11. Consejo.

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Con el rostro pegado a la mesa, fue abriendo poco a poco los ojos, e incorporándose adolorido por las horas que paso dormido en tan incómoda posición, miro a su alrededor. La luz aún no había llegado. En el aire se sentía una inasible calma. Todo estaba en silencio, pintado por nebulosa luz que en ese momento le parecía deslumbrante en comparación a la del día anterior. Miro su reloj de mano, eran las siete con cincuenta de la mañana. Camino hasta la sala, donde diviso el auto estrellado contra el ventanal.

<<No fue en sueño, entonces...>>

Su mano, que había permanecido cerrada durante toda la noche y durante ese pequeño lapso de la mañana, sostenía algo celosamente. Estaba entumecida. Le costó abrirla, ya fuese por el frio o por lo importante del objeto dentro de ella, la extendió. Un pequeño papel doblado era todo lo que había en ella.

<<Fue Mirlet quien me lo dio...''Ábrelo cuando estés solo. '' – dijo el− ''preferentemente antes de las once''...>>

Recordó verlos marchar con linternas en mano entre penumbras caóticas y por ende peligrosas. Ambos tomaron sus cosas del suelo: eran muchas mochilas negras del mismo tamaño, y parecían ser pesadas pero ellos las llevaban a cuestas como si nada. Estrecharon la mano del joven Armando, fue ahí cuando, al ser el último del que se despidió, Mirlet le entrego el papel mientras le susurraba esas palabras, de manera que Gary no se diera cuenta.

− ¡Armandito! ¿Estás ahí? – preguntaron de repente. Una pequeña cabecita marrón se asomó por el hueco de la pared.

−Talía, espera, te dije que no tan rápido. − Gritaban a sus espaldas. Era su madre, quien envuelta en varias capas de ropa, luchaba por caminar lo más rápido posible sin caer o atascarse por las grandes pilas de nieve.

Talía miro a su querido amigo y sin pedir permiso alguno, salto hacia él, rodeándole las piernas con sus pequeños brazos. − ¡Está bien mama! – grito desde dentro. Las lágrimas comenzaron a manchar sus suaves mejillas regordetas.

−Talía... ¿Q-qué haces aquí? – pregunto Armando alarmado por las lágrimas de la pequeña. Ella parecía no escucharlo del todo y su llanto aumento aún más. La madre de Talía entro con dificultad por el hueco de la sala mirando asombrada el desastre causado. Armando la miro.

−Buenos días...señora.− saludo. Ella correspondió el saludo con una sonrisa.

−Talía, si sigues llorando así Armando se molestara contigo – dijo la madre, sabiendo que no funcionaria.

−Ya no llores, Talía− pidió Armando acariciando suavemente su cabecita castaña.

−P-pe-Pero...E-estaba... muy- muy preocupada por ti.− Dijo ella entre pequeños espasmos que le impedían hablar con claridad.

Cuando Talía se calmó, caminaron hacia la cocina, el lugar más apto donde podía recibirlas. Ellas se sentaron en las sillas que habían ocupado Mirlet y Gary la noche anterior. La mujer solo miraba a su alrededor. Tres platos en el fregadero esperando por ser lavados. Noto que eran parte de una bella vasija cuyo destino era únicamente para las visitas.

–No tengo mucho que ofrecerles− hablo Armando rascando su cabeza. – ¿gustan te, café...agua quizás? −La madre negó con la cabeza. –Bueno, si me disculpan, me preparare un café ahora mismo, hace frio y la cabeza me duele un poco.

−Ha sido una noche ajetreada− hablo la madre− y por lo que vi en la sala, lo fue aún más contigo.

−No tiene una idea. ¿Me recomienda algún albañil?− ella rió y negó con la cabeza.

A través del CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora