15. Entre espasmos y lágrimas.

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− ¡Mamá! ¡Mamá! –decía una y otra vez la pequeña Talía jugando entre los grandes montones de nieve. Era claro que quería obtener la atención de su distraída madre costara lo que costara. −Qué pasa cielo...− contestó por octava vez, recargada en la pared de su casa, mirando a su hija pero sin mirarla del todo. Parecía atrapada en sus pensamientos y solo contestaba de manera automática. La niña había hecho varios bultos de nieve que eran un poco más grandes qué ella. Bien abrigadita y llena de energía, corría torpemente por todos lados. Siendo esa, la octava vez que Talía llamaba a Miriam para preguntarle cualquier bobería que no era suficiente para ayudarla a salir de su trance.

− ¡Mamá! ¡Mamá!

−Dime, cielo.

− ¿A dónde iba Armandito? ¿y por qué actuaba tan extraño? –pregunto la pequeña, convencida de que su madre tendría las respuestas para todas sus preguntas. Miriam negó lentamente con la cabeza.

−No lo sé, hija.

− ¿Crees que tarde mucho?

−Puede ser.

Varios minutos atrás, mientras ellas jugaban en la banqueta, fuera de su casa, entre todo el silencio ensordecedor que solo era mancillado por las risas de madre e hija, los pasos de una persona que parecía no estar muy lejos de ahí captaron la atención de Talía y por consiguiente, la de Miriam, que pronto vieron al  joven vecino saliendo a toda prisa de su casa, cargando en sus espaldas una gran mochila negra. Al inicio parecía tener dificultades al caminar, sin embargo, le tomo maña y eligiendo el camino, se dispuso seguirlo. Talía, quien no desaprovechaba nunca la oportunidad de saludar a su querido vecino, comenzó a llamarlo; ya acostumbrada a recibir por respuesta, como mínimo, una sonrisa por parte del joven. Pero la incertidumbre la apuñaló de golpe al ver que Armando pasaba justo frente a ella, ignorándola por completo. La pequeña, de corazón blando  estaba a punto de soltar el llanto cuando repentinamente, un escalofrío recorrió su cuerpo. <<Ese no es Armandito>> pensó con lágrimas atascadas en sus grandes ojos. Un aire frívolo, un aire que no provenía ni del viento ni mucho menos del tiempo, la había rodeado cuando el joven vecino pasó junto a ella.

Podría haber sido la indiferencia que mostró hacia la pequeña. O bien podría haber sido algo más. Algo que escapaba a su escasa comprensión. La pequeña dio un paso hacia atrás cuando Armando dio dos pasos hacia adelante para marcharse. Viéndolo tan lejos, la necesidad de detenerlo y preguntarle qué pasaba la invadió de nuevo. Se armó de valor y dispuesta a alcanzarlo, intento ir hacia él, pero la mano de su madre se posó gentilmente en su hombro. Cuando levantó su cabecita castaña para verla, presenció algo que jamás creyó, vería en el rostro de su amada madre: Miedo.

Miriam estaba asustada.



− ¡Mamá! ¡Mamá! – decía una y otra vez la pequeña Talía que amontonaba la nieve en busca de algo en que entretenerse. Era la decimotercera vez que su hija la llamaba en el transcurso de esa mañana.

−Dime, cielo...

−Ese de ahí, no era Armando... ¿Verdad? – Miriam tardó en contestar. Buscaba las palabras adecuadas que pudiesen describir una situación que ella misma desconocía. 

Mientras Talía, día tras día,  trataba de saludar a ese chico que siempre se detenía a hablar con la pequeña, Miriam lo observaba con detenimiento cada que la ocasión se le presentaba. Le gustaba mirar a ese chico que con el pasar del tiempo, se acercaba más a ser la realización de todo un hombre de ciudad. En aquellos días, al verlo, no podía evitar recordar el día en que ambos, por obra del destino, llegaron a vivir a esa zona. Miriam negó con la cabeza, como única respuesta a su curiosa hija: <<En realidad, ese joven que vimos hoy, era nada más y nada menos que el verdadero Armando...>> Pensó, sin saber porque, terriblemente angustiada. 

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