21. En la mira.

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―Y... ¡salta! ― Sostuvo su manita con fuerza mientras la pequeña Talía tomaba impulso y saltaba de una bardita de poco más de medio metro. Con una enorme sonrisa en ambos rostros, madre e hija se divertían jugueteando y recorriendo las calles vacías abarrotadas solo por ese blanco y frio manto. Con sus botitas altas hechas de piel sintética, correteaba la pequeña llamando a su madre e indicándole donde mirar cuando su vista curiosa encontraba algo interesante y nuevo para ella. A esas alturas del día, solo se habían encontrado a tres personas rondando por ahí; la primera persona fue Armando, quien pronto cumpliría una hora fuera de casa. <<No creo que vuelva dentro de un buen rato>> pensaba Miriam intentando amainar las terribles ansias que la embargaban de cuando en cuando.

La segunda persona que vieron, y quizás la más esperada cuando odiosa del día, apareció justo después de que el joven se marchara, antes de que ellas salieran a dar un paseo por alrededores.

Una camioneta negra con el logo de la ciudad grabado en sus puertas se abrió paso entre las calles gracias a una enorme pala quita nieve que había sido colocada especialmente para que los guardias pudiesen adentrarse en la ciudad y localizar los estragos provocados.

―Buenos días, señora. ― La saludó un hombre de baja estatura y complexión regordeta mientras bajaba de la camioneta con cierta dificultad debido a sus cortas piernas. ― ¿disfrutando del día?

―Buen día― Miriam correspondió el saludo. Jugaba en cuclillas junto a su hija mientras recolectaban montones de nieve para realizar la típica artesanía invernal. Un lindo muñeco de nieve. Al ver al hombre, se incorporó cuanto antes y esperó a que él se hallase frente a ella para extenderle la mano. Al estrecharla, el hombre puso su mejor expresión y sonriéndole, comenzó:

―Cómo se habrá dado cuenta por la camioneta que, muy groseramente estacioné fuera de su casa, pertenezco al departamento de seguridad. Mi nombre es Eduardo. Estoy en inspección y mi trabajo, por el momento, es registrar y localizar las zonas, casas y personas más afectadas por nuestro pequeño percance. ― El hombre echó un vistazo a la casa de al lado y señalándola, continuó. ― El dueño de esa casa con la exótica cochera...no se encuentra en estos momentos... ¿verdad? He estado tocando a su puerta, pero nadie responde.

―Me temo que llegó tarde. Hace casi media hora desde que salió.

El hombre chasqueó la lengua y meneó lentamente la cabeza. Talía, que seguía amontonando el material para su muñeco de nieve, se levantó y caminó hasta su madre en cuanto escuchó que nombraban a su vecino. Sujetando la mano de su madre, miró al hombre y le preguntó muy seria:

― ¿Para qué quiere a Armandito? ― el hombre esbozó una ligera sonrisa que intentó ocultar al ver la seriedad con la que la esa pequeña niña realizaba su pregunta.

―No seas grosera Talía. ¿Qué te he dicho sobre meterte en las conversaciones ajenas? ― Miriam apretó ligeramente su manita mientras la veía. Un movimiento secreto que ambas conocían a la perfección y cuyo mensaje oculto siempre variaba dependiendo la situación. Ese ese momento, Talía lo entendió como un: Guarda silencio, grosera.

―Qué no debo hacerlo porque está mal. ― citó resignada mientras agachaba la cabeza por la suave reprimenda que recibió. ―Pero este no es el caso. Si se trata de Armando, es un asunto que si me incumbe. ―Eduardo y Miriam intercambiaron una mirada y esta vez ambos rieron.

―Quiere mucho al vecino. ― La excusó Miriam.

―Apuesto a que sí. ― Y dirigiéndose a Talía. ― Descuida pequeña. Solo pregunto por él ya que la camioneta que está en su sala fue reportada esta mañana como robada.

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