13. Un Incentivo.

116 16 5
                                    


−Del uno al diez. ¿Qué tan seguro estás?− le preguntó desconfiado.

−Once...− contestó más que seguro. Ambos charlaban en la calle ***#0799. Justo en la zona ''B''. El ambiente era tranquilo y silencioso muy a pesar de que era un área residencial llena de amas de casa aburridas que, a esas horas, bien podrían estar charlando sobre la espantosa noche a la que se vieron sometidas. Sin embargo, todo vestigio de vida yacía asustado encerrado dentro de cada vivienda. Las casas de ahí no se comparaban a las de la zona ''F''. Estas eran mucho más grandes; lujosas y con extensas áreas de césped que conformaban su jardín. Con grandes ventanales. Cocheras espaciosas y altos techos que se extendían a lo alto. Estaban seguros de que si entrasen en alguna de esas casas, cualquiera que esta fuese, estaría llena de lujos innecesarios pero ciertamente divertidos, cómodos y hermosos. Definitivamente, las personas de esa zona vivían de lo más lindo.

− ¿Cómo puedes estar tan seguro?− preguntó después de varios minutos de silencio, frotándose los brazos con ambas manos para generarse algo de calor.

− ¿Desconfías de Mirlet el grande? – dijo cruzando los brazos en pose heroica. Gary le soltó un golpe en la nuca. Detestaba cuando Mirlet se daba aires de grandeza.

−No estoy de humor.− amenazó Gary, dejando a su joven compañero lamentándose en silencio mientras sostenía la zona afectada por el golpe.

−Nunca estás de buen humor. –objetó a su vez en voz baja esperando no ser escuchado. Levantó las manos en son de defensa cuando Gary hizo un gesto de volver a golpearlo.

 –Ok. Ok. Solo bromeo. ¡Dios! Que aguafiestas eres. – Gary meneó la cabeza y suspiró irritado. Llevaba mucho tiempo de conocer a Mirlet. Ambos crecieron juntos entre la adversidad, apoyándose el uno al otro. Sin embargo, aún no podía acostumbrarse del todo a esa actitud tan infantil que Mirlet adoptaba la mayoría de veces. 

−Creó que el vendrá, Gary...− dijo el adolescente de repente, esbozando una sonrisa complicada. De esas sonrisas cansadas. Difíciles de sostener – No, mejor dicho; Él vendrá, por el simple hecho de que no le di otra opción más que hacerlo.

Gary lo observó en silencio. Su compañero de repente había perdido la puerilidad que tanto lo caracterizaba.

−No puedes decidir por él, Mirlet.− comentó, cuidando cada palabra que le dedicaba a su compañero cuya mirada estaba fija en el suelo nevado que yacía a sus pies. En momentos como ese, Gary debía tener cuidado o heriría al joven adolescente. − Leí la nota que le dejaste. No te mentiré. Es absurda. No funcionará con él.

− ¿Por qué?

−Porque él está perdido.

−Y yo le ofrezco la oportunidad de encontrarse.− dijo Mirlet despacio, sin despegar la vista de la nieve.

−Pero él no quiere encontrarse.

− ¿Por qué dices eso?

−Hay ocasiones en que, en la vida de un ser humano, encontrarse no siempre es la mejor opción. Y creo fielmente que estamos frete a una de esas ocasiones.

−Entonces... ¿quieres decir que al final de cuentas, mi nota será insuficiente para hacerlo venir? – Gary meneó la cabeza lentamente en respuesta negativa.

−No estoy seguro.

−El vendrá.− aseguró Mirlet de nuevo.

− ¿Insistes con eso?

−El vendrá, por el simple hecho de que no tiene otra opción. De lo contrario...− La sonrisa en el rostro de Mirlet cambio nuevamente. Gary se estremeció. Lo había hecho de nuevo. – Me temo que tendrá la peor de las muertes. Puedes estar seguro...pues yo me encargare de que así sea...− El adolescente había dejado entrever esa ansiosa sonrisa retorcida que nunca auguraba nada bueno y que jamás mostraba a nadie más que a él.

<<Este chico no se anda con rodeos>> pensó Garrett mientras levantaba la vista al grisáceo cielo artificial.



**



−Vea como lo vea...esto no tiene ningún sentido. –Decía con dificultad mientras, arrastrando la pesada mochila, luchaba con las altas banquetas de nieve. El frio había disminuido muy poco, pero se había vuelto más aceptable. Le costaba pensar que esa mochila pudiese pesarle tanto, siendo que el dueño se había alejado bajo la tormenta llevando más de una de esas mochilas a cuestas.

La nieve le llegaba a las rodillas. Entendía perfectamente por qué nadie más que él rondaba por las calles mínimo para ver el desastre causado. No. Nadie saldría sin un buen motivo. No abandonarían la comodidad y seguridad que les ofrecía esa pequeña construcción donde sus días corrían uno tras otro al igual que el agua corriendo desde el grifo.

Entre jalón y jalón, se preguntaba con una insistencia enfermiza él porque llevaba más de diez cuadras lejos de su casa, alternando la mochila del suelo a su hombro, luchando con los montones de nieve acumulada, y padeciendo las repentinas ventiscas de frio viento que le helaban la cara; todo esto con el fin de ir y entregarle su mochila a Mirlet. Viera por donde lo viera. Era totalmente absurdo. No era su responsabilidad devolvérsela. Es más, ni siquiera existía tal cosa entre ese par de chicos y él, puesto que eso eran: Desconocidos.

Miró el reloj. Eran las 10:30...

Quince minutos atrás, cuando el ansia de abrir la mochila y ver en su interior se apoderó por completo de él, sus manos se movieron instintivamente hacia una de las correas, se la colgó al hombro y sin pensárselo, salió por el hueco de su sala. 

En ese momento la mochila no le pesaba tanto. Apenas y la sentía. Pero, conforme fue avanzando y cuestionándose a sí mismo, cayó en la cuenta del peso que llevaba consigo. El velo había desaparecido; haciéndolo ver qué aquello no era más que deseo: deseo de escapar de una vida rutinaria. Sistemática. Solitaria. 

Tenía la opción de quedarse en casa. Ignorar el paquete abandonado y centrarse en lo verdaderamente  importante; esperar a que las cosas volvieran a tomar su debido curso y luego, sin más, volver a su vida cotidiana y perfectamente organizada.

Tenía la opción. Pero la desaprovechó. No. La desechó por completo, al haber dado los primeros pasos fuera de casa sin siquiera pensárselo una vez.

El ayer había sido un verdadero caos en todos los aspectos a abarcar: comenzando por esos primeros cinco minutos desfasados en el reloj bien sincronizado de su muñeca izquierda y de su sistemática mente. La terrible ansia y la desesperación; La tormenta que trajo consigo la noticia de una soledad a la que era sometido diariamente sin darse cuenta. El recuerdo de un pasado que solo veía en sueños pero que en la cotidianidad de sus días le era imposible evocar. Ese par de chicos que irrumpieron y casi asaltaron su casa después de destruir parte de esta. La nota y ahora, al día siguiente, la maleta cuyo interior se negaba a ver.

Todos estos acontecimientos que bien pudieron ocurrirle a cualquiera pero le pasaron a él, le daban un incentivo. ¿Incentivo a qué? No podía saberlo en ese momento. Pero lo cierto era, que no podía evitar sentirse atraído por todos esos sucesos que en un solo día, llegaron a él para arremeter contra su aburrida vida y romper los finos cristales empañados en los que se ocultaba temeroso. 

Fuese simbolismo del ventanal destrozado, o fuese solo una alusión a su situación...había tenido éxito.

Habían sacado a Armando de su zona de confort, impulsándolo a tomar un camino diferente al usual. Pero todo esto, él aun no lo comprendía. 

Se montó la mochila a sus espaldas, se mordió el labio inferior con fuerza y haciendo acopio de fuerzas, Armando continúo con su camino. El tiempo se le acababa y aun le faltaba un buen tramo que recorrer.






A través del CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora