no parece el lugar más adecuado para la conversación que vamos a tener.

Aquello pareció sacar a Marcus de su misterioso estupor y con una reverencia les señaló el camino hacia el salón. El príncipe encabezó la comitiva, seguido por un silencioso séquito formado por un vampiro taciturno y dos humanos cuyas cabezas bullían con preguntas.

El Hilo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora