Capítulo 8

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-Sigue tu camino. No he venido aquí para hablar con desconocidos - respondió África espontáneamente y a continuación apartó la mirada para concentrarla de nuevo en la madera oscura de la puerta.

Jael, por su parte, retenido por un silencio que no comprendió, arqueó una ceja sorprendido y estudió centímetro a centímetro el cuerpo de aquella chica. No sabía si estaba más buena o era más estúpida, pero los niveles eran altos en ambos sentidos. De hecho, presentía que si se quedaba observándola de aquel modo mientras ella trataba de ignorarlo, una parte concreta de su cuerpo reaccionaría, endureciéndose. <<Jael, estás muy salido>>. Se dijo a sí mismo y sacudió ligeramente la cabeza. Pero es que..., toparse con una adolescente y que ésta no supiera quién era él, no solo despertaba su curiosidad, sino que lo hacía volver a sentir, aunque fuese brevemente, que era el chico desconocido que un día fue. Libre.

Se mojó los labios con la lengua y frunció el ceño cuando la chica guapa y estúpida volvió la cabeza para mirarlo de nuevo.

-¿Qué haces ahí parado? ¿Acaso no sabes llegar a tu habitación? Pues no puedo ayudarte, ¿sabes? ¡No trabajo aquí! - exclamó lo que a Jael le parecieron varios berridos.

-No, claro - respondió, sarcástico, dando por hecho algo que no llegó a decir con palabras. Aquel gesto hizo que la furia de África aumentase unos grados más.

-¡No es un buen momento para que te rías de mí! ¡Podría reaccionar muy mal, te lo advierto! - situó su cuerpo más de frente al de él y lo miró de manera amenazante. Jael hizo lo mismo, se enderezó ante ella, demostrándole que no le tenía ningún temor.

Por un instante prolongado, ésta vez, fue África quien no pudo frenarse a la hora de inspeccionar al detalle el material humano que tenía delante. Aquel americano solo llevaba puesto un pantalón de chándal gris y una pequeña toalla blanca colgada al cuello. Lo demás eran músculos definidos en su justa medida, pectorales donde a cualquiera le gustaría echarse una siesta y unos abdominales marcados que...UUFF Ésto, cubierto de una fina capa de sudor que, con sus correspondientes brillos, lo remarcaba todo. ¡Claro, era eso! ¡La culpa era del puto sudor que, no es que marcara, sino que exageraba la masculinidad de aquella anatomía!, pensó África y apretó los labios mientras se obligaba a despegar de allí los ojos para centrarlos solamente de cuello para arriba.<<¡Ay, Dios!> No sabía qué era peor. Era todo lo guapo que podía a llegar a ser un tío. El pelo algo húmedo y despeinado, ojos oscuros y mirada intensa como el aire del desierto, labios ligeramente carnosos y provocadores del pecado... <<¡Joder, África, vete a la mierda! ¡Te estás acelerando y no precisamente por el cabreo de no encontrar a Lucía!>> <<¡¡¿Lucía?!!>> Meditó unos segundos consigo misma y se sobresaltó al acordarse del verdadero motivo por el que estaba junto a aquella puerta.

Jael, que se había dejado disfrutar por ella de forma visual, se descubrió disfrutando también de ese momento. Así que cuando la rubia curvilínea de pelo largo rompió abruptamente el contacto, él sintió una ligera e inexplicable decepción. <<¡Ya te vale, Jael!, te has pasado haciendo pesas y te ha afectado al cerebro>>.

¡Golpe, golpe, golpe, golp...! África había vuelto a lo suyo y, sin importarle que él estuviera ahí, aporreó la madera con más fuerza que antes. Jael resopló y caminó hacia ella para detenerla. Enroscó un brazo alrededor de su cintura, la elevó en el aire y la apartó un par de metros de la puerta. No obstante, al devolverla al suelo, se aseguró de quedar delante suyo, interponiéndose ante cualquier intención descerebrada que pudiese volver a tener.

-¡¡¡Pero qué cojones te pasa a ti!!! - gritó ella mirando hacia arriba, ya que Jael le sacaba varios palmos. Él la atravesaba con una severa mirada de desaprobación.

Entre Gucci y Gominola.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora