Capítulo 2

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Lucía no sabía si aquel chico se había acercado hasta allí solo por el hecho de echar un vistazo a la tienda, como hacían muchos transeúntes, o para buscar algo en concreto. Pero lo cierto era que estaba consiguiendo ponerla nerviosa con su presencia. Éste había dado un paso al frente con la imponente envergadura de su cuerpo, respetando el extraño silencio que se había producido bajo el toldo de aquel puesto. Unos segundos después, que a Lucía le habían parecido interminables, volvió a escuchar su voz.

- El silencio otorga, la mirada habla y la sonrisa confirma... - murmuró con suavidad y, a continuación, sus labios se separaron para esbozar una clara y arrebatadora sonrisa.

Lucía, sin ser dueña de sus propias reacciones, arrastró la mirada desde la correa que abrazaba las caderas masculinas, hasta detenerla a golpe de impacto sobre unos bíceps ligeramente apretados por la tela de la camisa, de un azul zafiro en perfecta armonía con el color de sus ojos.

Sus ojos; justo en ellos empezó a ser consciente de que el tiempo seguía su curso y no había sido capaz de articular una palabra para aceptar o rechazar la ayuda que él, amablemente, le había ofrecido. Se sintió ridícula y volvió a retirarle la mirada para hacerse de nuevo con el colgante que, un minuto antes, debió haberse desprendido de sus manos sin que se diera cuenta. Ésta vez se subió a una pequeña escalera de dos peldaños y estiró los brazos con menos esfuerzo para poner aquel complemento en el expositor rosa. La diminuta camiseta que llevaba puesta, otra vez traviesa, se hizo hacia arriba y pudo notar sobre su cuerpo la caricia de los ojos azules e intensos del hombre que la miraba. Y se erizó. Se erizó, irremediablemente, como si de verdad la hubiera tocado con la yema de sus dedos. <<!Dios mío, ¿qué es esto?, ¿quién es y cómo puede...?!>> Se preguntó a sí misma, desconcertada, asustada, aturdida...

- ¿Deseas alguna cosa? - se obligó a decir después de regresar sus pies al suelo y, decidida, izó la vista para dirigirse a él. Como respuesta, el chico no pudo más que seguir contemplando sus ojos y sonreír tenuemente. Ahora que ella lo preguntaba con aquella débil determinación y aquél rubor en sus mejillas; sí, descubrió que deseaba algo. Dejó caer la mirada un instante sobre sus labios y lo confirmó.

- Sí, de hecho, deseo... - murmuró, como si las palabras hubieran escapado de su boca sin permiso. Pero al sentir que se mordía su propio labio, se reprendió mentalmente y descendió la mirada hacia el mostrador de la tienda para no dejar al descubierto sus pensamientos. <<¿De verdad estaba deseando hacer aquello?, ¿moler a besos a una completa desconocida?>>, se preguntó mientras ojeaba la hilera de pulseras perfectamente ordenadas sobre la tela marfil. sí, definitivamente sí, y el motivo era evidente. Su pelo, sus ojos, su boca, su cuerpo..., toda ella era una tentación para sus sentidos.

- Éstas de aquí son todas de chica - señaló Lucía moviendo su mano sobre las pulseras -, y éstas otras son de chico - parecía estar un tanto más relajada, aunque el perfume masculino que provenía de él no ayudaba demasiado. El chico elevó la mirada para atenderla mientras hablaba y volvió a sentir, por un par de segundos, que se quedaba absorto en su boca. No obstante, tuvo tiempo de atrapar su mano antes de que ésta la retirara. La sostuvo envolviendo su pequeña muñeca entre los dedos e, instantáneamente, comenzó a sentir un ligero cosquilleo que recorrió su brazo y se reflejó en su estómago.

- Me gusta ésta que llevas puesta - dijo con amabilidad y determinación, fijándose en una de las cuatro pulseras que ella tenía puestas. Lucía, intentando sobrevivir al súbito estremecimiento que le había producido la osadía del chico, no solo no pudo retirar la mano, sino que, con sus propios ojos, pudo comprobar que de nuevo se erizaba. Tragó saliva e intentó responder con toda la normalidad que fue capaz de aparentar.

- ¿Cuál..., cuál de ellas? - movió los dedos tratando de desentumecerlos, mientras que un cálido cosquilleo sinsentido se había originado en la punta de estos y había ido extendiéndose hasta llegar a su pecho. Luego había descendido a su vientre y, cuando intuyó que la sensación amenazaba con invadir su entrepierna, apretó sus muslos uno contra otro para evitar que sucediese. No lo logró.

Entre Gucci y Gominola.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora