Pasadizo mágico

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Cuando sonó el timbre para el recreo, Fernando le dijo que se tenía que ir. A ella realmente no le importaba pero en el fondo era padre tener otro amigo. Si es que lo era.
Melissa caminó por el pasillo atestado de gente, algunos estaban estorbando en el camino,  otros caminaban como ella y aquellos se pegaban a sus casillero tratando de meter y sacar cosas. Salió al patio. Miró la ventana de su lugar mágico. ¿Cómo llegaría ahí sin pasar el terrible tumulto de los alumnos? Bajó la mirada y buscó alguna otra entrada que no sea la de la entrada principal ni la del patio. Vio, en un costado, una puerta vieja, cerrada, dura y fría. Se acercó. Como siempre estaba casi vacío el patio, no tenía que preocuparse. La manija era de las de palanca, la agarró congelando su mano y la bajó con todas sus fuerzas, hasta tuvo que usar las dos manos. Cuando al fin logró abrirla, una oscuridad plena que inundaba el interior, se expandió a sus ojos. Entró. Entrecerró la puerta y empezó a toquetear la pared buscando un interruptor. Pero lo que encontró fue una cadena delgada colgando del techo. Jaló levemente de ella y una luz tenue inundó a penas sus ojos. Miró alrededor suyo buscando algo. Algo. Encontró una escalera que subía a algún lugar también oscuro. Subió quedando de nuevo en oscuridad. En la habitación había una puerta que por el agujero de la llave salía luz. La abrió con fuerza, más que la primera. Era el pasillo. ¿Cómo es que no había visto esa puerta antes. La respuesta: estaba pintada como la pared. Nadie la había visto. Subió al lugar mágico y abrió su libro. Leyó y leyó y leyó un poco más. Su celular sonó, era la alarma que había puesto para irse de ahí antes de que suene el timbre y le rompa los tímpanos. 2 minutos después de salir, bajar, y acercarse a su salón tocó el timbre.

Una chica un poco comúnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora